Por Germán Ayala Osorio
El 7 de septiembre de 2022 escribí
una columna
en la que dije que Colombia “cansa, atosiga, agobia y enferma” por el
registro noticioso de hechos violentos que se volvieron paisaje. Al final de este
columna reproduzco por completo ese texto de opinión.
Ahora son los recientes feminicidios,
las violaciones a menores de edad, los tocamientos a niñ@s por parte de curas
pedófilos, tíos, padres y desconocidos los que vuelven a cansar a la opinión pública;
también la corrupción público-privada y los enfrentamientos militares en los
que mueren soldados, guerrilleros y civiles en una guerra absurda que hace años
dejó de tener raíces y justificaciones políticas e ideológicas. Le siguen
llamando conflicto armado interno mas por la fuerza de las normas
internacionales que existen para llamar así al fenómeno en el que se violan los
derechos humanos y el DIH. Razón le cabe al presidente Petro cuando dijo hace
poco que en Colombia “ya no hay guerrillas”: solo existen traquetos que
andan en Toyotas cuatro puertas y vestidos de camuflado.
Casi tres años después el país
sigue cansando, atosigando y enfermando a quienes consumen las noticias y no
encuentran razones o criterios para explicar qué es lo que pasa que no
avanzamos como sociedad civilizada. ¿Qué sucede que no superamos el ethos
mafioso que guía a muchos de los miembros de una élite política y económica que
parece despreciar su propia nación, pero sobre todo los procesos de mestizaje
de los que son hijos legítimos?
Y sí, con el actual gobierno
muchas cosas vienen cambiando, pero se corre el riesgo de que el 2026, de
regresar la derecha a la Casa de Nari, sus líderes, legales e ilegales, las
echen para atrás. Eso sí, la corrupción público-privada y el ethos mafioso que
los inspira siguen presentes.
Ad portas de que una juez condene
o absuelva al expresidente y expresidiario Álvaro Uribe Vélez, sectores afines
al poderoso y temido político antioqueño buscan afanosamente deslegitimar el
proceso penal en su contra calificándolo de “político” por el solo hecho de que
la decisión que adopte la jueza 44 se dará durante el gobierno de Petro.
Olvidan que se trata de un caso
que lleva 13 años en el que el Señor Acusado ha contado con todas las garantías
procesales. Y como muestra del odio interno y la escisión del país entre
quienes esperan que sea condenado y los que sueñan con verlo absuelto y de
regreso a la Casa de Nari en condición de vicepresidente, sus defensores de
oficio, incluidos la prensa hegemónica, están buscando que los Estados Unidos imponga
sanciones económicas o descertifiquen al actual gobierno. Si en el 2028 estoy
vivo, estoy seguro de que podré sentarme a escribir sobre estos mismos hechos o
quizás otros que hoy nos atosigan, enferman y nos avergüenzan como sociedad.
Este es el texto publicado en el
2022: “El registro que diariamente hace la prensa de hechos violentos dice
mucho de las realidades que soportamos en Colombia, pero más de nosotros mismos
como ciudadanos y, por supuesto, del talante de los medios masivos y de sus
periodistas. Por ello, Colombia agobia, cansa, atosiga, abruma, apesadumbra…
En los últimos días el
periodismo registró, en varias ciudades del país, la aparición de partes
humanas diseminadas en bolsas de basura; cuerpos desmembrados arrojados a
sucias canecas que dicen mucho de nuestra condición humana; también, actos de
corrupción que a nadie avergüenzan y que poco indignan al grueso de la
sociedad: se robaron la plata de la paz, se viene diciendo de tiempo atrás, y
fueron pocos los indignados.
Al voltear la página, se lee
que una obra pública quedó mal hecha: un puente se cayó; una vía recién
entregada, colapsó; y vías que existen en mapas de cualquier oficina de
planeación son verdaderas trochas o simplemente no hay trazado alguno que
permita pensar que existió o que existirá algún día.
Mientras tanto, las grotescas
imágenes de un congresista borracho que orina odios a unos policías se vuelven
virales. Horas después, en un acto teatral, el mismo Macho cabrío, sobrio y sin
la evidencia de la micción, ofrece disculpas, mientras que ciertos periodistas
interesados en usar su investidura para atacar a la coalición política que gobierna
se ensañan con el alcohólico y putero, en un ejercicio moralizante tan pasajero
y efímero como el escándalo mismo. Ya vendrá otro hecho que lo superará en
espectacularidad y morbo. Y este llegó, por cuenta de la justicia.
La Fiscalía con sorprendente
eficacia informa que la hija de la exsenadora y prófuga de la justicia, Aída
Merlano, será condenada por el delito de favorecimiento de fuga por hechos
presentados en 2019, cuando se les voló a los “custodios” del INPEC. La hija,
Aída Victoria Merlano, usando sus redes sociales, expuso públicamente su drama.
El silencio de la misma Fiscalía frente al político Alex Char, denunciado por
la excongresista por corrupción electoral y violencia sexual, es enorme, abruma
y desdice de la justicia. Es clara su vulgar politización.
Con menos espectacularidad, se
conoce que la fiscalía general de la Nación nuevamente pedirá la preclusión del
proceso penal que involucra a un expresidente de la República, reseñado bajo el
número 1087985. El otrora órgano investigador y acusador hoy funge como
defensor de oficio del ladino latifundista, el mismo que la Corte Suprema de
Justicia encontró responsable por la comisión de los delitos de fraude procesal
y manipulación de testigos.
Los hechos registrados líneas atrás, incluidos los periodistas que de manera selectiva elevan unos hechos a la categoría de noticia, mientras a otros los echan casi en las mismas canecas en las que vienen apareciendo cabezas, brazos y piernas humanas, están atados al ethos mafioso que Colombia naturalizó. Y aunque en Colombia ya nada sorprende, aún queda tiempo para la indignación, así esta nos lleve a confirmar que efectivamente este país abruma, cansa, agobia, atosiga y nos enferma”.
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