Por Germán Ayala Osorio
Los cruentos enfrentamientos
entre miembros del ELN y una de las tantas disidencias de las Farc en el
Catatumbo sirven para constatar que la naturaleza política del conflicto
armado interno se transformó: de aquel escenario en donde se dieron luchas
y discusiones ideológicas y políticas alrededor del Estado y el modelo económico
ya no queda absolutamente nada.
A lo que asiste el país es a ver
por televisión que unos y otros se buscan, puerta a puerta, para asesinarse como
vulgares matones. Lo único que les quedó de su pasado subversivo es el discurso
de algunos de sus más viejos y táparos comandantes como Antonio García y Pablo
Beltrán del ELN, su retórica barata, los brazaletes y los fusiles. Lo demás es
el desespero con el que actúan por el control de las economías ilegales que convirtieron
la zona del Catatumbo en un infernal polvorín. ¿Qué hacer es la pregunta recurrente
que se hacen analistas, políticos, periodistas y líderes comunitarios? Mientras aquellos buscan respuestas al
interrogante, la Oposición celebra y grita alborozada que la Paz Total de Petro
fracasó porque saben que en la campaña electoral de 2026 van a ofrecer bala,
bala y bala, es decir, van a ofrecer el regreso de la temida seguridad
democrática.
Si bien la suspensión de los diálogos
con el ELN ordenada por el presidente Petro es una medida políticamente
correcta, sigue siendo tímida frente al evidente desinterés de la dirigencia de
esa “guerrilla” de avanzar en una negociación política cuyo objetivo final sea
la desmovilización de esa estructura criminal. Se entiende y se aplaude la insistencia
del jefe del Estado por mantener las conversaciones de paz en beneficio de las
comunidades que en varios territorios sufren confinamientos y la violencia simbólica
y física ejercida por los elenos, pero ya va siendo hora de revisar si la
instalación de una mesa de diálogo nacional es la estrategia adecuada para
enfrentar los desafíos que plantean la notable despolitización del ELN y su
consecuente transformación en una estructura narco militar. Es más: ¿Valdrá la
pena seguir dialogando cuando no les sirven curules en el Congreso y mucho
menos están dispuestos a entregar las armas?
En cada territorio las dinámicas
políticas, sociales, ambientales y económicas son diferentes así compartan la presencia
de elenos y disidencias disputándose el control de las economías ilegales. Quizás,
entonces, sea el momento de diseñar una estrategia para el Catatumbo consistente
en reordenar el territorio en función de los intereses del Estado. De esa
manera se le debilitaría el discurso comunitario y popular que suelen enarbolar
esos neo mafiosos de camuflado para darle algún sentido político a su lucha por
el control de las economías ilegales.
En estos momentos de crisis
humanitaria y de desplazamiento masivo de habitantes de las zonas en las que se
enfrentan elenos y disidencias hay que pensar en soluciones “novedosas”.
Refundar veredas, corregimientos y pueblos puede servir para que el Estado
construya nuevas relaciones con la población civil, al tiempo que ataca con
artillería pesada a esas estructuras armadas narcotizadas. Hay que llevarlos hacia
zonas despobladas para ver si aún recuerdan cómo se combate bajo las
condiciones de una guerra irregular.
La presencia en el tiempo de esos
“ejércitos del pueblo” obedece en gran medida a que los procesos civilizatorios
echados a andar en territorios como el Catatumbo jamás el Estado tuvo total
control. Esa circunstancia contextual facilitó la llegada y la naturalización de
formas de poder paraestatal a las que cientos de miles de ciudadanos les rendieron
y rinden aún pleitesía.
De allí que las mesas regionales
de paz podrían funcionar para pacificar territorios, quitándole así el carácter
nacional que imaginan que tienen los del ELN. Dos objetivos deben justificar las
conversaciones locales: el primero, ceses bilaterales al fuego y el segundo,
iniciar los procesos de refundación de las relaciones Estado-comunidad, bien
sea a través de procesos de reubicación de pueblos y metiéndole la mano a las
maneras como se conciben la construcción de civilidad en regiones en las que
los referentes a seguir están representados por bandidos de cuello blanco y
armados.
Ya quedó claro que el ELN no
firmará ningún armisticio con el Estado colombiano. No es equivocado insistir en
pacificar el país por las buenas. Quizás el error original que cometió Petro
fue pensar que, por su pasado en el M-19, los elenos lo verían como un camarada
que logró vencer a la República oligárquica. García y Beltrán son dos fósiles
que deambulan por una realidad paralela en la que ondean triunfantes la hoz y
el martillo.
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