Por Germán Ayala Osorio
Después de que el Tribunal
Superior de Bogotá le negara a la fiscalía de Barbosa la inmoral solicitud de
preclusión del caso penal al que está vinculado el expresidente Álvaro Uribe
Vélez, en calidad de imputado, es preciso reflexionar sobre lo que significa moral, ética, política y
jurídicamente que un expresidente esté involucrado en unos hechos punibles de
la magnitud del fraude procesal y soborno a testigos.
Políticamente, se trata de un golpe al ego de un hombre que se acostumbró a
manosear a la justicia y a someter a su voluntad a quienes osaron
controvertirlo o enfrentarlo políticamente. Uribe Vélez siempre se presentó como
un “hombre frentero, un macho cabrío y combativo”, pero la estrategia de
sus abogados, ancorada al compromiso de la Fiscalía de defenderlo pasando por
encima de todo el material probatorio que lo incrimina en los hechos punibles, lo
viene dejando como un cobarde incapaz de enfrentar al aparato de justicia sin
la ayuda de un fiscal general convertido en su títere. En el ocaso de su vida y
en camino de convertirse en un carcamal, Uribe Vélez siente que el poder y la
admiración que concentró como jefe del Estado se desvanece progresivamente
porque hay jueces que le perdieron el miedo, y porque en su trasegar político,
jamás se preocupó por cultivar amistades, sino por asegurar complicidades y obsecuentes
cómplices.
Debe ser muy triste llegar a viejo rodeado de abogados entrenados para dilatar
procesos, jugando con los vacíos de las normas, cuando pudo, por su condición
de expresidente de la República, estar compartiendo espacios con intelectuales y
dando clases en universidades de prestigio. O quizás, escribiendo libros. Pero
claro, Uribe Vélez no construyó su vida para vivir en medio de esos escenarios,
porque desde muy joven los despreció. Por eso quizás siempre odió a los
profesores críticos y a la academia que fustigó sus ideas premodernas y neoliberales.
Álvaro Uribe Vélez es un patán, un “rufián de esquina”, como lo llamó el entonces
presidente Santos, a quien, por el contrario, los escenarios académicos sí le
llaman la atención y los valora porque su vida estuvo ancorada a las buenas
maneras, a la lectura y al estudio.
El caso de Uribe es el de un hombre básico, enamorado del dinero, de los
caballos y rodeado de peones sumisos; sin la riqueza que logró acumular, mal
habida, según narrativas periodísticas y sociales, Uribe sería, en esencia, un homúnculo,
un hombrecillo, como lo llamó Fernando Vallejo. Ahora, en el crepúsculo de su
vida, Uribe Vélez, tercamente, seguirá luchando por mantener a flote su cuestionada
honorabilidad, o una probidad que solo se atreven a defender quienes, muy seguramente,
se beneficiaron económica y políticamente de una relación cercana con el padre
de la temida Seguridad Democrática. Política inspirada en el Estatuto de
Seguridad de su referente político, el inefable Julio César Turbay Ayala.
El 1087985 representa muy bien a esa Colombia violenta, alejada de la
lectura y de la reflexión. Con ese cuentico de “trabajar, trabajar y trabajar y
a Colombia la está matando la pereza”, Uribe Vélez confirma que jamás cultivó
el amor por la lectura y la escritura. Su lenguaje, como él mismo, es básico,
ordinario y elemental.
Al verlo acorralado por la justicia, se comprende el error mayúsculo de quienes
votaron por él, una y otra vez. El yerro se torna mayúsculo porque sus millones
de arrepentidos seguidores jamás revisaron su historia y sus amistades; así
mismo, jamás analizaron su lenguaje corporal y sus usos particulares de la
lengua.
Si sus abogados van a esperar que la fiscalía siga eternamente solicitando
la preclusión de su caso, lo único que eso demostrará es el desprecio que sienten
por la justicia esos profesionales del derecho y el propio expresidente. Y en
un país como Colombia, que un exjefe del Estado exhiba ese nivel de ultraje a
la majestad de la justicia y de los jueces, solo agranda el equívoco de quienes
votaron y aplaudieron su “obra” de gobierno. Y por supuesto que hace ver diminuto
a quien fuera elevado a la condición de Mesías por medios, periodistas,
empresarios, futbolistas, rectores de universidades privadas y banqueros.
Cuando Uribe Vélez deje este mundo, no habrá dejado un legado. Por el
contrario, dejará, muy seguramente, procesos judiciales abiertos, un ethos a
todas luces inconveniente, malicioso y dañino para una sociedad que deviene
confundida moral y éticamente.
Por el contrario, si Uribe opta por decirle al fiscal Barbosa que presente
el escrito de acusación y se inicie el esperado y reclamado juicio, podrá recuperar
algo de ese coraje y de la combatividad que arrancó aplausos de sus áulicos. Acepte
ir a juicio, señor Uribe. No enlode más su nombre, porque como van las cosas,
Usted será recordado como un falso mesías, un cobarde, una mala persona y un pésimo
perdedor.
Imagen tomada de Youtube.
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