Por Germán Ayala Osorio
Para bien o para mal Álvaro Uribe
Vélez es una figura política que genera simpatías y odios, admiración y
repudio. Sus defensores hablan de que el exmandatario deja un inigualable un legado; por el contrario, sus contradictores y críticos, de inconmensurables
daños culturales, expresados en un ethos mafioso que se habría naturalizado
entre 2002 y 2010 y extendido al periodo comprendido entre 2018 y 2022, bajo la
administración de su fatuo títere, Iván Duque Márquez.
A ese conjunto de dudosas prácticas
ético-políticas se le conoce como “uribismo” (corrupción, tolerancia con los corruptos, actitudes tramposas), lo que hace pensar que dicho
vocablo no corresponde necesariamente a la existencia de una doctrina política a
través de la cual se le hace homenaje a quien le dio vida. Eso sí, para ser
justos, todas las derivaciones de los apellidos de expresidentes de la República
o de aspirantes a serlo, responden a ejercicios clientelares y electorales, alejados
de cualquier posibilidad de estar asociados a un pensamiento político o a una sólida y ejemplar doctrina política. Santismo, Turbayismo, VargasLlerismo, Gavirismo y
Pastranismo son simples nomenclaturas que jamás podrán asociarse a la existencia
de un robusto pensamiento político anclado a quienes llevan consigo los
apellidos Santos, Turbay, Vargas Lleras, Gaviria y Pastrana.
Así las cosas, y en el entendido
de que una parte importante de la sociedad colombiana haya aceptado la existencia
de ese ethos mafioso que se potenció entre el 2002 y 2010 y comprendido los negativos
efectos morales y éticos que dejó su operación visible e invisible a lo largo y
ancho del país, entonces esa misma sociedad debe dar inicio a un proceso de “desuribización”,
que no es otra cosa que proscribir ese ethos malicioso y sinuoso que se hizo visible
a través de frases como “proceda doctor Cadena”, “ a los congresistas les pido
que mientras los meten a la cárcel, voten los proyectos” o la más burda de
todas: “donde lo vea le voy a dar en la cara marica”. Esas expresiones dan
cuenta de la temperatura ética y moral de quien las originó y la de aquellos
que las contemplaron y asumieron como legítimas, legales y plausibles.
“Desuribizar” a Colombia es el
reto cultural más grande que tiene la sociedad, pues no bastará con la desaparición
física, por muerte natural, de Uribe Vélez y mucho menos con la posibilidad que
se abrió de ser condenado por los delitos de fraude procesal y manipulación de testigos.
Eso sí, creo que la sociedad y
algunas instituciones estatales ya dieron sus primeros pasos hacia ese gran
cometido cultural. Hay que decir que una parte de la institucionalidad estatal
está sintonizada con la necesidad cultural de “desuribizar” al país. De un lado,
la Fiscalía de Luz Adriana Camargo Garzón, que acaba de llamarlo a juicio, estaría
liderando ese proceso de “desuribización” pues con el escrito de acusación le
está diciendo al resto de los colombianos que nadie está por encima de la ley. Recordemos
que esa idea perdió consistencia, valor y anclaje a la realidad gracias al
hasta hace poco fiscal general de la nación, Francisco Barbosa, quien protegió
al expresidente y expresidiario hasta el último día de su nefasta administración,
pues en dos ocasiones pidieron la preclusión del proceso penal al que está
vinculado el hijo de Salgar (Antioquia).
La institución estatal que
primero dio ese paso fue la Corte Suprema de Justicia (CSJ) que lo investigó y
le imputó los cargos que hoy lo tienen ad-portas de sentarse al frente de una juez para que trate de desvirtuar todo el material probatorio en su contra. La
misma Corte Constitucional que validó las pruebas recogidas por la Sala de
Instrucción de la CSJ, también aportó su grano de arena al proceso de
descontaminación cultural que se asocia al objetivo de “desuribizar” a Colombia.
Quienes en el pasado votaron por Uribe
Vélez y creyeron en sus “tesis” y sobre todo, en la pulcritud de sus decisiones, están en la obligación moral y política de aportar al proceso de “desuribización” a través del arrepentimiento individual y grupal, pero sobre todo, de asumir la tarea de convencer a los que aún
creen en Uribe Vélez, de que están defendiendo ideas equívocas y quizás replicando
un ethos a todas luces dañino.
Por supuesto que sus áulicos
compañeros de bancada y miembros del partido-secta, el Centro Democrático (CD) jamás
podrán hacer parte del proceso que amerita semejante reto cultural. Por el
contrario, insistirán en que el político antioqueño dejó un legado enorme al
país. Y para ello, volverán con las manidas ideas de que “pudimos volver a las
fincas durante los tiempos de la seguridad democrática” y de “que Uribe fue un
berraco que casi acaba con las Farc-Ep”. Ya veremos si como sociedad y Estado
seremos capaces de proscribir ese oscuro ethos cultural que se asocia a eso que llamamos
“uribismo”.
Imagen tomada de la red X.
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