Por Germán Ayala Osorio
Periodistas en Colombia de la
calidad investigativa, seriedad, arrojo, probidad, tenacidad y pulcritud como
Gonzalo Guillén se cuentan con los dedos de la mano izquierda de Germán Vargas
Lleras.
Ahora que un juez ordena tres
días de arresto resulta pertinente revisar el asunto desde las lógicas de los
medios y periodistas hegemónicos, en particular aquellos que poco o nada se
parecen profesionalmente a Gonzalo Guillén. De acuerdo con El Heraldo “la
decisión judicial fue emitida por un juez de la República por desacatar una
orden de tutela que exigía la rectificación de publicaciones en las que Guillén
tildó al empresario Carlos Mattos Barrero de ser “asesino, pederasta,
paramilitar y violador de menores”.
Para cumplir lo ordenado por el operador
judicial el presidente Gustavo Petro le ofreció la Casa de Nariño para que allí
pernocte y pague la sanción. Guillén aceptó complacido el ofrecimiento presidencial.
Sin duda, un espaldarazo ético-político que ameritaría un titular a seis
columnas, si el periodista perteneciera al selecto grupo de periodistas
vedettes a los que les encantan los cocteles a los que suelen ir políticos y
empresarios corruptos.
A pesar de las calidades humanas
y periodísticas de Guillén, la prensa hegemónica solo se limitó a registrar el
hecho judicial, evitando calificar la decisión del juez como una forma de
censura o quizás como presión indebida al ejercicio de un periodista que suele
opinar basado en sus propias investigaciones.
El punto que quiero exponer en
esta columna es que al no pertenecer Guillén al cerrado círculo de poder de los
periodistas vedettes defensores de específicos agentes del Establecimiento, la
orden de arresto puede estarse aplaudiendo a rabiar en varias salas de redacción.
Cuando un periodista como Guillén dedica su vida a destapar ollas podridas y a
develar las andanzas de políticos poderosos, lo primero que pierde es el
respaldo de los colegas que de manera cómoda ejercen el oficio, plegados a los
intereses económicos y políticos de las empresas mediáticas para las que
trabajan. Es más, el colegaje muere justo en el preciso momento en el que Gonzalo
Guillén tomó esa decisión ético-periodística mal vista por quienes siguiendo
una agenda política están obligados a escoger muy bien qué figuras políticas
pueden ser expuestas ante la opinión pública por sus andanzas.
El país conoce que Guillén ha
investigado a Álvaro Uribe Vélez desde su paso por la Aeronáutica Civil y sabe
también lo que piensa del expresidente y expresidiario. En diálogo con María Jimena Duzán, Guillén
señaló: “a mi me parece que es un asesino asqueroso y que es un
narcotraficante, que el cartel de Medellín nació con el apoyo de él, con los aviones,
con las licencias… todo su entorno está lleno de delincuentes…”
Además, Guillén fue quien destapó
lo que se conoce como la “Ñeñe política”. Esto dijo a Semana el avezado periodista:
“A estas alturas, en lo que va del escándalo no van a decir que sí sabían
que era un narcotraficante. Uribe nunca ha dicho que sabía que Pablo Escobar
era un narcotraficante o que Gacha era narcotraficante. Eso no lo va a
reconocer, porque si lo reconoce se echa la soga al cuello, pero el ‘Ñeñe’
Hernández era un narco conocidísimo, del cual andaban detrás las autoridades de
este país y las de Estados Unidos”.
La trayectoria periodística de Gonzalo Guillén sirve para ilustrar que la decisión de ir tras las andanzas de poderosos políticos, fiscales y empresarios constituye una apuesta de vida llena de riesgos. ¿Cuántos de las nuevas generaciones de periodistas o comunicadores sociales salidos de la academia estarían dispuestos a seguir los pasos de Guillén? Quizás se cuenten con los dedos de la misma mano izquierda de Vargas Lleras. Lo cierto es que el “canazo” que pagará Guillén en la Casa de Nariño, imagino que en medio de largas tertulias con el presidente Petro, pasará a la historia como la más férrea defensa ética y política a las libertades de prensa y opinión. No creo que la FLIP haya hecho jamás una defensa de esas libertades en esos términos.
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