Por Germán Ayala Osorio
El fracaso de la Paz Total del
gobierno Petro no obedece exclusivamente al carácter maximalista con el que
asumió el presidente de la República la tarea de pacificar el país por la vía
política, pues se sabe que para alcanzar dicho estadio civilizatorio se
necesita de las voluntades de los disímiles grupos armados ilegales que operan
en Colombia. A juzgar por los resultados de varios de los procesos de diálogo
echados a andar por el gobierno lo que menos hubo fue voluntad de paz en los
ilegales.
Aparecen, entonces, factores
institucionales, ético-políticos y aquellos que están íntimamente anclados a los
procesos de transformación de las guerrillas en estructuras prepolíticas, lumpenizadas
y narcotizadas por las lógicas y dinámicas de las economías ilícitas.
Los factores institucionales se
desprenden de la “empresarización” del conflicto armado, esto es, la naturalización
de la guerra como un lucrativo negocio al que siempre estuvieron atados
oficiales y suboficiales de la policía y el Ejército encargados de vender armas
y material de intendencia a las estructuras narco paramilitares, bandas
criminales y narcoguerrillas. Y debe haber empresarios, pequeños, medianos y
grandes metidos en el fructuoso negocio de la guerra, del que hacen parte la
minería y la producción y venta de cocaína. No se puede descartar que ese
empresariado haga parte de las élites tradicionales o simplemente existen algunos
miembros que sostienen conexiones con traficantes de pertrechos para la guerra,
traquetos y agentes mineros que se mueven entre las ya borrosas fronteras entre
lo legal y lo ilegal.
Así las cosas, las dinámicas del
conflicto armado fueron permeando varias instituciones del Estado haciendo casi
imposible concebir y consolidar una institucionalidad para la paz por una razón
poderosa: es mejor negocio hacer la guerra, que construir escenarios de
paz. La paz termina beneficiando a fundaciones y a la academia,
mientras que el atractivo negocio de la guerra y sus otras variables favorece a
los actores de poder, legales e ilegales que se mueven entre el mundo castrense
y las relaciones que policías y militares consolidaron en el tiempo con narcoguerrilleros,
paracos y pandillas como las que operan en Buenaventura.
La felicidad que produce el fracaso de la Paz Total en los más visibles agentes políticos de la derecha se explica fundamentalmente porque de haber conseguido pacificar el país, el fenómeno Petro se constituiría en un peligro electoral para el 2026 y en un reto político, social y económico para los actores más poderosos del Establecimiento colombiano acostumbrados a sacar provecho de las condiciones de inseguridad que generan la operación de las organizaciones armadas ilegales. Los desplazamientos forzados y las masacres beneficiaron a una élite económica enemiga de campesinos.
La derecha colombiana estaría dispuesta
a pacificar el país a través del diálogo político siempre y cuando esos
procesos de paz no estén atados a que haya verdad, justicia, reparación y no
repetición; se suma a lo anterior el mayor impedimento: tener que abandonar el
fabuloso negocio de las armas, la coca y la minería, variables económicas que
están soportadas institucional y éticamente. Hay un ethos mafioso y criminal que
supera con creces el débil ethos de lo público que se desprende de las acciones
estatales. Los 38 años que lleva Diego Marín Buitrago es la constatación de esa
realidad ético-política que compromete al Estado como forma de dominación y a la
clase política y empresarial que guardó silencio y coadyuvó a la consagración de
Papá Pitufo como agente corruptor y al contrabando como política de Estado.
La transformación de las antiguas
guerrillas en organizaciones de traquetos con brazaletes alusivos al ELN y a
las disidencias farianas hace aún más compleja la consecución de la paz por
cuanto el lucrativo negocio de la droga, la minería y la coca les impide
aceptar curules en el Congreso y ponerse
a cultivar la tierra, actividades con las que el gobierno de Santos logró seducir
a los ya envejecidos miembros del Secretariado de las Farc con los que finalmente
logró la firma del armisticio y la construcción de una paz incompleta, legítima
y que aún corre el riesgo de fracasar. Esas condiciones de resocialización no
llaman la atención de los líderes del ELN y las disidencias de las Farc-Ep y
mucho menos a los miembros del Clan del Golfo y a Chotas y Espartanos.
Por todo lo anterior, Colombia
parece condenada a vivir en medio de disímiles formas de violencia que se
explican en buena medida por la naturalización de un ethos mafioso y criminal
en la política y en la operación de la sociedad y el Estado, y por la codicia
compartida entre estructuras de poder legal e ilegal a las que jamás les
interesó reversar las condiciones propias de un país incivilizado.
FRACASO DE LA PAZ TOTAL - Búsqueda Imágenes
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