Por Germán Ayala Osorio
Después de escuchar a la jueza 41, Laura Barrera negar la
vergonzante segunda solicitud de preclusión del proceso penal en contra del
expresidente y ex presidiario, Álvaro Uribe Vélez, es bueno que como sociedad
evaluemos los daños que el caballista y latifundista antioqueño le hizo y la
hace aún al país. La academia,
periodistas independientes y los sectores democráticos de la sociedad colombiana
están en mora de evaluar los daños culturales, sociales, económicos,
ambientales y políticos que Álvaro Uribe Vélez le dejó al país durante y
después de su mandato (2002 y 2010).
Esa tarea es inaplazable de cara a desmitificar su imagen,
pero especialmente para erosionar los imaginarios y las representaciones
sociales que en torno a él y a su ‘obra’ de Gobierno circulan todavía en
Colombia, gracias a su vigencia político-mediática. En varias columnas
publicadas aquí en este blog he dado puntadas alrededor de los nefastos ocho
años que vivió el país, liderado por quien para algunos fue un Mesías y para
millones de ingenuos- cándidos-, el Mejor Presidente de Colombia. Sin duda, dos
exageraciones alimentadas por la gran prensa que se hincó a su poder y por la
ignorancia, la falta de criterio y los intereses de sectores económicos,
sociales y políticos que históricamente usan a los presidentes para consolidar
monopolios y fortunas de unas pocas familias. He aquí algunas consideraciones
alrededor de los daños que Uribe Vélez le hizo al país y los que seguirá
produciendo.
Álvaro Uribe Vélez, junto con sus abogados, y en particular
en el marco del actual proceso al que está vinculado en calidad de imputado, se
burla de la justicia y erosiona su majestad; por esa misma línea, el temido ex
presidiario hundió en el más profundo fango de la ignominia la solemnidad de la
presidencia de la República. Nunca antes ser presidente y expresidente de
Colombia se consideró un asunto tan inmoral. Es el primer presidente imputado
por graves delitos. El proceso 8.000 de Samper y su preclusión en la siempre
oscura Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes, al lado de las
innumerables investigaciones y procesos en los que está involucrado Uribe Vélez,
constituye una querella, una pelea entre vecinos.
Uribe Vélez debilitó las instituciones ambientales y las
convirtió en oficinas privadas en donde se tramitaron licencias de exploración
y explotación de oro, carbón y madera, entre otros, sin mayores consideraciones
étnico culturales, sociales, técnicas y/o científicas. Por ello los desastres
ambientales que Santos heredó y que su Gobierno aumentó bajo la puesta en
marcha de la llamada locomotora-minero energética. El primer ministro de
ambiente que tuvo Colombia, Manuel Rodríguez Becerra confirma el debilitamiento
de la institucionalidad ambiental y además, cuestionó a Uribe por la entrega de
títulos mineros: “No tienen ningún
derecho los cientos de títulos mineros que irresponsablemente y en forma
inexplicable entregó Ingeominas en diferentes páramos y parques nacionales del
país”. Mal podía considerar el Ministerio del Medio Ambiente el estudio de
impacto ambiental presentado por la Greystar y haberlo recibido siquiera.
Entonces seamos claros de dónde están las responsabilidades. No me parece poner
en la palestra a los representantes de la Greystar como responsables de una
acción en la que muchos de ustedes están en desacuerdo y es que se explote una
mina de oro y plata en el Páramo de Santurbán; el gran responsable es el
Gobierno Nacional. En concreto, el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, que fue
quien recibió el estudio de impacto ambiental y naturalmente el actual gobierno
de Juan Manuel Santos sigue con esa responsabilidad”.
Uribe Vélez eliminó el sentido de lo público de la política.
Tomó decisiones y modificó las reglas de juego de la democracia, amparado en su
carácter autocrático y mesiánico. Privatizó la política para favorecer a los
sectores, legales e ilegales, de poder político, social y económico que lo
llevaron a la Presidencia siendo él un
político emergente. Así lo confirmó Mancuso en sus recientes audiencias ante la
JEP: “aporté dinero y camisetas”, dijo el confeso asesino.
Uribe Vélez privatizó a sectores de la Fuerza Pública. Manejó
a los militares como si hicieran parte de un ejército privado, de una fuerza
asociada más a un gran hato o a una hacienda, que a un Estado cuyas
responsabilidades son mayores. Uribe desestimó, por esa vía, el pensamiento
divergente y a la crítica, de allí que en concurso con la Inteligencia Militar,
persiguió periodistas, magistrados, sindicalistas, y libre pensadores, críticos
de su pasado y de su gestión como Presidente. Usó el DAS como su policía
política. Baste con recordar las chuzadas a los magistrados de la Corte Suprema
de Justicia.
Uribe Vélez irrespetó al periodismo y sometió a los
periodistas a sus caprichos. No contestó preguntas, no asumió responsabilidades
públicas. Desde Presidencia, según varias fuentes, se presionó a los
periodistas para que sirvieran de ruedas de transmisión de un Gobierno que supo
manipular a la opinión pública no sólo con la ayuda de los medios masivos, sino
con el discurso coloquial de un Presidente carismático.
Por su carácter montaraz, autoritario y camorrero, Uribe
Vélez se erigió como un Gran Macho. Por ello caló muy bien en una sociedad
patriarcal y machista en donde los hombres no lloran, pues están hechos para
resolver sus conflictos y diferencias a puños y patadas, como bestias. Por
ello, la frase célebre, “donde lo vea le
doy en la cara marica” se convirtió para muchos jóvenes en un referente y
en un principio para fortalecer procesos de construcción de masculinidades
violentas y retadoras. Uribe, como individuo premoderno, coadyuvó a que muchos
hombres (jóvenes y adolescentes) lo vieran como un ejemplo a seguir.
Uribe Vélez relativizó la ética pública. Con el Todo Vale,
Uribe Vélez sacó de los colombianos lo más oscuro de su formación ciudadana. La
consecución de los objetivos por encima de consideraciones éticas fue su gran
bandera, agitada por millones de colombianos. Uribe Vélez debilitó el Estado en
su investidura de orden social, político y cultural. Redujo la función pública
a sus caprichos. Incluso, la función judicial la quiso cooptar y capturar, de
allí que mandara a capturar sin mediar orden alguna de un juez a un ciudadano
en Buenaventura; igualmente, mandó a matar a sicarios de la Oficina de
Envigado. Desestimó el Estado de Derecho cuando le dijo a un general, ¡Acábelos, y por cuenta mía! En su momento, la revista Semana tituló
así ese acto de habla: “Acábelos por
cuenta mía, no se preocupe, mi general". Fue la orden que el presidente,
Álvaro Uribe, le dio al comandante de la Policía de Medellín, Dagoberto García,
sobre ‘Yiyo’ y ‘Memín’, cabezas de la criminal oficina de Envigado.
Uribe Vélez supo aprovecharse de una circunstancia
contextual: los procesos civilizatorios
en Colombia vienen fallando porque hay una débil identidad nacional y el Estado
no es referente de orden moral y cultural. Uribe Vélez, en su calidad de
político emergente, supo jugar con una verdad incontrastable: la élite
empresarial y política de Colombia se forma académicamente para capturar el
Estado y mantener así sus privilegios de clase. En resumen, Uribe Vélez fue un
Mesías y un líder inflado por los medios de comunicación. Supo canalizar el
odio que millones de colombianos profesaban y profesan aún contra las Farc y se
aprovechó de la incapacidad de esos mismos colombianos para buscar
responsabilidades en la clase dirigente, en el Estado mismo y en una reducida
élite, por la presencia otoñal de esa guerrilla y de la permanencia del
conflicto armado interno.
Para muchos, Uribe Vélez fue un mal necesario. Me niego a
aceptar esa sentencia. Por el contrario, considero que Uribe Vélez fue un
cruel, peligroso e inconveniente experimento de una Derecha que vio en él a un
líder político capaz de traspasar todos los límites éticos y morales. Cuando
vieron que su experimento se les salía de control, entonces, poco a poco le
fueron quitando respaldo hasta dejarlo solo. Esto, claro está, con el concurso
de los Estados Unidos que se sirvió de tener en la Casa de Nariño (o de Nari) a
un político que siendo calificado por autoridad norteamericana como el
Narcotraficante 82, debía cuidar muy bien los intereses del Coloso del Norte en
Colombia. Y Uribe les cumplió. Al final, Uribe debilitó la democracia, el
Estado Social de Derecho y el sentido de la política. Se atrevió a decir que el
Estado de Opinión era la fase superior del Estado de derecho. La categoría Estado de Opinión es una
invención de este vulgar capataz que, convencido de que podía mantener
engañados a millones de colombianos, las decisiones políticas las tomaría en
nombre de esos cautos ciudadanos.
Pobre país que aún cree en Mesías y en Héroes. Por ello,
cuando una sociedad cree y espera la llegada de un Mesías es porque aún no está
madura para vivir en democracia. Y estoy seguro de que avanzaremos como
sociedad civilizada cuando dejemos de creer en Mesías, en Héroes y en
Patriotas.
Imagen tomada de Twitter
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