Por Germán Ayala Osorio
La
urticaria que generó el discurso de Petro en la ONU, en la casi impenetrable piel
de la derecha colombiana se explica, ideológicamente, por el carácter sumiso de
los integrantes de la élite nacional, históricamente obsecuente con las
relaciones de dominación planteadas entre un Norte opulento y un Sur
empobrecido.
Las molestias de las figuras públicas del Centro Democrático
(CD) con el discurso altisonante de Gustavo Petro son, hasta cierto punto,
entendibles, porque sus militantes siempre han estado cómodos en sus minúsculas
e infantas realidades. No entienden que el discurso de Petro es universal, como
lo es Cien Años de Soledad y por supuesto, el propio García Márquez. Jamás
cuestionaron las relaciones Norte-Sur porque ellos mismos son los agentes
políticos y económicos encargados de extender en el tiempo esa relación de
dominación. Son mansos con sus patrones del Norte y violentos con quienes
comparten con ellos el territorio, pues no solo los asumen como subalternos,
sino como materia prima desechable.
Su capacidad para asumir responsabilidades por los efectos
negativos que viene dejando esa perversa relación de sometimiento es
prácticamente nula. Y lo es, justamente, porque su codicia está atada
éticamente a la avidez con la que multinacionales y agencias internacionales al
servicio de varias potencias llegaron y siguen llegando a una América Latina
dividida y resignada, a explotar los recursos naturales y a debilitar procesos
de emancipación liderados por indígenas, campesinos y afros.
Las reacciones de María Fernanda Cabal, Paloma Valencia, Andrés
Pastrana Arango y Miguel Uribe Turbay, entre otros, sirven para comprender la pequeñez
del mundo en el que viven. A estos cuatro jinetes del desarrollo extractivo no
solo los une los valores de una derecha mezquina, violenta y torpe, sino el
desprecio por la lectura, la poesía, la literatura, la ciencia y la filosofía.
Lo de ellos es el pragmatismo a rajatabla. Ese mismo pragmatismo le sirvió a
los aupadores del desarrollo extractivo a llevar al planeta a sus propios
límites de resiliencia. Por no leer y por su afán de concentrar poder y
riqueza, olvidaron que la Tierra se
comporta como un sistema único y autorregulado, formado por componentes
físicos, químicos, biológicos y humanos (Lovelock, 2007, p. 51).
No creen en lo dicho por cientos de científicos alrededor de la
necesidad de ponerle límites al desarrollo agro extractivo (mega minería y
ganadería extensiva), al consumo, al crecimiento poblacional y en general a la
emisión de gases de efecto invernadero. Quizás por vivir en el trópico, sea
mayúscula su indolencia, ignorancia e incapacidad para entender el discurso del
decrecimiento económico en los países del Norte.
Su consigna de vida está sujeta al poder del dinero y a la posibilidad de que, con este, todo es posible de comprar. Pensarán, incluso, en que ante un colapso de la vida en el planeta, queda la opción de vivir en cápsulas bajo el agua o en estaciones como las que se expusieron en la película Elysium. No cabe duda de que se recuperarán de la siempre incómoda urticaria. Y lo harán, en la comodidad de sus mezquinas realidades en las que jamás tendrá cabida la idea universal de la Casa Común.
Imagen tomada de Extensión.
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