martes, 5 de agosto de 2025

AMOR, DIGNIDAD Y RESPETO AL OTRO

 

Por Germán Ayala Osorio

 

Cuando el deterioro físico y mental aparecen y con estos insufribles dolores y el deseo de partir quizás a otra dimensión, casi de inmediato se activa el dilema entre someter al familiar-paciente a tratamientos paliativos o escuchar sus clamores de querer descansar, bien pidiendo la eutanasia o simplemente dejando de comer y de ingerir medicamentos esenciales.

En esa disyuntiva colisionan conceptos como el amor, la dignidad y el respeto por el otro y se despiertan las consideraciones éticas y morales que en lugar de ayudar a tomar una decisión rápida pensando en el enfermo que sufre, alargan sus padecimientos, al tiempo que entre hermanos, primos, hijos, sobrinos y nietos el dolor compartido les nubla el pensamiento.

Por estar inmersos en una cultura conservadora y en una sociedad creyente, la tendencia es a “dejar todo a la voluntad de Dios”, mientras el familiar sufre y reitera que está cansado, que quiere morir con dignidad, así este último concepto no lo reclame explícitamente.

En esas situaciones es complejo y difícil abandonar creencias religiosas impuestas a partir de esa relación de sometimiento entre el Todopoderoso y sus frágiles y atormentados “hijos”. Cuando la eutanasia como concepto y procedimiento aparecen, entonces la dualidad entre insistir en extender la sufrida vida o de reconocer al ser amado como sujeto que tiene el derecho a pedir que lo dejen descansar, se torna aún más difícil de abordar y procesar.

Debemos ser conscientes de que en algún momento de la vida y por diversas circunstancias podemos llegar a sentir cansancio y de querer partir, ojalá en las mejores y posibles condiciones de dignidad humana. El verdadero amor no está en acompañar al enfermo y ser testigo de sus padecimientos. El genuino amor está realmente cuando escuchamos su deseo de parar tratamientos, de no acudir más por urgencias a clínicas o hospitales o su expresa o tácita solicitud de la eutanasia.

Qué bonito sería que el ritual de la muerte lo asumiéramos con la misma alegría que nos entrega el ritual con el que damos la bienvenida al recién nacido. Y qué bueno sería que más médicos ayudaran en silencio y en consenso con los familiares de sus pacientes, a cumplir los deseos de quien desea partir.




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