Por Germán Ayala Osorio
El clasismo es, junto a la
corrupción y el racismo, las mayores “taras”
civilizatorias que arrastramos como sociedad moderna. Esa forma discriminante
con la que se asumen las relaciones con los Otros puede estar atada a un desbordado
ego que lleva al clasista a ubicarse en una atalaya para, desde ese lugar
privilegiado, despreciar la vida de aquellos que por A o B motivo se cruzan en
el camino de esos “seres bendecidos” por la fama que, aunque efímera, la asumen
como un estadio perenne. O quizás el clasismo devenga ancorada como actitud de
vida a un pasado vergonzante que alimenta esos aires de superioridad que
arrastran los y las clasistas que todos los días aparecen en las redes sociales
y los medios de comunicación.
El ejercicio periodístico suele
servir a los propósitos clasistas de aquellas figuras públicas que por la
posición de poder que ostentan y la sobreexposición pública de sus vidas “exitosas”,
se sienten en todo el derecho de excluir o seleccionar quién es digno de ser reconocido
como un ser humano con algún valor. De ahí, a decidir qué vida es plausible, hay
un paso muy pequeño que bien sabemos en dónde puede terminar.
Dentro del gremio periodístico el
clasismo aparece y se reproduce de la mano de la fama que adquieren los
periodistas, presentadoras de televisión, conductoras de radio o directoras(es)
de un medio de comunicación.
La señora Victoria Eugenia Dávila
de Gnecco, directora de la revista Semana, en uso de facultades clasistas le
recordó al reconocido abogado penalista Miguel Ángel del Río Malo que fue
azafato. Esto dijo en su cuenta de X: “El azafato que se volvió
abogado y no hace sino perder sus casos. ¿Ya devolvió los 50
millones de pesos que le cobró al Coronel Oscar Dávila que murió por cuenta de
las chuzadas a Marelbys Meza?”
Vamos por partes, como diría Jack
El Destripador. La señora en mención asume que haber sido azafato es una situación
vergonzante para cualquier persona y peor aún para el penalista que lleva casos
delicados desde el punto de vista de la opinión pública mediatizada.
Enfrentarse al expresidente y expresidiario Álvaro Uribe Vélez convierte a Miguel
Ángel del Río en un “objetivo periodístico” de aquellos que insisten en
defender la honorabilidad del Señor Acusado. Y qué mejor forma de atacarlo que esculcando
en su pasado y determinar que efectivamente “cayó en la más terrible indignidad”: haber
sido azafato. Habrá que revisar si esa conducta está tipificada en el Código
Penal.
El “error” que comete la señora
de Gnecco parte de la construcción de la frase pues no se trata de un azafato
que se convirtió en abogado, sino de un hombre que quería ser abogado y que encontró
en ese trabajo una fuente de recursos para alcanzar la meta de estudiar derecho.
Eso sí, el “error” que comete la susodicha nace de la animadversión que profesa
hacia el penalista, alimentado de su inocultable e incontrastable clasismo.
La respuesta del abogado no se
hizo esperar: “el trabajo de AZAFATO es tan honrado como cualquier
otro y me hice abogado por mérito propio. Ahora bien, entre
tantos casos exitosos le recuerdo el que le ganamos a usted y le tocó
rectificar. Y el dinero fue devuelto a la viuda del Coronel porque yo sí tengo
ÉTICA”.
El rifirrafe entre Del Río y la directora
de Semana tiene de fondo el fallo de tutela que le ordena a la publicación de
manera perentoria rectificar la información publicada que terminó por afectar
el buen nombre del abogado y accionante. Quizás a la referida directora le
venga bien ir a ver la obra de teatro “El bufete del zoquete”.
A las tres referidas “taras civilizatorias”
deberíamos de sumar la fatuidad de aquellos que al codearse con el poder
político y económico se asumen como faros morales en una sociedad como la
colombiana que además de aquellas “fallas o formas degeneradas”, deviene en una
profunda confusión moral.
miguel angel del río y vicky davila - Búsqueda Imágenes
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