Por Germán Ayala Osorio
A menos de dos años de terminar
su mandato, el presidente Petro se atrinchera más en la Casa de Nariño para desafiar
a la clase política que optó por hacer oposición de la peor manera: sin
discutir las propuestas y aportando a la consolidación de un peligroso clima de
odios ideológicos cuyo origen se remonta al pírrico triunfo del No en el plebiscito
por la paz.
Ya no hay tiempo para hacer
acuerdos y mucho menos hay voluntad en las partes para pactar unos mínimos de
convivencia política entre el Ejecutivo y el Legislativo, convertido este
último, por cuenta de la obtusa y férrea oposición, en un enemigo de las reformas
que el país necesita. A ese mal ambiente se suman las decisiones de altas cortes
como el Consejo de Estado y la propia Corte Constitucional cuyos fallos
claramente devienen politizados y exhiben una toma de partido que evita que
haya un diálogo armónico entre los tres poderes públicos.
Con la frase “maldito el
parlamentario que a través de las leyes destruye la prosperidad de su propia
tierra, de su propio pueblo”, Gustavo Petro expuso a los congresistas opositores
ante sus seguidores a la espera de que en el 2026 sea posible renovarlo.
Justamente, esa es una de las tantas quimeras que arrastramos como sociedad:
renovar el Congreso. Remozar esa corporación, junto a lograr la paz en el país y
acabar con la prostitución en el mundo son sueños tan inveterados que se van
tornando en unas verdaderas utopías.
Por más que la izquierda y el
progresismo hagan pedagogía electoral con el pueblo que sus voceros y principales
figuras creen que los sigue, la clase empresarial y los banqueros seguirán poniendo
en el Congreso a sus fichas para evitar que se legisle en contra de sus intereses,
muchos de ellos pérfidos y contrarios al objetivo de profundizar la democracia
en los términos planteados por Chantal Mouffe. Realmente, no son congresistas
los que ponen en esas curules. Son lobistas con fuero.
Una vez termine este
gobierno vendrán las desafiantes campañas
políticas con las que nuevamente el marketing político hará de las suyas para que
todos los candidatos presidenciales, en particular los de la derecha y el
medroso “centro” se dediquen a vender humo, evitando así exponer con franqueza
que hay asuntos de fondo que como país debemos discutir para ver si algún día logramos
dejar atrás las taras civilizatorias que nos identifican como una sociedad premoderna,
clasista, racista y con tendencias fascistas; y lo que es peor, con unas élites
rentistas a las que solo les interesa concentrar más y más riqueza y poder y
por esa vía entorpecer los ya débiles procesos civilizatorios de los que
hacemos parte.
Lo peor de todo es que los llamados
intelectuales no aparecen para llamar la atención del peligroso ambiente sociopolítico
y electoral que venimos naturalizando por cuenta de un ejercicio periodístico ideologizado,
impulsivo, mentiroso y mediocre que terminó develando la verdadera naturaleza
política de las empresas mediáticas. Los más reconocidos escritores, pensadores,
académicos, investigadores, científicos y filósofos, entre otros, parecen estar
en “modo avión” para no atender llamados y mucho menos para intentar explicaciones
y exponer posibles salidas a tanta animadversión y violencia discursiva expuestas
en redes sociales, en las relaciones entre los tres poderes públicos y en las
propias emisiones de los noticieros.
El presidente Petro debería de
convocar a la Comisión de Sabios para que sus miembros le hablen al país. O
quizás haga falta un ejercicio de prospectiva como el que Destino Colombia
planteó con sus 4 escenarios posibles de los cuales por lo menos se cumplió aquel
que llamaron “Todos a marchar”, cuyos efectos de la anhelada “mano firme” aún
estamos lamentando.
cuatro escenarios para Colombia Destino colombia - Búsqueda Imágenes
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