Por Germán Ayala Osorio
En una conversación informal y no
pactada con un propietario de una empresa que importa y vende hierro en la
ciudad de Cali, el comerciante reconoció que “a Petro le ha tocado muy
duro gobernar con los medios en contra y una clase política y
empresarial poco interesada en trabajar por el interés general”.
Previo a este comentario y reconocimiento,
el señor se declaró “admirador de la raza alemana” . Dijo además que nosotros
los colombianos, por el contrario, arrastramos un pérfido “cruce” entre
españoles, indígenas
y negros; también expuso que era de “centro derecha” y que iba a votar por Santiago
Botero, un empresario antioqueño admirador de Bukele y de Álvaro Uribe Vélez. Según el importador, el
sujeto “presidenciable” tiene el suficiente músculo financiero para financiar
su campaña sin el apoyo de mecenas como Sarmiento Angulo, amo y señor que se
acostumbró a poner en la Casa de Nari a sus más votados sirvientes. De Botero escribí
esta columna
el 10 de octubre de 2024, después de aparecer por primera vez en un medio de
información dando a conocer sus intenciones de gobernar al país.
Le dije al comerciante que Colombia
estaba en mora de hacer una “revolución cultural” como la que hizo China en su momento. Asintió que nos faltaba disciplina, respeto por las
normas y los demás;
y poner la inventiva y la “malicia” al servicio del bien común. Sin embargo, propuso
esta solución: cárcel y bala para ladrones, sicarios y guerrilleros.
Es muy propio de la derecha
ofrecer ese tipo de soluciones a los problemas que se viven a diario en la
calle: fleteos, raponazos y el sempiterno irrespeto a las autoridades y normas de
tránsito. Sus más visibles voceros se cuidan y quizás evitan referirse al problema
cultural
y civilizatorio de fondo que como sociedad arrastramos desde los inicios de la
República.
La Revolución en Marcha de Alfonso
López Pumarejo (ALP) y el proyecto progresista en cabeza de Petro no abordaron ese problema, a pesar de sus propósitos de modernización del Estado y
de naturalización de las ideas liberales rechazadas y macartizadas por la
hegemonía conservadora y la iglesia católica. Los cambios constitucionales y las
reformas educativas implementadas por ALP fueron cediendo terreno ante las
sempiternas ideas conservadoras, origen de muchas de las taras civilizatorias
que como sociedad premoderna exhibimos sin ningún asomo de vergüenza.
Insistir en el imaginario colectivo
que señala que “somos así” por culpa del cruce entre españoles, negros e
indígenas no solo es determinista, sino que apunta a auto despreciarnos,
circunstancia que explica las violencia y el racismo estructural del que habla Eduardo Restrepo
y que “se encarna en acciones y omisiones concretas que, derivadas del
funcionamiento mismo del sistema institucional, tienen el efecto de reproducir
las desigualdades y jerarquías entre individuos y poblaciones racializadas”.
En esa misma línea del auto
desprecio, el modelo económico, político y social ofrece todas las garantías para
que las taras
civilizatorias se reproduzcan, así como el odio ancestral hacia todo lo que
huela a izquierda, a negritud, indigenismo, campesinado y pobreza; a mujeres empoderadas
capaces de poner en crisis el machismo también estructural desde el que actúan
presidentes de la República, de grandes empresas y corporaciones estatales como
el Congreso y las altas cortes; y el que está aún presentes en las relaciones cotidianas
y familiares.
Da risa y tristeza ver a los
candidatos presidenciales de la derecha decir que “van a recuperar a
Colombia; que van a reconstruir moral, económica e institucionalmente al país”;
cuando lo que realmente les interesa es hacerse nuevamente con la Casa de Nari
para las huestes uribizadas, que en sí mismas son el origen de las taras
civilizatorias que es urgente superar.
Igualmente, genera grima e hilaridad ver a los periodistas hegemónicos y a los agentes políticos y empresariales de la derecha espantados por el madrazo que Petro lanzó contra el presidente del Senado, el manzanillo Efraín Cepeda. Ese natural aspaviento les sirve para negar el problema cultural de fondo, del que hacen parte por su mojigatería, hipocresía y puritanismo. Prefieren quedarse en las formas, antes de poner en crisis el tipo de sociedad que coadyuvaron a construir: una en la que pululan los hijos de puta que convirtieron a este paraíso llamado Colombia en un platanal con bandera en el que hacen y deshacen tres o cinco vulgares, oscuros pero perfumados capataces, expresión máxima y semilla de las taras civilizatorias que nos identifican como un pueblo violento, irracional, incivilizado y premoderno. Su avaricia y el ethos mafioso con el que dan rienda suelta a sus incontrolables deseos de concentrar poder y riqueza terminan proscribiendo cualquier posibilidad de cambio e iniciativa cultural que nos lleve como sociedad a mejores estadios civilizatorios.
petro y el madrazo contra Cepeda - Búsqueda Imágenes
No hay comentarios:
Publicar un comentario