domingo, 6 de abril de 2025

EL ESTUDIANTE-CLIENTE (II)

 

Por Germán Ayala Osorio

 

En una anterior columna hice referencia a la existencia del estudiante-cliente, fenómeno que en mayor medida se expresa en universidades privadas, pero que varios corresponsales consideran que su presencia ya hace parte de las dinámicas de los colegios. Otros de los lectores de la columna El estudiante-cliente (I) ubicó al neoliberalismo como doctrina responsable de esa clientelización del estudiantado. 

Otra de las voces que reaccionaron apuntaron a la necesidad de caracterizar a los docentes que están sometidos a las dinámicas que genera esa condición del estudiante visto como usuario, cliente o consumidor de los servicios educativos ofrecidos por las universidades privadas. Esta columna es un intento en ese sentido.

Hay un primer grupo de profesores que, frente a dicho fenómeno, optan por guardar silencio, aunque tratan en el aula de modificar los nocivos efectos de esa clientelización de los estudiantes. Estos profes soportan con estoicismo esas nuevas circunstancias en las que deben operar como orientadores de cursos a los que asisten estudiantes-clientes que pagaron costosas matrículas para “consumir y desechar” discursos, posturas, conceptos, fórmulas y hechos que en el pasado suscitaban discusiones acaloradas entre los docentes y aquellos estudiantes política y académicamente formados para entablarlas y sostenerlas en el tiempo. A esos estudiantes-clientes no les interesan los rollos y mucho menos debatir las ideas del profesor. Es suficiente con que los entretenga y mucho mejor si los hace reír.

En un segundo grupo se ubican aquellos que acatan sin chistar esa nueva realidad académica no tanto porque estén convencidos de que es lo mejor para la academia y para los clientes, sino porque su carácter sumiso los obliga a mantenerse del lado de quienes para el caso ostentan el poder: las directivas. Estos profes son una especie de obsecuentes manzanillos que aprendieron a reptar. Le apuntan a un cargo directivo para librarse de la pesada carga académica.

Y en un tercer grupo podemos ubicar a los que se atreven a cuestionar los listados de estudiantes-clientes que la Universidad asume como “especiales” y que les entrega para que coadyuven a evitar que deserten, es decir, que el estudiante-cliente abandone la carrera. Estos profes corren el riesgo de ser señalados por el colega que ostenta un cargo directivo de “no tener la camiseta puesta”. Estos docentes suelen somatizar el cansancio que les produce enfrentar la mediocridad, las incoherencias y la irresponsabilidad de los estudiantes-clientes.

En los tres grupos hay diferenciadas apuestas éticas. Los que se ubican en el primer grupo exhiben una eticidad responsable en la medida en que creen aún que en el aula es posible poner en crisis esa condición de estudiante-cliente que tanto daño le está haciendo a la academia y a quienes, muchas veces sin saberlo, padecen esa condición que deviene sistémica. En cuanto a los que hacen parte del segundo grupo, la ética practicada resulta acomodaticia y cercana a las maneras como opera la Política en la que los intereses están por encima de las relaciones de amistad e incluso de la responsabilidad académica frente a los estudiantes-clientes, víctimas y victimarios de un sistema cultural y de unos procesos civilizatorios en crisis.

Finalmente, en el tercer grupo, sus profesores exhiben una ética ciudadana forjada en el cuestionamiento del poder y de las realidades. Estos profesores, cada vez más escasos, perseguidos y estigmatizados al interior de las universidades responden de manera clara al carácter genuino que acompañó a la Universidad como institución moderna durante siglos. Es decir, antes de que la doctrina neoliberal se asumiera como plan de vida individual y como parte de una nuevo “ordenamiento cultural”. Bajo este “ordenamiento cultural” se debilitan proyectos comunitarios o colectivos, se apunta a la atomización de la sociedad y se desprecia la lectura crítica; al final, lo que se impone es la lógica individual de unos estudiantes infantilizados desde sus hogares y aceptados así por la universidad que da continuidad a ese proceso que termina con la graduación de estudiantes-clientes.




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