sábado, 30 de diciembre de 2023

FINITUD Y NATURALEZA HUMANA

 

Por Germán Ayala Osorio

 

La finitud de la vida y los marcos mentales universales hegemónicos que el ser humano creó y que suelen confluir en los conceptos de cultura (oriental y occidental), bien podrían servir para explicar el comportamiento hostil con la naturaleza y entre nosotros mismos.

Una vez encontrado y probado el camino de lo que se conoce como el desarrollo económico, el bienestar colectivo e individual y el haber diseñado los instrumentos ideológicos, con enormes fundamentos religiosos, la especie humana se convirtió en la familia con el mayor poder disruptivo y la más peligrosa para todas las expresiones de la vida en el planeta. Como plaga indomable fuimos poblando el planeta, hasta convertirlo en un colosal botadero de basuras de todo tipo y en un infame escenario de confrontación bélica que hace posible pensar en que, al no estar soportada nuestra existencia en la relación presa-predador, entonces nos convertimos en la especie dominante y depredadora que somos hoy.

Si bien hay que reconocer formas “violentas” en los nichos ecológicos de otras especies, expuestos con claridad en las relaciones presa-predador, los disímiles “nichos culturales” con los que se identificaron civilizaciones y pueblos modernos resultaron peores a la fiereza demostradas cuando vemos cazar venados a las leonas o a las hienas disputarse a dentelladas un cadáver.

Al hacer consciencia temprana de que vamos a morir, lo construido culturalmente adquiere mayor solidez, lo que hace posible que la finitud, contradictoriamente, pase a un segundo lugar o quizás, conscientemente, la convirtamos en una excusa para dar continuidad a todas las acciones que aseguran, de un lado, el desarrollo económico depredador y, del otro, el bienestar generalizado de la humanidad. ¿Si finalmente vamos a morir, por qué no hacerlo? La razón y el sentido último que están detrás de la pregunta se erigen como un valor universal que impulsa a continuar dominando los ecosistemas naturales a nuestro antojo, a pesar de los discursos conservacionistas y el que insiste en la posibilidad de alcanzar una pretendida e ilusoria sostenibilidad. Bien por quienes desde la ciencia y el ejercicio político hacen llamados a ponerle límites al desarrollo, sin revisar las lógicas del desarrollo económico, y mucho menos evitando discutir de manera universal cuál es nuestro papel o mejor, si podemos pensar y diseñar un “nicho ecológico” que haga posible reestablecer las relaciones con la naturaleza.

Cuando nos reconocemos como parte de la naturaleza, como una especie más, lo hacemos más por miedo a los discursos catastrofistas de los ambientalistas y científicos, o por un tardío mea culpa por los negativos efectos que como especie dominante dejamos a diario en los ecosistemas naturales.

La búsqueda frenética de la NASA y de otras agencias científicas en torno a las posibilidades de trasladarnos a otros planetas para sobrevivir al posible colapso de la Tierra, solo sirve para explicar que la pulsión por dominar el universo nos confirma como una especie inteligente, cuya finitud será siempre el motivo y la razón para justificar nuestra incontrastable presencia. Si algún día esa condición finita se logra superar, ya surgirán otros problemas por resolver y maneras distintas de estar. Mientras tanto, el milagro de la vida, con todo y sus vicisitudes, y las ideas actuales de bienestar, progreso y desarrollo, seguirán negándonos la posibilidad de repensarnos y de revisar nuestras relaciones con el resto de las especies.

 



Imagen tomada de Research Gate

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