Por Germán Ayala Osorio
Después del golpe de mano del ELN contra la instalación militar en Puerto Jordán (Arauca), el proceso de negociación entre los delegados del Gobierno y los de esa agrupación armada ilegal prácticamente entró en una fase terminal. La decisión de suspender los diálogos hace pensar que ese proceso está a punto de fracasar.
Después de la suspensión, sería recomendable que el Gobierno se parara de la mesa de diálogo para retomar una avanzada contrainsurgente cuyos resultados se parezcan a los que dejó la Operación Anorí (1973). Mientras que a los elenos no se les dé un golpe militar contundente, su dirigencia seguirá timando y burlándose del gobierno y de las comunidades campesinas que esperan que cesen las hostilidades en sus territorios. Con todo y lo que significa retomar acciones militares, el Estado no puede permitir el crecimiento de esa "guerrilla" y mucho menos que continúe ejerciendo el control territorial en las zonas en donde hace presencia el ELN.
No hay razón política para insistir en firmar un
armisticio con una “guerrilla” que sufre el síndrome de la Eternidad. La
mesiánica dirigencia del ELN solo estará dispuesta a dejar las armas cuando
llegue a la Casa de Nariño un presidente de la República capaz de llevar al
país por los caminos del socialismo, régimen y modelo económico, social y político
en el que creen ciegamente los líderes de esa “guerrilla”. Y hablo del viejo
socialismo de la URSS o el remedo de socialismo que se practica en Venezuela. Este
es quizás el síntoma que con mayor precisión confirma que el Ejército de Liberación
Nacional padece el síndrome de la Eternidad.
De ese factor principal se desdoblan
otros indicios que hacen pensar en que efectivamente esa “guerrilla” sufre del
síndrome de la Eternidad, esto es, que su presencia perenne está garantizada no
tanto porque persistan las circunstancias que legitimaron su levantamiento en
los años 60, sino porque en su devenir histórico probaron las ventajas y los
beneficios de las economías ilegales (narcotráfico, minería y contrabando), lo
que los alejó del proyecto revolucionario que encarnaron en las décadas de los 60,
70 y 80. En adelante, sus estructuras federadas entraron en una sintomática anomia
institucional que los fue llevando a comportarse de la misma manera que el Clan
del Golfo. De ahí que el remoquete de GAO no solo responde al trabajo ideológico
y político-militar de las Fuerzas Militares deslegitimarlos como guerrilla,
sino a la manera como el presidente Petro asumió su actual existencia y operación
militar.
De igual manera, los elenos
asumen que cada cuatro años el gobierno de turno deberá proponer la instalación
de una mesa de diálogo o una guerra total. Si esa nueva administración le apuesta
a la paz negociada, entonces animará y desgastará la salida negociada; si por
el contrario ofrece una guerra total, por ese camino mantendrá las ganancias y
la presencia de los Señores de la Guerra, al tiempo que mantendrá vigente la
necesidad de la paz.
Así entonces, el negocio de la
guerra también hace posible que la condición de ese síndrome se manifieste. Los
elenos saben que hay Señores de la Guerra dentro y fuera del país que les permiten
continuar existiendo no para “liberar” al país como lo advierte la sigla ELN,
sino para condenarlo a más años de una confrontación bélica alejada de
cualquier sentido político y militar. Lo que interesa es permanecer en el
tiempo, mantener su vigencia, desamparada de cualquier posibilidad de tomarse el
poder a tiros.
Quienes pensaron que sería más fácil
hacer la paz con esa agrupación armada ilegal con el primer gobierno progresista
y de izquierda moderada, se equivocaron. Hay razones ideológicas que separaron
históricamente a la vieja y actual dirigencia del ELN, con los comandantes del
M-19, grupo en el que militó Gustavo Petro. Mientras que los elenos siempre le
apostaron al socialismo, la guerrilla urbana del M-19 le apostó a profundizar la
democracia.
Mientras que los comandantes del
M-19 que hicieron dejación de las armas creían profundamente en la que la paz era
el camino para aportar a la construcción de una verdadera democracia, las otras
guerrillas de la época, incluida el ELN, continuaron haciéndolo el juego al
establecimiento colombiano que usaba el conflicto armado interno para evitar
hacer las transformaciones sociales, económicas y políticas que se reclamaban a
través del ejercicio de la violencia. En el libro De la insurgencia a la
democracia (2009) García-Durán, Vera Grabe y Otti Patiño, estos dos últimos
agentes negociadores del actual gobierno, dicen que “fuimos la primera
organización insurgente que descubrió que la paz podía ser un elemento
transformador porque, durante los últimos 50 años, la violencia en Colombia se
había ligado con el poder y se ejercía para mantenerlo, conseguirlo o
ejercerlo. La clase dirigente colombiana supo que mantener esa violencia
podía ser la mejor manera de impedir las transformaciones sociales y políticas
que necesitaba el país. En ese contexto, el M-19 se da cuenta de que la paz es
una gran posibilidad para abrirles espacio a esos cambios».
Así que, bienvenidos a la Eternidad señores del ELN. Dirán sus anacrónicos líderes que mientras haya un Estado al cual combatir, ahí habrá un frente, un Antonio García o un Nicolás Rodríguez para hacer eterna su guerra.
Imagen tomada de proceso de paz con el ELN llega a su fin: Petro - Búsqueda Imágenes (bing.com)
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