martes, 24 de diciembre de 2024

EL REGRESO DE FABIO OCHOA VÁSQUEZ

 

Por Germán Ayala Osorio

 

Como era de esperarse, el regreso al país de Fabio Ochoa Vásquez lo cubrieron varios medios de comunicación como si se tratase de un famoso artista o deportista olímpico. Faltó poco para que el carro de bomberos lo paseara por las congestionadas vías de la capital del país. O por las de Medellín, la tierra entrañable de quien regresó después de pagar una condena de 23 años en los Estados Unidos por narcotráfico.

Ese tipo de cubrimientos periodísticos se explican por razones que tienen que ver con la doble moral colectiva que se naturalizó en el país y por supuesto por la aplicación de los criterios de noticia al hecho mismo del retorno a Colombia del ex narcotraficante. Haré referencia en esta columna a esa doble moral que es, de tiempo atrás, un distintivo cultural de los colombianos, el mismo que a diario la prensa hegemónica se encarga de validar.

La evidente admiración de cientos de miles de ciudadanos por los mafiosos en Colombia fue el elemento cultural que permitió su aceptación social y política por allá en los años 70, 80 y 90 cuando aparecieron con toda su “magia”. Conseguir plata, ostentar la posesión de carros lujosos, relojes, anillos, haciendas e incluso presumir la compañía de mujeres hermosas, en particular reinas y modelos, y tener con qué sobornar a las autoridades hace parte de los imaginarios de millones de hombres en Colombia. Y también de mujeres a las que les fascina andar con Machos con plata. De allí que mafiosos como los Ochoa Vásquez, Pablo Escobar o los Rodríguez Orejuela, para solo nombrar a los más famosos, cuenten con la admiración social suficiente como para que el interés de saber cómo envejecieron, vivieron o murieron sea perenne. Que se vendan camisetas y gorras con el rostro y el nombre de Pablo Escobar estampados y que haya una ruta turística en Medellín para saber de la vida del afamado criminal es la más clara expresión de esa doble moral que es el camino por el que permitimos la corrupción público-privada y todas las formas de violencia, física y simbólica que nos dejó la operación de los carteles de la droga en el país.

La prensa cumple con la función de mantener vigente esa “necesidad” social de saber de la vida de narcotraficantes cuya fortuna y vida son anheladas en sectores populares y legitimadas por miembros de la élite económica y política tradicional.

La llegada del menor del clan Ochoa Vásquez se da pocos días después de que Miguel Rodríguez Orejuela, entonces capo del Cartel de Cali le enviara una misiva al presidente Petro en la que le solicita ser nombrado como “gestor de paz” para “contar mi verdad sin odios ni revanchas y así poder alcanzar el perdón Divino”.

El contenido de la carta del octogenario criminal despertó todo tipo de especulaciones alrededor de cuáles políticos podrían ser señalados en esa tardía verdad que por más treinta años reposa en la conciencia del arrepentido mafioso. Entonces, en las redes sociales recordaron que la financiación de campañas políticas fue un hecho común en la Colombia mafiosa y corrupta. Esas mismas especulaciones que surgieron de la epístola enviada por Miguel Rodríguez acompañaron la ruidosa llegada de Fabio Ochoa Vásquez. En ambos casos, aparecen los nombres de tres expresidentes de la República (Samper, Pastrana y Uribe) hecho que confirma la doble moral en el ejercicio de la política, actividad tan permeada por todo tipo de mafias, como la propia economía. La vigencia política de los tres exmandatarios constituye una prueba irrefutable de que esa doble moral es funcional a la democracia, a la economía y a todas las prácticas societales.

Se equivocan aquellos que esperan que Fabio Ochoa abra la boca para señalar las relaciones que el clan al que pertenece sostuvo con políticos antioqueños o de otras regiones. No. Ante todo, la lealtad y la imperiosa necesidad de conservar los distintivos culturales de aquello que se conoce como la cultura paisa y la Antioquia federal en la que no hay nada que corregir porque hay ser “berracos, avispaos, metelones y creativos”. Contrario al silencio sepulcral que guardará Ochoa Vásquez, el entonces líder del cartel de Cali, Miguel Rodríguez parece dispuesto a “contar su verdad” con el único objetivo de alcanzar el “perdón Divino”.

Los tres expresidentes que suelen aparecer relacionados con las actividades mafiosas de los carteles de Medellín y Cali, así como Fabio Ochoa y Miguel Rodríguez son creyentes. La rezan al mismo Dios, deidad a la que son devotos millones de colombianos. Al final, ser mafioso o no poco importa cuando la vejez empieza a abrirle el camino a “flaca” o a la “pelona” que, con lista en mano, empiece a cobrar lo hecho en la tierra. Y va quedando claro que la doble moral de los colombianos es tan universal como los criterios de noticia. Y la fuente en donde se produce y se reproduce ese distintivo humano es el sistema financiero internacional.



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