Por Germán Ayala Osorio
Cuando el deterioro físico y
mental aparecen y con estos insufribles dolores y el deseo de partir quizás a
otra dimensión, casi de inmediato se activa el dilema entre someter al familiar-paciente
a tratamientos paliativos o escuchar sus clamores de querer descansar, bien
pidiendo la eutanasia o simplemente dejando de comer y de ingerir medicamentos
esenciales.
En esa disyuntiva colisionan conceptos
como el amor, la dignidad y el respeto por el otro y se despiertan las
consideraciones éticas y morales que en lugar de ayudar a tomar una decisión rápida
pensando en el enfermo que sufre, alargan sus padecimientos, al tiempo que entre
hermanos, primos, hijos, sobrinos y nietos el dolor compartido les nubla el
pensamiento.
Por estar inmersos en una cultura
conservadora y en una sociedad creyente, la tendencia es a “dejar todo a la
voluntad de Dios”, mientras el familiar sufre y reitera que está cansado, que quiere
morir
con dignidad, así este último concepto no lo reclame explícitamente.
En esas situaciones es complejo y
difícil abandonar creencias religiosas impuestas a partir de esa relación de sometimiento
entre el Todopoderoso
y sus frágiles y atormentados “hijos”. Cuando la eutanasia como concepto y
procedimiento aparecen, entonces la dualidad entre insistir en extender la
sufrida vida o de reconocer al ser amado como sujeto que tiene el derecho a
pedir que lo dejen descansar, se torna aún más difícil de abordar y procesar.
Debemos ser conscientes de que en
algún momento de la vida y por diversas circunstancias podemos llegar a sentir
cansancio y de querer partir, ojalá en las mejores y posibles condiciones de dignidad
humana. El verdadero amor no está en acompañar al enfermo y ser testigo de sus
padecimientos. El genuino amor está realmente cuando escuchamos su deseo de
parar tratamientos, de no acudir más por urgencias a clínicas o hospitales o su
expresa o tácita solicitud de la eutanasia.
Qué bonito sería que el ritual de
la muerte
lo asumiéramos con la misma alegría que nos entrega el ritual con el que damos
la bienvenida al recién nacido. Y qué bueno sería que más médicos ayudaran en
silencio y en consenso con los familiares de sus pacientes, a cumplir los
deseos de quien desea partir.
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