Por Germán Ayala Osorio
En su discurso de posesión,
Donald Trump habló desde la arrogancia, la amenaza y el negacionismo de la pluricrisis
ambiental planetaria. En su alocución el condenado putero prometió “recuperar
la dignidad y la grandeza de América” a partir del cambio educativo, la amenaza
expansionista y el proteccionismo económico. En su intervención, aplaudida a
rabiar por la derecha internacional, incluida la colombiana, puso el foco en México
y Panamá.
En sus relaciones con los manitos,
la porosa frontera lo llevó a declarar la emergencia en seguridad en un nuevo
intento por frenar la entrada de ilegales de todas partes del mundo que van
tras el “sueño” americano. En el plano interno deberá acabar con las mafias que
de tiempo atrás se incrustaron en las autoridades migratorias que viven del
negocio de la inmigración ilegal. Trump parece ignorar que al fisco le entran millones
de dólares por cuenta de cientos de miles de migrantes que obtienen permisos de
trabajo “chimbos” o de aquellos que adelantan costosos procesos de regulación
en la paquidérmica institucionalidad migratoria americana. Los más afectados quizás
serán los abogados de migración y por supuesto aquellos inmigrantes que están
pendientes de ser llamados a las cortes para definir su estatus migratorio.
En lo que toca a Panamá, asegurar que ese país está incumpliendo el principio de neutralidad acordado en los tratados Torrijos-Carter constituye una forma de presión política y económica hacia el país canalero. De esa manera le envía un mensaje a China, país que con su “nueva ruta de la seda” viene inundando al mundo de mercancías, tecnología y maquinarias. Mientras los chinos consolidaban su imperio capitalista bajo el esquema político socialista, Estados Unidos perdía el tiempo en sus aventuras militares por todo el mundo y en particular en su “patio trasero”: América Latina. ¿Se atreverá a invadir el istmo? ¿Impondrá sanciones económicas a Panamá para buscar mejores tarifas para los barcos gringos que atraviesen el canal?
Frente al cambio climático, Trump
vuelve a liderar el movimiento negacionista de la crisis climática. Habló de
explorar más petróleo. Quizás por ello no aludió a Venezuela, país con el que
las multinacionales gringas han negociado la compra del hidrocarburo. Asume
Trump la industria automotriz como la oportunidad para recuperar la “grandeza”
de los productos americanos de los años 60, 70 y 80, antes de que los japoneses
empezaban a golpearla con sus vehículos compactos y con bajo consumo de
combustible.
En cuatro años veremos si alcanzó
a devolverle la “dignidad” a los americanos. Eso sí, su discurso no deja de
producir miedo y llenar de incertidumbre el multilateralismo. Estamos ante un
octogenario caprichoso, violento, creyente, fatuo y putero que en cualquier
momento puede tomar una decisión que ponga en riesgo la vida en el planeta.
Curiosamente, su consigna de ponerle fin a la decadencia de su pueblo se
tropieza con su perfil de macho premoderno y decadente masculinidad.
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