lunes, 11 de noviembre de 2024

NEPOTISMO EN EL GOBIERNO PETRO: ¿Y EL CAMBIO?

 

Por Germán Ayala Osorio

 

Hay consenso académico, político y social en torno a que la corrupción público-privada es el mayor problema de Colombia en la medida en que se afectan las finanzas públicas y la eficacia del Estado al momento de responder a las demandas sentidas de las comunidades que bajo su autoridad y tutela esperan que aquellas sean asumidas por las entidades estatales bajo condiciones de eficacia, eficiencia y efectividad.  La corrupción es uno de los principales obstáculos al desarrollo socioeconómico, la consolidación de un Estado eficaz y eficiente y el fortalecimiento de la democracia en Colombia” (Theodore Kahn y Víctor Saavedra, Fedesarrollo).

La corrupción resulta ser tan determinante en el país, que su permanencia en el tiempo y su naturalización se asume como parte del objetivo final de todo gobierno de alcanzar niveles aceptables de gobernabilidad, lo que supone la activación del clientelismo y el nepotismo como formas aceptadas de distribución del poder.

De allí que ofrecer combatir las prácticas corruptas y proscribir el ethos mafioso que las facilita suele servir a los propósitos electorales de los candidatos a cargos de elección popular que ofrecen erradicarlas de tajo. No hay candidato a la presidencia que en la historia del país no haya ofrecido enfrentarla y acabarla o por lo menos “reducirla a sus justas proporciones” como lo propuso el entonces presidente de la República, Julio César Turbay Ayala.

Es tal la fuerza de la corrupción público-privada en el país, que el referendo de 2018 con el que se intentó proponer cambios institucionales y operacionales conducentes a ponerle coto a las prácticas corruptas fracasó. La dificultad para acabar con la corrupción radica en que el ethos mafioso que genera las conductas dolosas o por lo menos éticamente comprometedoras en los sectores público y privado está validado política, cultural, social y económicamente. Bajo esas circunstancias, pretender eliminarla es un imposible cultural. De ahí que insistir en que es posible proscribirla constituye una gran mentira.

Con la bandera del cambio y la lucha frontal contra la corrupción, el entonces candidato Gustavo Petro logró cautivar a millones de colombianos que creyeron a pie juntillas en que era posible cambiar las maneras en las que se viene haciendo la política en el país, asociada esta a los poderes de facto ejercidos por contratistas y otros mecenas que suelen aportar millonarias sumas de dinero a las campañas a cambio de contratos multimillonarios con los que no solo recuperan la inversión electoral, sino que logran aumentar sustancialmente sus riquezas. A ese factor político y económico se suma que hacerse con la presidencia en Colombia constituye un triunfo electoral que le abre las puertas al nepotismo en la medida en que la torta burocrática queda bajo el dominio del partido vencedor o de las otras colectividades que conforman la coalición de gobierno.

El diario El Espectador reveló que ministros de la actual administración tienen a familiares trabajando en varias dependencias. Esto se lee en la referida nota del diario bogotano: “Una docena de ministros, directores de departamentos administrativos y otros altos funcionarios nombrados por el presidente Petro tienen a sus familiares contratados en diferentes entidades del poder público. Aunque muchos cumplen con los requisitos para desempeñar las funciones, la oposición y otros sectores hablan de una práctica cuestionable que el propio Petro y sus más cercanos rechazaron antes de llegar a la Presidencia”. En el texto noticioso se hace claridad en torno a nombramientos que vienen desde antes del 7 de agosto de 2022.

Lo informado por el diario El Espectador tiene dos efectos: de un lado, expone al gobierno Petro a las críticas de sus detractores y del otro, le da a la oposición, incluidas las empresas mediáticas que pactaron deslegitimarlo, elementos fácticos que en el 2026 serán usados para atacar al candidato o candidata encargada de recoger y defender las banderas del progresismo, incluida la ya manida lucha contra la corrupción.  Eso sí, hay que decir que el nepotismo es una práctica común en todos los gobiernos de derecha.

Nadie niega que este gobierno viene logrando cambios en el sector rural a través de una reforma agraria que otras administraciones evitaron hacer porque sus intereses estaban anclados a los negocios de los grandes terratenientes y ganaderos que les patrocinaron sus campañas. Hablo en particular de los gobiernos de Uribe, Santos y Duque.

La contratación de las vías terciarias con las JAC hace parte de esos cambios en las maneras en las que el Estado coadyuva a garantizarle a los campesinos que puedan sacar sus productos a las cabeceras municipales. Y hay otros asuntos en los que este gobierno viene haciendo la diferencia. Pero esas prácticas nepotistas terminan por ensuciar un proyecto político progresista que ante todo debería haberse diferenciado ética y moralmente de los propósitos de la derecha, sector de poder político responsable de haber naturalizado todas las formas de corrupción público-privada en el país.




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