sábado, 28 de octubre de 2023

¿CASTIGO COLECTIVO O GENOCIDIO?

 

 

Por Germán Ayala Osorio

Cuánta razón tenía Nietzsche al señalar que el “lenguaje es una prisión de la cual no podemos escapar”; o el propio Heidegger cuando dijo que "el lenguaje es la casa del ser”. Bajo estas dos sentencias se podría entender esta disquisición alrededor del acto de habla más engañoso y atroz, eufemística y estéticamente hablando que se haya escuchado reciente y públicamente en medio de una guerra asimétrica: “castigo colectivo”, así llamó la ONU la venganza del Estado israelí contra Hámas, un enemigo casi invisible, cuya condición fantasmal, sirvió a los militares sionistas para justificar el “castigo colectivo”.

Habitar en el lenguaje es quizás la más maravillosa experiencia del ser humano, pero también, la más engañosa cuando aparecen los dobleces en los actos de habla y los eufemismos. Con ocasión del genocidio israelí contra el pueblo palestino, en Occidente se empezó a naturalizar el terrorismo del Estado de Israel, potencia militar y aliado de Estados Unidos en la convulsionada zona, a través del uso de la expresión “castigo colectivo”.

Vaya eufemismo tenebroso ese de “castigo colectivo” con el que se legitimó la violenta y exagerada venganza de Israel, en contra del pueblo palestino, por culpa de la también violenta y execrable acción terrorista de Hámas. Ante la dificultad de castigar a quienes perpetraron los ataques contra blancos civiles israelíes, entonces bienvenida la masacre, el genocidio y el desplazamiento forzado de palestinos. La furia divina que desató Hámas no tiene límites para los israelíes, elevados ellos mismos, con la ayuda de Occidente y de la inoperante ONU, en un pueblo iluminado, capaz de traer luz al mundo asesinando niñas y niños, mujeres y hombres, en lo que sin ambages constituye una limpieza étnica que nos recuerda a los criminales nazis durante el Holocausto. En el mismo escenario aparece la voz “pausa humanitaria” para evitarse el problema de exigir que se detengan las hostilidades.

Es el lenguaje nuestra condena en la medida en que lo usamos para agredir a los diferentes, validar crímenes a través de calificativos como “animales o bestias”; también, para ponernos por encima en una acción moralizante perfectamente anclada al uso de expresiones como “somos los elegidos”, “somos seres de luz” y esos otros, los palestinos, o los impíos, los negros, indígenas, sudacas o cualquier otra comunidad, son los de la “oscuridad”. Tanto en lo privado como en lo público, el lenguaje cumple la misma función: afianzar una identidad ancorada a la pulsión humana de eliminar al Otro, cuando este compite contra mí en un proceso compartido de afianzamiento identitario (étnico-cultural).

En Colombia sí que sabemos del uso de eufemismos para esconder los oprobios de los guerreros. José Obdulio Gaviria, primo del asesino serial y narcotraficante, Pablo Emilio Escobar Gaviria, dijo en su momento que en el país no había desplazados, sino migrantes internos. La intención del ladino político del Centro Democrático era clara: ocultar la responsabilidad del Estado y de los otros actores armados por los millones de desplazados que provocaron en medios de las hostilidades con ocasión del conflicto armado interno. Y por supuesto, negar la existencia de las víctimas del horroroso crimen de lesa humanidad.

Expresiones como “dar de baja” o “neutralizar”, de uso común en Colombia, también son engañosos eufemismos con los que se ocultan los crímenes que cometen agentes estatales, escudados, claro está, en la siempre discutida legitimidad y en la legalidad de las instituciones que representan.

Mientras vemos por televisión y las redes sociales el genocidio del pueblo palestino, a manos del Ejército israelí, no podemos olvidar que cuando hablamos o escribimos, dejamos salir la esencia de nuestro ser; claro, un ser que, encerrado en su propio lenguaje, buscará la forma de escapar de sus responsabilidades o simplemente, validar lo que él considera que es lo correcto, así sea inmoral. Al final, lo moral y lo ético son construcciones lingüísticas cuya fuerza ilocutiva no depende de la grafía que les da vida.  


Imagen tomada de France 24


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