Por Germán Ayala Osorio
El futuro social, electoral y
político de la idea maximalista del Cambio propuesta por el progresismo y la
izquierda sería incierto en una sociedad bien informada, civilizada, leída y
formada para la discusión privada y pública de asuntos públicos. Como estamos
en Colombia, esa misma idea planteada de manera pomposa y alucinante por el
Pacto Histórico podrá ser usada en el 2026 bien por la Oposición o por quienes
prometieron que era posible cambiar las costumbres políticas y la operación paquidérmica
y mafiosa del Estado colombiano en cuatro años. ¡Vaya sueño!
De hecho, el bloque político-mediático
que le viene haciendo oposición al gobierno Petro y que la mantendrá hasta el 7
de agosto de 2026 ya usa la idea del Cambio en el sentido restringido que les
conviene a sus principales agentes de poder: gritan con fervor religioso “vamos
a recuperar el país, a reconstruir moral e institucionalmente a Colombia”,
consignas que tienen como sustento la sempiterna idea de Cambio que los
inspira: cambiar para que todo siga igual.
Tanto la idea maximalista del
Cambio que supo vender el progresismo en el 2022, como la minimalista que viene
usando la derecha desde los orígenes de la República Oligárquica dicen mucho de
lo que somos como sociedad. El sentido maximalista resulta engañoso porque nace
del sueño de quienes a sabiendas de la complejidad cultural que supone cambiar
a una sociedad premoderna, conservadora, con visos fascistas; además de clasista,
racista y violenta, decidieron usarla como estrategia electoral y política sin
avizorar los efectos negativos en el electorado que creyó que era posible cambiar
en cuatro años lo que ha funcionado eficientemente mal por más de doscientos.
Recordemos el eslogan de
campaña del inefable Andrés Pastrana Arango (1998-2002): “El Cambio ¡Es Ahora!”.
Para esa época quizás muy pocos ciudadanos asumieron esa idea desde un sentido
maximalista, pero al estar anclada a los intereses de uno de los hijos del
pérfido establecimiento colombiano de inmediato afloró su carácter minimalista.
Al final, el país conoce lo que pasó: nada cambió en términos de las correlaciones
de fuerza. Algunos dirán que trajo el Plan Colombia, esto es, una política
estatal de guerra contra las narcoguerrillas con graves efectos socioambientales
que terminó legitimando a los grupos paramilitares.
“El futuro es de todos”
fue el eslogan de la campaña Duque presidente. La noción de Cambio aparece implícitamente
si se aceptan las penosas realidades sociales en las que vivían millones de
colombianos como resultado de la privatización y captura mafiosa del Estado y
la aplicación a rajatabla de la receta neoliberal. El fatal desempeño económico
del títere de Uribe terminó aumentando la pobreza y la desigualdad en el país. Ya
la campaña de Juan Manuel Santos había apelado años atrás a la misma engañosa idea de un
cambio para todos. Tan universal como “El futuro es de todos”,
vino la frase “Prosperidad para todos” con un Santos neoliberal y
clasista que usó la apuesta por la paz con las Farc-Ep para ocultar sus reales
intenciones. Para reelegirse, apeló a una frase “sincera y engañosa”: “Hemos
hecho mucho, falta mucho por hacer”.
Antes de ser puesto Duque en la
Casa de Nari como marioneta del Establecimiento, una parte importante de los
colombianos soñaron y disfrutaron con todo lo que les decía la frase “Mano
firme, corazón grande”, acompañada de la imagen de Álvaro Uribe mirando
hacia el horizonte, vestido con una camisa roja que representaba ideas liberales,
pero también la sangre que se derramaría entre 2002 y 2010. En la icónica, fantasiosa
y temida frase aparece también una noción de Cambio que fue tan bien aceptada
que permitió su inmediata reelección y con la posibilidad de un tercer mandato.
Terminado el gobierno de la Mano Dura y el Corazón Indolente, el
país cambió solo para aquellos que tenían finca y negocios mafiosos con el
Estado; del resto se encargaron los medios masivos que hicieron de Uribe un
Mesías o en boca de Jaime Garzón, “el dictador que este país necesita”.
En el 2026 volverá la noción
del Cambio a aparecer implícita o explícitamente en frases que cautivan a un
electorado que cada cuatro años asiste a las urnas con la esperanza de que el país
pueda cambiar lo que ha estado mal desde los inicios de la República. Los expertos
en marketing político harán lo que les corresponde, mientras que millones de
colombianos irán a las urnas, unos engañados por la prensa afecta al Establecimiento,
otros confundidos; otros volverán para mantener sus puestos, revalidar
contratos u obtener nuevos de acuerdo con lo aportado a cualquiera de las
campañas. No hay manera de cambiar nada en una sociedad a la que medios y políticos
asustaron con el “coco” del “Castrochavismo”. Esa misma sociedad que cree que
Uribe fue el mejor presidente de Colombia no ha entendido su propia
historia. Una sociedad clasista, racista, misógina, homofóbica, violenta,
incivilizada y poco leída no se cambia ni en cuatro ni en ocho años.
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