Por Germán Ayala Osorio
Con los atentados terroristas ocurridos
recientemente en norte de Santander sectores divergentes de la opinión aseguran
que hay una connivencia o por lo menos una curiosa coincidencia entre la ocurrencia
de esos execrables actos prepolíticos y el discurso de la seguridad democrática
que desde el uribismo se agita antes y después de las arremetidas dinamiteras
del ELN o de otros grupos ilegales. Lo que sugieren quienes hacen parte de esa
bifurcación de la opinión pública es que “Uribe y el ELN trabajan juntos
para que los segundos generen miedo en la población civil y el primero venda su
seguridad democrática”.
Cierto o no, ese ya viejo señalamiento
popular me hace pensar en la posibilidad de que al interior del Establecimiento
colombiano hay actores interesados en construir la narrativa que indica que el “país
va mal, que Petro les entregó el país a las guerrillas”. Con esa realidad
social y política consolidada, la derecha vuelve a ofrecer la seguridad
democrática, lo que supone proscribir el cambio de doctrina militar propuesto
por Petro, para devolver al país a los tiempos de los generales troperos y
chafarotes, amigos de violar los DDHH y vender la falsa sensación de estar
ganando la guerra. El ELN es el actor
armado y político ideal para específicos agentes de poder del Establecimiento
interesados en vender seguridad y beneficiarse del negocio de la guerra y de
las economías ilegales que sabe muy bien administrar esa “guerrilla”. La
presencia de Uribe al otro día de los atentados ocurridos en norte de Santander
es la expresión clara de los “buenos servicios electorales y políticos” que el
ELN le presta a la ultraderecha.
El Establecimiento colombiano es
una maraña de intereses y actores de poder, legales e ilegales que no
necesariamente están articulados y mucho menos operan de manera cohesionada,
aunque en la ocurrencia de particulares hechos de violencia política pareciera
que hubiese un trabajo coordinado. Su funcionamiento deviene atado a las formas
regladas histórica y culturalmente permeadas por el ethos mafioso y las
prácticas criminales asociadas que hacen inquebrantables a los actores de
poder, privados y públicos, que confluyen en esa mentada categoría política,
para muchos fantasmal y para otros tantos invisible, pero no por ello
inexistente.
Cuando el presidente Petro dijo “que
eran gobierno pero que no tenían el poder”, ese reconocimiento apuntaba
hacia agentes de poder legal, más no legítimos, dispuestos a torpedear las
reformas sociales propuestas en campaña. Con el banquero Sarmiento Angulo hay
una tensión con la Casa de Nariño por cuenta de las decisiones de política
económica y en particular con la reforma pensional asumidas por el magnate como
lesivas para sus intereses financieros. Acostumbrado a poner presidentes de la
República para “manosearlos” e indicarles qué hacer en materia económica, el
viejo Sarmiento
Angulo atinó a responderle en campaña a Petro que “Primero que todo, se
respetan los derechos adquiridos. Aquí no se viene con el cuentico de que vamos
a cambiar todo esto y vamos a expropiar a todo el mundo, no señor”.
Otros actores que representan muy
bien al viejo Establecimiento colombiano son los partidos políticos Liberal y
Conservador, colectividades que a pesar de sus crisis programáticas siguen
siendo los instrumentos para que banqueros, conglomerados económicos, agentes
de la vieja oligarquía bogotana, incluidos expresidentes y políticos con poder
clientelar y contactos con mafias burocráticas incrustadas en el Estado se
opongan a que el país transite hacia estadios de modernidad, lo que supone la
construcción de una sociedad más leída y si se quiere más culta, el
afianzamiento de la democracia, superando su condición formal y sus propias
restricciones, pero sobre todo, la recuperación del Estado para que, como forma
de dominación, asegure el bienestar colectivo y se consolide como el símbolo
sobre el cual sea posible construir una nación de la que todos nos sintamos
incluidos, reconocidos y orgullosos.
Las empresas mediáticas
tradicionales que hoy hacen un periodismo
bancarizado son otros agentes del Establecimiento colombiano. Los medios y
sus periodistas vedettes juegan un doble papel: de un lado, informan sobre
asuntos inmorales ancorados a la sempiterna corrupción. De esa manera le hacen
pensar a las audiencias que su papel moralizante está desligado de cualquier
presión ejercida por sus propietarios y por lo tanto, alejados del
Establecimiento. Del otro lado, esa misma prensa hegemónica actúa como una
especie polisombra que no deja ver los entramados legales e ilegales que de forma
natural brotan de la operación de un Establecimiento mafioso y criminal. El zar
del contrabando, Diego Marín Buitrago es el ejemplo más claro de cómo agentes
legales e ilegales terminan trabajando unidos no solo para enriquecerse sino para
mantener las condiciones institucionales, políticas, sociales y económicas que
confirman a Colombia como un país mafioso, corrupto y violento, fruto de las
inercias que genera el propio Establecimiento.
uribe llega a cucuta despues del atentado del ELN - Búsqueda Imágenes
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