Por Germán Ayala Osorio
Los sendos llamados a juicio que hizo la Corte Suprema de Justicia (CSJ) al congresista Miguel Polo Polo por hostigamiento agravado contra el presidente Petro y otros exmilitantes del M-19 e injuria contra Gustavo Bolívar están atados al ambiente de crispación política por el que atraviesa el país y al trámite de las diferencias entre simpatizantes de la derecha y la izquierda a través de las redes sociales, convertidas en fangosas trincheras ideológicas.
Las decisiones de la CSJ superan el natural ámbito jurídico-político en el que están ubicadas y tocan los límites de lo que bien podríamos llamar un "juicio cultural" que debería de suscitar una profunda reflexión alrededor de la formación académica o la sapiencia de quienes llegan al Congreso elegidos a través del voto. Ojalá los argumentos presentados por los magistrados en los dos escritos de acusación hagan referencia a que las carencias culturales de los congresistas, propias de procesos de socialización semi fallidos, deben ser atendidas por quienes ostentan esa dignidad y por el pleno del Congreso en su obligación ético-política de ganar en respeto y legitimidad a través de un ejercicio político de sus miembros basados en una elevada capacidad para discernir y discutir asuntos públicos.
Por supuesto que detrás del comportamiento
pendenciero y camorrista de Polo Polo hay un afán de reconocimiento social y
político que desbordó la débil capacidad argumentativa del congresista, fruto
de la poca lectura de libros académicos, circunstancia cultural que le impide sostener
una discusión razonada alrededor de los asuntos públicos e incluso de los conceptos
que están inexorablemente atados a las disputas que prefirió dar apelando a la
ofensa personal, al agravio y a la injuria.
El comportamiento público del
congresista deviene legitimado por miembros del Centro Democrático que gustan
del lenguaje soez y la patanería. En lugar de formarlo política y discursivamente
para defender las legítimas ideas y valores de la derecha, prefirieron dejarlo
tal cual llegó al Congreso: lleno de vacíos conceptuales, prejuicios, una evidente
y peligrosa ignorancia supina alrededor de la historia de las ideas políticas,
pero sobre todo la incontrastable incapacidad para hilar un discurso coherente
y sólido capaz de restarle validez a los que decidió confrontar con improperios.
Quizás sin saberlo, Polo Polo terminó legitimando la relación Amigo-Enemigo que
impuso su admirado jefe político el expresidente Álvaro Uribe como elemento
prevalente de su política de defensa y seguridad democrática y manera de
relacionamiento político en una sociedad intolerante, violenta, racista y
clasista como la colombiana.
Lo más probable es que Miguel
Polo termine vencido en los juicios por los que fue llamado por el alto tribunal
y pierda la investidura de congresista que jamás debió ostentar por las
precarias condiciones en las que se dio su proceso de socialización, pero,
sobre todo, por su desinterés por superarlas a través de la lectura y la escritura
y el estudio juicioso de la historia política del país y la comprensión
universal de las ideas políticas desde Platón hasta nuestros días.
Su condición de homúnculo la llevó
a niveles superlativos gracias a sus prejuicios, a su falta de empatía y a la aversión
que acumuló hacia todos aquellos que no piensan como él. Quizás si comprendiese
de dónde proviene étnica e identitariamente y qué significa para el mundo y el país
su condición de afro, sus agravios contra los voceros y agentes del proyecto
progresista no le hubiesen permitido a sus detractores y críticos graduarlo de “capataz
negro” o “esclavo domesticado”.
polo polo a juicio por hostigamiento agravado - Búsqueda Imágenes
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