sábado, 13 de abril de 2024

EL CONGRESO DE COLOMBIA

 

Por Germán Ayala Osorio

 

El Congreso de Colombia opera, históricamente, como una institución enemiga de la construcción de una verdadera República. Sus curules han sido utilizadas como poltronas desde donde se limitan los derechos constitucionales de las grandes mayorías y se dificultan y enrarecen las relaciones con el constituyente primario.

Es el más grande “peaje” de la corrupción público-privada. En ese entramado de corrupción suelen participar los partidos políticos cuyas bancadas están prestas a “liderar” proyectos de inversión en los territorios de donde son oriundos los “padres de la Patria”. Aparecen, entonces, los intereses individuales de los HP (Honorables Parlamentarios), quienes operan, realmente, como lobistas de las empresas, incluidas las EPS, que aportaron millonarias sumas de dinero a sus campañas. Los salarios de estos HP deberían de pagarlos esas mismas empresas, al fin y al cabo, son sus “sirvientes”.  

En la financiación de las campañas de estos HP empieza la corrupción y se confirma la naturalización del ethos mafioso. Quizás, por esa circunstancia política y cultural es que se oponen a que sea el Estado el que financie esas y las campañas presidenciales. No hay manera de cambiar esa realidad que acompaña la operación sinuosa y mafiosa del Congreso de la República, mientras existan empresarios interesados en patrocinar a sus “hijos o amigos”, convertidos en peligrosos lobistas con fuero. Los congresistas que promovieron el hundimiento del proyecto de reforma al sistema de aseguramiento en salud constituyen el mejor ejemplo de lo que significa ser lobista con fuero, al servicio de aquellos que se acostumbraron a usar los billonarios recursos de la salud, para dar rienda suelta a sus veleidades y vanidades.

Al Congreso llegan quienes desean, en su gran mayoría, vivir de la política, que no es otra cosa, que aprovechar el cuarto de hora, estar cuatro periodos para irse a vivir en una isla paradisiaca. No los alienta la idea de servir y cambiar lo que viene funcionando mal en el país. No. Se acomodan en el oscuro recinto a esperar que la clase empresarial o multinacionales les digan qué hacer y sobre qué tema legislar, con el claro propósito de acabar de privatizar el Estado, afectar la vida de los colombianos o la de los ecosistemas naturales.

En esa corporación lo que menos se discute y se construye es una visión de Estado, esto es, de uno moderno, con espíritu republicano y capaz de consolidar un ethos prístino en una ciudadanía que asume a los congresistas como los verdaderos enemigos del pueblo, incluso, superando en perversidad y maldad a los grupos armados ilegales (narco paras y narco disidencias).

El Congreso de Colombia opera como la más grande sala cuna en donde se crían los hijos de una élite parásita, violenta y degenerada.  Los que se salvan son muy pocos. En su gran mayoría, están ahí para enriquecerse y extender en el tiempo los perversos mecanismos institucionales y para institucionales que les permite lograr ese cometido. Y lo que es peor, es que ningún gobierno se atreve a proscribir esas condiciones y mecanismos que para lo único que sirven es para confirmar que hacerse a una curul es el mejor negocio que hay por cuanto la ilegalidad y la trampa quedan legitimadas bajo el fuero congresional y la siempre aparente pulcritud que se asocia a ese eufemismo con el que los y las congresistas se reconocen: Honorable Parlamentario.

Esta frase de Pepe Mujica debería de inspirarlos porque vivió alejado del afán de enriquecerse: “Para mí la política es el arte de extraer sabiduría colectiva poniendo la oreja”. La vida austera del expresidente uruguayo y su coherencia ideológica jamás inspiraron a los ex congresistas de ayer y mucho menos a los que hoy ostentan esa “dignidad”.  Prefieren tener como referentes a compañeros como Catherine Juvinao, quien en privado dejó claro para qué llegó al Congreso, además de defender a las EPS: “Necesito hacer dos Cámaras, dos Senados y luego me voy a una isla a ver el mar”.




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