Por Germán Ayala Osorio
El reconocimiento como símbolo de paz y objeto de memoria del sombrero que portaba Carlos Pizarro Leóngomez, entonces comandante del M-19, se suma a la lista de hechos y acciones simbólicas de este gobierno que dividen y generan polémicas en una sociedad en la que la reconciliación parece un imposible político y socio cultural.
Quienes fustigan la decisión del Ministerio de Cultura hacen parte de grupos de poder hegemónico que representan a los sectores más conservadores y godos de Colombia. Sus más visibles miembros solo reconocen como símbolos de unidad cultural y patriotismo al busto de Laureano Gómez, conocido como el Monstruo; o el carriel y el poncho antioqueños, que simbolizan "berraquera, arrojo, emprendimiento y capacidad de trabajo", sin mayores consideraciones ecológicas y ambientales de parte de la "cultura" arriera a la que están atados esos dos elementos. Por lo anterior, no es posible que acepten el sombrero de Pizarro como símbolo de paz y objeto de construcción de memoria histórica. Poco valoran la decisión del entonces comandante de esa guerrilla de hacer la paz con el Estado. Recordemos que un mes después de haber dejado las armas y firmado el armisticio con el gobierno de Virgilio Barco Vargas, fue asesinado. El sicario actuó con la anuencia de autoridades y agentes estatales. Un crimen de Estado que aún no se aclara.
Por el contrario, a la derecha colombiana le parece una herejía y una provocación de parte del presidente de la República, cuya vida ha estado atada a símbolos como la Espada de Bolívar, la bandera del M-19 y todos aquellos que den cuenta de la lucha revolucionaria que dio en el pasado.
La lista de esos hechos y acciones simbólicamente significativas no es larga, pero si tormentosa para quienes ven en Petro a una figura diabólica por haberse levantado en armas contra el Estado. El primer hecho simbólico inaceptable para la godarria colombiana está atado a la figura de Gustavo Petro. Su llegada a la Casa de Nariño es símbolo de decadencia de la justicia que lo perdonó y quizás de debilidad del Estado militarista en el que creen ciegamente, justamente por no haber "dado de baja" a quien hoy es el presidente de la República.
El segundo hecho simbólico se dio durante la ceremonia de transición de mando, el 7 de agosto de 2022. El presidente Petro dio la orden a la Guardia Presidencial de traer la Espada de Bolívar, una vez investido de Jefe del Estado. Esa acción simbólica pudo entenderse como un gesto de paz y reconciliación, pero también como el regreso triunfal de las ideas que guiaron la lucha armada del M-19. Para la derecha tradicional, la presencia de la Espada de Bolívar resultó ser una infame provocación política de un presidente que a pesar de resultar electo por la vía de la elección popular, su victoria siempre será ilegítima por toda la carga libertaria y contestataria que arrastra la vida política de Gustavo Petro Urrego.
El otro gesto ocurrió durante las movilizaciones por el Día del Trabajo, de las que participó el presidente de la República. Mientras daba su discurso, Petro recibió las banderas de Colombia y del M-19. Al ondear juntas, con la complicidad del viento, pareció darse una fusión o un entrelazamiento momentáneo que también molestó a la derecha colombiana, que asumió el gesto como una revictimización de las adoloridas familias que perdieron familiares en el holocausto del Palacio de Justicia de 1985. La toma de una célula del M-19 de esa edificación y la retoma aún más violenta del Ejército, terminó con el asesinato de por lo menos 94 personas, entre ellas, 11 magistrados de la entonces Corte Suprema de Justicia.
Más allá de la polémica moral, ética y política, la decisión del Ministerio de Cultura sirve para reiterar que somos la única especie capaz de generar símbolos y de crear cultura. Ese elemento nos diferencia de los animales no humanos. Junto al sombrero de Pizarro o quizás rodeándolo, debería de aparecer su memorable frase: "Para que la vida no sea asesinada en primavera".
Nos falta mucho como sociedad para entender que tanto la figura de Laureano Gómez, el poncho y el carriel y el sombrero de Pizarro, la Espada de Bolívar, la Bandera del M-19, así como la "escopetarra" y el "balígrafo" con el que Santos y Timochencko firmaron el Acuerdo de Paz, entre otros más, hacen parte sustancial de nuestra historia política. Una historia cargada por la insuperable incapacidad cultural de aceptarnos en la diferencia y de respetar la vida de aquellos que no piensan igual.
Adenda: muy seguramente para las elecciones de 2026, o quizás antes, un candidato o candidata de la derecha prometa en campaña que su primer acto de gobierno, de resultar electo o electa presidente de la República, será anular la resolución que reconoce el sombrero de Pizarro símbolo de paz y memoria. O pedirle al mismo ministerio de Cultura que reconozca a la boina que usó en vida Carlos Castaño como símbolo de la captura mafiosa y paramilitar del Estado.
Imagen tomada de la Silla Vacía.
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