Por Germán Ayala Osorio
Quienes consideran que Vicky Dávila de Gnecco es una outsider de la política pueden cometer un grave error conceptual o caer en una exageración. El columnista León Valencia cree que Dávila sí es una outsider. Valencia se equivoca.
Como se trata de un error conceptual, el
vocablo outsider es polisémico y problemático. Propongo
tener en cuenta los elementos que aparecen en la siguiente acepción para mirar
desde ahí si realmente Dávila de Gnecco es una outsider o simplemente está
vendiendo humo como candidata antisistema, de la mano de aquellos que le comen
cuento a la ladina periodista.
“Si se ve desde el punto de
vista del origen del líder político (seminal), se refiere entonces a
aquellos políticos que conquistan el poder sin experiencia previa de ningún
tipo; si se analiza desde el discurso, se habla entonces de aquellos
candidatos o líderes antisistema que están fuera de las convenciones
tradicionales de la política y estructuran su liderazgo a partir de un
discurso anti establecimiento; si se estudia desde las instituciones
democráticas, un outsider es todo aquel que se enfrenta a las elecciones sin
una etiqueta partidista y representa, incluso, una amenaza para el sistema de
partidos; desde la teoría de las élites, el concepto puede verse como
aquellos líderes que son la antítesis de la clase política”.
Vamos por partes, como diría Jack
el Destripador. Lo primero que hay que señalar es que a Dávila no se le
reconoce ningún liderazgo político, circunstancia que hace inaplicable la señalada categoría a su pasado como mujer periodista. Atado a
esa realidad, Dávila no puede ser considerada una líder política y mucho menos
como una antisistema. Por el contrario, al recibir el apoyo económico y
político de los clanes Gnecco y Gilinski, Vicky Dávila se convierte en una
ficha del establecimiento colombiano por cuanto los miembros de esas dos poderosas
familias son en gran medida responsables de que el país haya funcionado por muchos años bajo
las condiciones del viejo sistema feudal. En cuanto a su discurso, Dávila de
Gnecco exhibe una reducida capacidad discursiva, muy propia de periodistas que jamás se
interesaron por estudiar y comprender las dinámicas sociales, económicas y
políticas asociadas a la operación del Estado. Su dominio conceptual es pobre.
Dávila llega a la arena política y electoral en medio de una crisis de los partidos políticos, convertidos de tiempo atrás en mafias burocráticas. Por ello, la candidata no constituye ninguna amenaza al sistema de partidos. Es tal la crisis de las colectividades políticas existentes en Colombia que la democracia viene operando a pesar de su dañina presencia. Muy seguramente Dávila se presentará por firmas, estratagema muy usada por políticos que se “venden” como candidatos presidenciales “independientes” pero que durante la contienda electoral aceptan el apoyo de los partidos tradicionales y terminan negociando ministerios e institutos descentralizados. Es decir, se burlan del electorado.
El origen social, económico y
político de la candidata presidencial del uribismo y de los clanes Gilinski y
Gnecco no está atado a ninguna élite en particular. Los privilegios de los que
hoy goza la exdirectora de Semana son el resultado de su arribismo y de haber practicado
un periodismo al servicio de los poderosos.
Durante toda su vida como periodista la hoy candidata presidencial defendió a los más visibles agentes del establecimiento colombiano. Entre esos, al expresidente y expresidiario Álvaro Uribe Vélez, a quien admira y defiende a dentelladas. Por haber practicado un periodismo oficialista en defensa del statu quo, la exdirectora de Semana siempre fue una estafeta de los gremios económicos y de la élite política tradicional. Es decir, su pasado como presentadora y periodista de noticieros de radio y televisión es la mácula que le impide presentarse hoy como “independiente, enemiga del sistema y anti-política”. Dávila es la versión femenina de Néstor Morales, el insigne defensor del régimen que sufrió derrota política y electoral en el 2022.
En el caso hipotético en el que
resulte convertida en presidenta de Colombia, Dávila cumpliría el mismo papel
que cumplió a cabalidad Iván Duque Márquez: ser el títere de Uribe, de la
derecha y de los más retardatarios agentes del uribismo.
Sería, entonces, la muñeca de Uribe, de los Gilinski y de los Gnecco.
Hace unos días dejó conocer el grupo
de “expertos” que la acompañarían. Está tan segura del triunfo electoral que de
manera prematura conformó un equipo de asesores. Al revisar las hojas de vida y
el pasado de cada uno de sus colaboradores se encuentra que varios de ellos son defensores del neoliberalismo. Andrés Bernal es uno de esos “expertos”.
Resulta que “Bernal estuvo en la junta de EPM en el periodo de Fico, y al
tiempo tenía un cargo directivo en Sura una de las reaseguradoras de
Hidroituango. Bernal es el eslabón clave que muestra como el informe con
las pruebas de cómo se bajó la calidad de los materiales que llevó al colapso
de Hidroituango fue ocultado para que no se avanzara en demandas y procesos
penales”.
Así las cosas, Vicky Dávila de Gnecco jamás podrá ser considerada como una outsider de la política. Fue y será siempre la estafeta de específicos agentes del establecimiento que necesitan poner en la Casa de Nariño a la versión femenina de Iván Duque Márquez, el títere de Uribe. Su admiración por Milei confirma que Dávila quiere consagrarse como una figura neoliberal cuya apuesta es privatizar el Estado, entregándole sectores estratégicos a los hijos de la élite que dicen representar al sector privado, considerado por ellos mismos como eficaz, eficiente y probo. La corrupción de las EPS, agentes privados, son la constatación de que el sector privado puede ser tan corrupto, ineficaz e ineficiente como el Estado.
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