Por Germán Ayala Osorio
Para el miércoles 13 de noviembre
está programada la lectura de la sentencia del juez que llevó el caso en contra
del ganadero Santiago Uribe Vélez. En las huestes de la Colombia no uribizada se
espera que el sentido del fallo sea condenatorio contra quien pesan los graves señalamientos
de haber creado y apoyado la operación criminal del grupo paramilitar Los 12 apóstoles
en Yarumal, Antioquia. Entre tanto, en las mesnadas del uribismo se espera lo
contrario, por todo lo que representa el clan Uribe Vélez para esa parte de la sociedad
que deviene sumida en una profunda confusión moral. Habrá, eso sí, un grupo importante
de colombianos a los que la suerte del procesado poco o nada les importe.
En cualquier caso, el largo
proceso judicial que enfrenta el hermano del expresidente de la República,
Álvaro Uribe Vélez, da cuenta a la perfección de los problemas que arrastra la
justicia colombiana, generados en buena parte por las presiones que suelen
recaer sobre los jueces a la hora de emitir sentencias contra personajes
asociados al poder político y económico.
El fin del dilatado proceso (más
de tres años se tomó el juez) llega en el momento en el que Álvaro Uribe enfrenta
las audiencias preparatorias del juicio en su contra por delitos de
manipulación de testigos y fraude procesal. Sin duda alguna, los dos procesos
penales sirven de termómetro para medir la estatura moral y ética de todos los agentes
procesales involucrados y la talla del resto de la sociedad en esos mismos
valores.
Los líos judiciales de los Uribe hacen recordar
los sucesos de la novela La Mala Hora de Gabo, en particular aquellos elementos
que, asociados al ejercicio del poder político, la opresión, la aparición de
los pasquines y la ambientación de un pueblo como Macondo, parecen recrear
apartes del devenir histórico de la tambaleante República de Colombia.
Aunque los hechos narrados en la
novela garciamarquiana se dan un momento histórico distinto al que hoy rodean
las vidas de los Uribe Vélez, comparten elementos culturales que deberían de servir
para empezar a revisar asuntos problemáticos de nuestra sociedad. Esos
elementos son: 1. La prevalencia de valores premodernos que nos llevan a considerar que
estamos ante procesos civilizatorios fallidos que hacen que los sucesos expuestos
en La Mala Hora se tornen perennes. 2. El
ejercicio de la política que en función de garantizar privilegios y derechos,
incluido el de determinar quién debe vivir o morir por mandato divino y de la
mano de un cura, o por orden directa de un capataz, terminó borrando los límites entre políticos y criminales. 3. La insensibilidad moral
de la que hablan Bauman y Donskis en el libro Ceguera moral. Frente a la
operación de los grupos paramilitares, por ejemplo, gran parte de la sociedad
colombiana exhibió actitudes adiafóricas que daban cuenta de que jamás habría
forma de que se conectaran moralmente con las víctimas de esos grupos de “limpieza
social y política” que específicos grupos de poder político y económico validan
aún a pesar de sentencias condenatorias en el marco de la parapolítica.
Culpables o no los hermanos Uribe Vélez, una parte de la sociedad ya los juzgó y condenó, mientras que la otra hace rato los declaró inocentes, no por estar convencidos de su probidad, sino por la imperiosa necesidad de extender en el tiempo la debilidad de la justicia, escenario en el que suelen moverse a gusto todos aquellos que ostentan poder económico, social y político.
Tomada de alvaro uribe y santiago uribe - Búsqueda Imágenes
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