Por Germán Ayala Osorio
El 10 de enero de 2025 el gobierno de Gustavo Petro confirmará lo que viene haciendo desde que Nicolás Maduro le robó las elecciones a Edmundo González: un reconocimiento de facto. Se da por descontado que Petro no asistirá a la posesión de Maduro, por lo que dejará en la representación diplomática colombiana la responsabilidad de confirmar la postura asumida por Colombia, que se explica fundamentalmente por tres razones a saber: la primera, porque el gobierno de Petro quiere evitar a toda costa una crisis diplomática que provoque el cierre de la porosa pero dinámica frontera binacional. La segunda, porque mantiene su rechazo al bloqueo económico decretado por los Estados Unidos de la mano de la derecha venezolana responsable en gran medida de la irrupción de Hugo Chávez Frías y la consolidación del chavismo-madurismo. Y la tercera, porque quizás en el fondo el presidente Petro espera que la crisis interna la puedan resolver los propios venezolanos sin las injerencias de los Estados Unidos y de otros países.
Que la derecha colombiana rechace
la decisión del gobierno Petro es apenas lógico en la medida en que sus
intereses están atados de manera incondicional al bloqueo económico gestado por
los Estados Unidos con el objetivo de “ahogar” al régimen de Maduro. Llevan
años “ahogándolo” y lo único que han logrado es contribuir al terrible éxodo de
millones de venezolanos por todo el mundo. Los efectos de esa masiva migración
los viene sintiendo Colombia, en particular por la operación en el país del
Tren de Aragua y de otras estructuras criminales en las que participan
colombianos y venezolanos.
A quienes militan en ese espectro ideológico en Colombia, poco les importa la suerte de los colombianos y venezolanos que viven de las actividades legales e ilegales que se desarrollan a lo largo y ancho de la permeable frontera entre los dos países. Para aquellos, un nuevo cierre de la frontera constituye una medida sensata, propia de cualquier Estado democrático obligado a rechazar la violación de los derechos humanos que de manera sistemática se viene presentando en Venezuela. Eso sí, el genocidio en Gaza perpetrado por Israel no ameritaría una revisión de las relaciones diplomáticas, políticas y comerciales porque lo que interesa es mantener las relaciones de sumisión frente a los Estados Unidos y sus aliados. Para la derecha colombiana las relaciones con Israel, el Estado asesino de niños y mujeres palestinas son incuestionables y sagradas.
Quizás esta última circunstancia ideológica y política sirva para entender que diplomacia e hipocresía siempre se asumirán como sinónimos funcionales a un mundo en el que por miedos o conveniencias de todo tipo la coherencia siempre será puesta en cuestión. No podemos olvidar que sobre la aviesa condición humana están soportadas las operaciones estatales y las relaciones internacionales, de ahí que todo lo que hagan los Estados, legítimo o no, siempre será posible medirse desde la perversidad que nos acompaña como especie "estúpidamente" inteligente.
Exagera la derecha colombiana al señalar que el gobierno colombiano apoya de manera incondicional al régimen de Maduro Moros. Insisto en que ese reconocimiento de facto está fundado en los reparos expresados por la cancillería colombiana en relación con las famosas actas que probarían que efectivamente hubo fraude en las pasadas elecciones ocurridas en el vecino país.
Ese reconocimiento de facto podría servir para que las relaciones políticas y diplomáticas entre Colombia y USA se tornen aún más tensas ahora que regresará a la Casa Blanca el republicano Donald Trump, quien ya empezó a “calentar” el ambiente con su pretensión de reclamar el control sobre el Canal de Panamá. Veremos cuán movido querrá Trump que sea su periodo presidencial en el ámbito internacional cuando su apuesta política está fundada en el proteccionismo económico, asunto que por supuesto hace que Colombia, Venezuela y Panamá sean variables importantes que deberá considerar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario