Por Germán Ayala Osorio, comunicador social-periodista y politólogo
Esta columna debió escribirse en
agosto 7 de 2022. Su precoz aparición se explica porque no importa cuánto tiempo
falte para que Iván Duque Márquez abandone la Casa de Nariño, pues su paso por
el poder estatal no da para que alcance un lugar privilegiado en la historia
política de Colombia.
Faltan ya menos de dos años para
que Iván Duque Márquez termine su periodo presidencial. Si los historiadores no
oficiales hacen la tarea, deberán reseñar que se trató de un presidente
intrascendente, apocado, sumiso e infantil. Su aparente serenidad contrasta con
el carácter autoritario, impulsivo y rabioso del latifundista que lo puso en la
Casa de Nariño, con el apoyo de millones de colombianos interesados en sacar
provecho de eso que se llama “uribismo” y otros tantos que se dejaron asustar
con el cuento del <<Castrochavismo y el rayo homosexualizador>>.
Cuánta ingenuidad e ignorancia en por lo menos 10 millones de connacionales.
Una vez deje la Casa de Nariño o
de Nari, Duque Márquez está obligado, por su fútil paso por la jefatura del
Estado, a retirarse de la vida pública, tal y como en su momento lo hiciere el
expresidente Belisario Betancur Cuartas. Eso sí, con una diferencia: el retiro
del poeta de Amagá (Antioquia) está profundamente soportado en haber dejado que
los militares manejaran a discreción la toma y la retoma del Palacio de
Justicia, asaltado por un piquete de la entonces guerrilla del M-19. El forzado
retiro de la vida política del país, por parte de Duque Márquez, está soportado
en su desastroso manejo de la pandemia, su obsecuente carácter frente a quienes
manejan el Establecimiento colombiano y en los enormes daños que su nula gestión
produjo en la institución presidencial.
Tengo dudas de que las decisiones
tomadas desde la presidencia hayan sido el fruto de un concienzudo análisis por
parte Duque. Por el contrario, pienso que la inercia del poder político, de la
mano de un par de agentes económicos y políticos del Establecimiento
colombiano, posibilitará que termine su periodo en el 2022, sin que se pueda
ocultar su ominoso manejo de la pandemia, de la política exterior y de la
implementación del Acuerdo de Paz.
Manipulable como ningún otro,
Duque pasará a la historia como aquel que duró cuatro años como posesionado o
como simple inquilino de la Casa de Nariño. Jamás se vio, se sintió y proyectó
la imagen de jefe de Estado. Comparte esa misma condición y circunstancia con
su mentor, el caballista de Salgar. Este último, de acuerdo con su talante
arbitrario y camorrero, jamás gobernó y actuó como Jefe de Estado. Por el
contrario, supo Mandar, porque desde siempre asumió a este país como una finca,
una posesión, un predio o un platanal con bandera. Y mandó, porque para
gobernar a un país complejo como Colombia, se necesita forjar y tener el
talante de Jefe de Estado.
Lo mismo pasó con Duque: jamás se
asumió como Jefe de Estado. Un ejemplo que explica con enorme claridad ese
señalamiento es que manoseó el proceso de implementación del Acuerdo de Paz,
fruto de una decisión de Estado, adoptada en la administración de Santos
Calderón (2010-2018). Hoy, en virtud de su supina ignorancia en qué es eso del
Estado, Duque sigue insistiendo al gobierno cubano para que extradite a los
negociadores del ELN, que hacen presencia en la Isla.
Por todo lo anterior, Duque
pasará a la historia como el posesionado. A él se le asignó la tarea de
gobernar a Colombia, pero no lo logró. Fue la inercia del poder la que le
garantizó su estancia o pasantía en la Casa de Nariño.
El 7 de agosto de 2022, del Solio
de Bolívar no se parará investido como expresidente. Saldrá de Palacio como
aquel que fue posesionado, que jamás gobernó y actuó como Jefe de Estado.
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