Por
ser año preelectoral, este 2025 será el termómetro que advertirá sobre los
niveles que alcanzará la “calentura” política en el 2026. La crispación
ideológica entre derecha e izquierda podría exacerbar los ánimos en las calles,
alentados, por supuesto, por lo que sucede en las redes sociales, los
tratamientos tendenciosos de los medios de información hegemónicos y lo que
trina el "agitador" presidente Petro y lo que le contestan los agentes de la Oposición.
Ya apareció el primer factor confrontacional: los cinco cuerpos que fueron exhumados de La Escombrera de la comuna 13 de Medellín y la lucha entre quienes insisten en fijar en la memoria urbana que “las cuchas tenían razón” y aquellos a los que les duele que se mancille el “buen nombre” de la operación Orión y el de Álvaro Uribe Vélez señalándolos responsables de esos crímenes. Si siguen apareciendo estructuras óseas en La Escombrera, este primer factor social y político podría resultar beneficiando al que candidato presidencial del petrismo por el apoyo incondicional a los artistas urbanos y las madres buscadoras de sus hijos que viene expresando el presidente Petro.
Entre
las acciones de borrar y volver a pintar la dolorosa proclama de las madres
buscadoras de sus vástagos, emerge una realidad social y política que reduce
los complejos problemas del país a la confrontación entre Uribe y Petro. El
primero, quien fuera en el pasado un gran elector, camina de manera consistente
hacia el declive de su ideario, lo que pone en riesgo la continuidad del
uribismo como fuerza política. En lo que se refiere a Petro hay que señalar que
le está apostando a convertirse en el líder absoluto del progresismo y muro de
contención que evitaría el regreso de la derecha que representa Uribe, es
decir, la de los falsos positivos, la de los enterrados en La Escombrera y la
de la profundización del neoliberalismo y el ethos mafioso.
A la
derecha uribizada le tocará por primera vez en 25 años enfrentar una elección
presidencial sin el control que supone estar sentados en la Casa de Nariño.
Bajo esa circunstancia, el desespero por recuperar la casa de gobierno es
evidente en las huestes uribistas. Aunque la candidatura de Vicky Dávila de
Gnecco hace ruido en esas mesnadas, el Gran Titiritero sabe que la exdirectora
de Semana es el comodín de la derecha que representan los clanes Gilinski y
Gnecco que apoyan económica y políticamente a la periodista candidata. Mientras
tanto, el expresidente y expresidiario deshoja la margarita entre Miguel Uribe
Turbay y María Fernanda Cabal, candidaturas que no convencen del todo al
político antioqueño.
En lo que corresponde al orden público y la consecución de la paz, las “guerrillas” del ELN y las disidencias seguirán entregándole insumos a la prensa y a los opositores de Petro para que insistan en el fracaso de la Paz Total y la urgente necesidad de que regrese la seguridad democrática. Por estar cada vez más narcotizadas, esas agrupaciones armadas ilegales le apuestan al regreso de la derecha al poder porque con ello retornaría la política antidrogas gringa y la consecuente afectación del campesinado. Además, se lograría nuevamente la desviación misional al interior de las fuerzas militares y de policía. Las actividades de interdicción y el aumento de las toneladas de cocaína decomisada durante el actual gobierno y las purgas en los altos mandos de las fuerzas armadas las asumen el ELN, las disidencias y el Clan del Golfo, entre otras estructuras criminales, como hechos negativos en el control que cada grupo ejerce en sus territorios sobre la producción y comercialización del alcaloide, porque perdieron aliados dentro de la institucionalidad castrense.
Entre
tanto, el medroso centro se mueve entre las dudas éticas y morales que les
produce seguir apoyando a Uribe y la necesidad de acercarse a los sectores de esa
derecha no uribizada que intenta surgir porque entienden que la derrota
electoral de 2022 en gran medida se debe a la mala imagen que arrastra lo que se conoce como el uribismo, por haber naturalizado el ethos mafioso y los “errores” cometidos en la aplicación a rajatabla de la política de seguridad
democrática. Así las cosas, el 2026 pinta electoral y políticamente agresivo y
violento. Ojalá la crispación ideológica se quede en pintar y despintar grafitis
y murales y en las redes sociales y no trascienda a disputas callejeras. Ya veremos.
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