Por Germán Ayala Osorio
En ocasiones y sin que percatarse,
cientos de miles de ciudadanos asumen la defensa de la cultura dominante, cuyas expresiones más visibles están atadas al antropocentrismo, al sistema patriarcal
y a su correlato el machismo. De un tiempo para acá la relación con las
mascotas (perros y gatos) viene siendo cuestionada en redes sociales y en
reuniones familiares por lo que consideran sus críticos y detractores una
dañina o enfermiza “humanización” de esos animales. A lo mejor lo que están
haciendo las personas que conviven con perros y gatos, para hablar de los más
comunes animales de compañía, es dar pasos hacia un proceso de “animalización”,
que nos haga recordar que nosotros también somos animales, lo que implicaría
empezar a cuestionar esa odiosa visión antropocéntrica que asume como insignificantes
e insustanciales las vidas de las mascotas y como lo mejor que se posó en la Tierra
a la dañina y asombrosa especie humana.
Les parece ridículo, por ejemplo,
que hombres y mujeres paseen en coches diseñados para bebés humanos, a perros y
gatos. Les molesta que los tenedores de perros y gatos los asuman como sus “hijos”,
vocablo que a pesar de venir asociado a la condición de mamíferos que los seres
humanos comparten con ballenas, perros y gatos, animales no humanos, parece
destinada a ser aplicada exclusivamente a los seres paridos por una mujer.
El lenguaje humano y la capacidad de crear cultura nos permiten diferenciarnos de los animales no humanos. Y justamente, esa capacidad para nombrar cosas, seres y fenómenos es usada para llamar cachorros, pichones o polluelos, entre otros más, a los “hijos” de perras, pájaras, águilas y gallinas. La férrea defensa y cuidado que suelen hacer de sus crías las perras, gatas, águilas y gallinas, entre otros animales, se parece mucho al actuar de las madres humanas cuando se ven forzadas a defender a sus hijos o hijas de depredadores sexuales o en otras circunstancias en las que sus vidas o bienestar están en peligro. Por todo lo anterior, no entiendo la molestia y hasta la rabia de aquellos que, ubicados en el siempre odioso y jactancioso antropocentrismo, invalidan y descalifican las relaciones entre tenedores y animales porque los primeros se atreven a llamar “hijos o hijas” a gatas y perros.
A lo mejor y sin darnos cuenta lo
que realmente hay detrás de esos procesos de “humanización” de animales
domésticos es la aceptación de la crisis de la familia humana de la que se tratan
de huir los tenedores, estableciendo relaciones afectuosas y amorosas con perros
y gatos. No es gratuito escuchar que los “perros adoptados son muy agradecidos”,
idea a la que se contrapone la queja de cientos de padres de familia porque sus
hijos, además de malagradecidos, son groseros y ejercen todo tipo de violencias
en la sacralizada relación padre-hijos o madre-hijos.
Sería recomendable bajarnos de
ese estadio de superioridad en el que nos ubicamos por cuenta del siempre presuntuoso
antropocentrismo, para empezar a comprender a quienes hoy decidieron reconectarse
con aquellos maravillosos seres sintientes que no merecen ser llamados mascotas.
Quizás si desde pequeños nos hubieran dicho que los perros y los gatos eran
nuestros primos, o hermanas, muy seguramente pocos se atreverían a cuestionar a
quienes los asumen como hijos o simplemente como un miembro más de la familia.
La familia multiespecie existe, así se opongan la iglesia católica, que odia a los animales no humanos y defiende a curas pedófilos y pederastas, y los ciegos
defensores de la cultura dominante.
Adenda: hasta el momento
no se registró la reunión de tres o más perros o de tres o más gatos, para perpetrar
una masacre o atacar en gavilla un centro comercial. Dirán que los perros
ferales o los lobos son ejemplos de “violencia colectiva”. Aquí la única peligrosa
y dañina especie es la humana.
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