Por Germán Ayala
Osorio
De los complejos problemas de Colombia son responsables su
pueblo, las empresas mediáticas, la élite tradicional, esto es, los clanes políticos
que históricamente usan su poder para capturar y privatizar el Estado y agentes
sociales, económicos y políticos de la sociedad civil que actúan bajo los
principios del ya naturalizado ethos mafioso. Digamos que esa es una verdad de
Perogrullo que, además de incontrastable, tiene el grave problema de esconder
las responsabilidades que hay que endilgarles a otros agentes. Esos otros,
hacen parte de lo que se conoce etéreamente como la comunidad internacional.
Y dentro esa espectral comunidad aparecen los fabricantes de
armas y pertrechos militares, a quienes siempre les convino y les conviene aún,
la extensión en el tiempo el conflicto armado interno. Se suman a estos
señorones de la guerra y las multinacionales mineras y madereras a las que solo
les interesa venir a saquear los recursos, en el contexto de una economía de
enclave que solo las beneficia a ellas. La operación de estas en buena medida
viene coadyuvando a que millones de colombianos vivan en condiciones
miserables.
Así, Colombia vive en una eterna esquizofrenia entre la paz y
la guerra, alimentada esa condición mental, de un lado, por los señorones de la
guerra y sus espejos locales, y por el otro, por quienes de manera equivocada
invocaron la revolución armada, para terminar recibiendo 10 curules del
régimen, y sin haber logrado modificar las co-relaciones de fuerza al interior
del régimen de poder. En este aspecto, logró más el Pacto Histórico y las vario
pintas corrientes que lo conforman, en cuatro años y sin echar al aire un solo
tiro: 20 escaños en Senado y 25 en Cámara de Representantes.
Justamente, a varios agentes y actores de esa comunidad
internacional les conviene que el Estado colombiano siga operando bajo las
mismas condiciones de debilidad institucional, incapacidad para copar el
territorio, pero sobre todo, que lo haga bajo la égida de gobiernos neoliberales
entregados a esta doctrina, y por supuesto, capaces de articularse a las redes
de corrupción que van de la mano de lo que se conoce como la cooperación
internacional.
No se escucha abogar a estas fuerzas económicas y políticas
internacionales para que Colombia se consolide como un Estado moderno, capaz de
garantizar una vida digna para todos sus nacionales. No. Por el contrario,
entre más dificultades ofrezca el país, sus intereses crecen y también las
ganancias de quienes están detrás de las organizaciones internacionales que
aportan, por acción u omisión, a las desgracias del país.
A pesar de que la corrupción es ya reconocida como el
principal problema del país, no se proponen, desde esas instancias
internacionales, estrategias de presión contra las élites locales para que,
quizás siguiendo a Turbay Ayala, logren reducir
la corrupción a sus justas proporciones. Por el contrario, ese escenario en
el que opera el ethos mafioso es el que más les conviene a multinacionales de
todo tipo, pues saben que acá todo se logra con el pago de millonarias coimas,
“inversión o gasto” que se recupera con las exenciones de impuestos de renta o
el irrisorio pago de regalías.
Además, a lo anterior hay que sumar que somos el perfecto
laboratorio político, social y económico con el que cuentan las fuerzas
internacionales del tráfico de drogas, incluyendo, por supuesto, la banca
internacional. Esas mismas fuerzas saben que, para el caso colombiano, de
tiempo atrás, los narcotraficantes ponen presidentes para que les hagan el
juego a la obtusa lucha contra el narcotráfico; también saben que el sistema
bancario nacional está dispuesto para el lavado de activos. Y socialmente,
saben que el ethos mafioso, derivado de esa actividad ilícita, permitió y
permite aún que la sociedad entera termine validando el ascenso social
soportado en las prácticas criminales que se derivan de la lucha contra el
tráfico de drogas. Hay que decirlo sin ambages, Colombia y sus problemas
constituyen uno de los más grandes laboratorios de la infamia que este moderno orden criminal del mundo creó hasta el momento.
Por todo lo anterior, no basta con proponer cambios al interior
del país, cuando lo que hay poner en cuestión son las relaciones con una
comunidad internacional igualmente mafiosa y criminal, así como a quienes
dentro del país operan como sus espejos de poder. Así las cosas, vuelvo e
insisto, Colombia necesita de una revolución cultural y ello implica, ponerle límites a
los intereses de una comunidad internacional que sigue viendo a Colombia y a su
pueblo, como instrumentos con los que logran saciar las costosas vidas de
presidentes de compañías multinacionales.
Imagen tomada de Cromos
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