Por Germán Ayala Osorio
El lenguaje del silencio, junto a
los actos de habla suelen decir mucho de lo que somos como individuos y como
sociedad que comparte unos mismos códigos lingüísticos. Para el caso colombiano
dentro del colectivo social hay sectores de poder, incluido el de la prensa
hegemónica, que arrastran una historia de inmorales silencios que vienen atados
al interés de negar responsabilidades ético-políticas frente a hechos como los
falsos positivos, la corrupción en las altas esferas de la República oligárquica,
las crisis climáticas generadas por un desarrollo económico insostenible y
recientemente frente a los restos humanos encontrados en La Escombrera, fosa
común en la que, de acuerdo con informes oficiales, inhumaron cientos de cuerpos
de jóvenes durante la Operación Orión, en los tiempos del temido régimen holocáustico de Álvaro Uribe Vélez.
Con la negación de esas
responsabilidades los mutismos de todos los agentes sociales, políticos,
mediáticos y económicos comprometidos suelen permitir que el resto de la
sociedad los caracterice como inmorales y éticamente pérfidos. Los efectos
sistémicos de esos atronadores silencios son evidentes y peligrosos por cuanto devienen
asociados a las prácticas de un poder hegemónico cuyos principales líderes,
voceros y exponentes están convencidos de su condición perenne por una razón
fundamental: ya hacen parte de la cultura. Una vez instalados los
mutismos y los crímenes contra la Naturaleza y la condición humana en la
cultura es poco lo que se puede hacer. Ese es el caso de Colombia. Hay instalado
en los imaginarios colectivos, pero en particular en la élite tradicional un ethos
mafioso, criminal y sádico que los hace intolerantes a cualquier crítica o
exposición pública de sus aberraciones y cómplices silencios, tal y como lo
viene haciendo el presidente de la República.
Es en ese marco contextual en el que hay que entender los perfilamientos de los que fueron víctimas una veintena de defensores del gobierno de Petro en la red X, convertida en un cruento escenario ideologizado en el que el sicariato moral va y viene como práctica compartida entre los que se auto reconocen como “Petristas” y aquellos protectores de las astucias, el ethos mafioso y los inquietantes silencios de los agentes de la República oligárquica que durante más de 50 años consolidaron en Colombia un régimen afrentoso contra aquellos que se atrevieran a pensar distinto. Sería recomendable que desde los dos extremos le bajaran al tono pendenciero y a la violencia verbal que vienen usando en la red X.
Ese tipo de perfilamientos abre
el camino para que de la violencia lingüística y simbólica se pase rápidamente a
la violencia física y a la eliminación del adversario convertido previamente en
un enemigo cuya vida se considera inútil, contra natura y perjudicial para la
prolongación en el tiempo de esa tradición que dicta quiénes hacen parte del
selecto grupo de la élite dominante y quienes seguirán haciendo parte de la
amplia comunidad de los sometidos o subordinados.
La llegada de Gustavo Petro a la
presidencia de la República y sus peleas con algunos agentes de la oligarquía
despertaron a cientos de miles de colombianos que sienten que están en todo el
derecho de expresar su admiración por el exguerrillero, excongresista y exalcalde
de Bogotá y defender su obra de gobierno, inmersos en el pozo séptico de las
redes sociales. Quienes creen que ello es posible, loable y necesario parecen
olvidar que operan en el país escuelas de sicarios derivadas de la paz mal
hecha con los paramilitares. Sus más aventajados alumnos están prestos a que alguien
les dé la orden desde un frío escritorio para empezar a desaparecer a los
recientemente perfilados o simplemente decidan a mutuo propio hacer la “limpieza
social” tal y como se hizo años atrás en el marco de la Operación Orión en la
Comuna 13 de Medellín.
Terminar los días en una funeraria o quizás en una fosa común
por defender a Petro o las ideas progresistas será la más lamentable
constatación de que asesinar al que piensa diferente sigue haciendo parte de nuestra
sádica y fascista cultura.
Adenda: dentro de las
curiosidades lingüísticas encontramos que Perfilar se escribe con P de
Paramilitares, Parqueadero, Padilla, Preso, Perseguidos, Patrón, Pereque, Paz,
Pillos, Putrefacto, Pánfilos, Patria y Patrioterismo.
Tomado de la red X.
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