Por Germán Ayala
Osorio
Estamos,
quizás, ante un concepto cuyos usos cotidianos lo fueron vaciando de sentido,
hasta reducirlo a una palabra-comodín con la que se pretende explicar toda
suerte de fenómenos, prácticas, hechos, situaciones, decisiones y reacciones individuales
y colectivas en las que, por supuesto, los seres humanos son protagonistas,
bien en calidad de víctimas y victimarios o como animadores, con fines de
entronización de todo lo que confluye en esa idea de cultura.
Implica,
etimológicamente, cultivar, quizás por ello, devenga con un carácter positivo y
se niegue la existencia, por ejemplo, de la cultura
de la muerte, o de la cultura de la violencia.
Su uso cotidiano y diverso nos permite reconocer acepciones como cultura organizacional, cultura machista y cultura de paz, que dan cuenta de la posibilidad de que es posible
establecer normas, principios, valores y acciones que terminan por aceptarse,
bien por la fuerza de la costumbre, o por la fuerza de las sanciones y las
imposiciones que la sociedad o grupos mayoritarios disponga, cuando estas no se
acatan de la mejor manera.
Si lo
miramos como un sistema de valores, creencias y prácticas, estamos ante una
compleja red de relaciones y de ejercicios representacionales que, atados a un
específico régimen de poder (político, social, económico), sirven para
blindarlo y en muchos casos, para extender en el tiempo correlaciones de fuerza
que terminan en la extensión en el tiempo de privilegios sectoriales, de
negaciones y prohibiciones.
Todos
estamos inmersos en la cultura, en una cultura. Por ello, la búsqueda
individual de la felicidad en buena medida, a decir de Freud, tendrá en la
cultura un escenario de control a las pulsiones individuales enfrentadas al
sentido de felicidad colectivo que se impone con la cultura o el que la
“cultura dominante” evita, justamente, porque en esta confluyen los intereses
de una élite que, con poder político y económico, ha logrado capturar el Estado
y lograr sus <<privatización>> o su operación bajo criterios
corporativos.
Quizás por
lo anterior, sea el concepto que más se asocia a la condición aviesa de la
condición humana, en la medida en que las reglas y las prácticas validadas en
el tiempo, podrán ser leídas como imposiciones inaceptables por quienes en
algún momento puedan sentirse como sus víctimas o simplemente, porque entran en
tensión y conflicto con formas distintas de asumir la vida en la cultura.
De lo
anterior se colige el sentido problemático de la cultura cuando en su
pretendida acción universalizante, sus reglas, prácticas, imaginarios, mitos y el
carácter son sometidas a críticas con la natural intención de erosionarlas,
matizarlas o ajustarlas a cambios, “actualizaciones”, bien por la vía de las
presiones externas o internas.
Como única
especie animal capaz de crear cultura, el ser humano cree poder lograr con la
cultura no solo explicar sus maneras de estar en el mundo, sino de justificar,
moralmente, las reglas, los comportamientos, las acciones y las prácticas que
consolidan y validan todo el tiempo ese sistema que hace operar una sociedad o
a varias de manera disímil.
Cuando se
dice que dice que el “problema es cultural” o que eso que se critica o se alaba
está en la cultura, no solo se reconoce su complejidad, sino su dinamismo, en
virtud a que está atada a las ideas, ocurrencias, creencias, miedos y acciones
de poder de una especie que, al sentirse dominante, desde tiempos remotos ha
estado buscando alejarse de la Naturaleza
para protegerse de su carácter contingente y por esa vía, justificar su
dominio, transformación y sometimiento. Y al hacerlo, valida modelos de desarrollo
que no son otra cosa que formas de dominación que terminan extendiéndose, por
ejemplo, a grupos étnicos asumidos como <<subalternos>> y por esa
vía, premodernos, incivilizados e inconvenientes para el normal funcionamiento
de la cultura dominante o hegemónica.
Así
entonces, la cultura, cualquiera que sea la acepción aceptada, siempre dará
cuenta de la capacidad del ser humano de crear símbolos, validar prácticas, crear
y recrear mitos y deidades; desechar
otras y modificarlas en el tiempo; imponerse reglas, al tiempo que también crea
caminos para no seguirlas del todo o para violarlas a través de procesos
llamados de contra-cultura. Con el tiempo, si así lo decide el colectivo o
quienes dominen la opinión colectiva, esas reglas, prácticas o maneras de estar
y de relacionarse podrán sufrir modificaciones, invalidaciones o
transformaciones.
La cultura
suele ser o fungir como la manta o la cubierta debajo de la cual reposa lo más
sublime de unos grupos humanos en particular, pero también lo más execrable. En
plural, las culturas, son las mantas en las que cada pueblo protege sus reglas,
valores y formas particulares de estar en el mundo. Por efecto de las
migraciones o las conquistas de territorios a través de las guerras o los
conflictos internos (guerras interétnicas) esas mantas suelen también cubrir o
esconder los procesos de imposición y dominación de otras culturas consideradas
como bárbaras, inviables, premodernas o simplemente, incómodas a los nuevos
tiempos con los que se ambienta la llegada de una nueva y siempre mejorable cultura.
El dinamismo de la cultura o de las culturas está dado por la fuerza civilizatoria del ser humano y su voluntad de buscar estadios de felicidad, sin importar que aquella suponga, por ejemplo, sobrevivir en escenarios de postnaturaleza, diseñados por la tecnología, en virtud de los problemas ambientales (ecológicos) generados por la especie humana por su capacidad perturbadora.
ALGUNAS DEFINICIONES:
Tylor, quien en 1871 concibió la
cultura como «… esa totalidad que incluye conocimientos, creencias, arte,
moral, derecho, costumbres y cualesquiera otras aptitudes y hábitos que el
hombre adquiere como miembro de la sociedad». Emile Durkheim dirá que la
cultura es un conjunto de fenómenos sociales. Malinowski, en las primeras décadas del siglo
XX, consideró que la cultura se asemejaba a un sistema en equilibrio estable en
el cual cada elemento cumple una función definida.
Más
adelante, en 1940, los antropólogos estructuralistas, con Claude Lévi-Strauss a
la cabeza, hablan de cultura como «aquello que obedece a reglas de construcción
comunes que son estructuras mentales universales de carácter abstracto».
La
Antropología se entiende como la «disciplina de las ciencias sociales que marca
los sistemas social/cultural como su propio dominio para el estudio y la
teorización. Como ciencia, la antropología refleja las realidades empíricas del
orden sistémico con el que trata» (Boggs, 2004: 187).
Imagen tomada de Colombia Travel
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