domingo, 17 de septiembre de 2023

CONTRA LA PAZ, HAY UN ENEMIGO DE CAMUFLADO

 

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social –periodista y politólogo

 

Entre los múltiples daños que Uribe le hizo al país con el ethos mafioso que irradió e inoculó en las prácticas políticas e institucionales, entre el 2002 y el 2010 y luego, entre 2018-2022, está el haber provocado divisiones al interior de las Fuerzas Militares en torno al tratado de paz firmado en La Habana. En particular, al interior del Ejército, existe una fractura que deja dos islas incomunicadas: una, en la que conviven una oficialidad que tempranamente desconoció lo pactado en La Habana entre el Estado y las antiguas Farc-EP; y en la otra, en la que deambulan sin mayor atención por parte de la cúpula, unos ya pocos oficiales que ven en lo pactado en Cuba no una rendición militar, sino el mejor escenario para dar tributo a los caídos y mutilados durante más de 50 años de estéril confrontación interna.

Las razones que tuvieron los oficiales leales a Uribe oscilan entre las ideológicas y político-militares, esto es, el odio visceral contra los alzados en armas y a todo lo huela a izquierda y las que aluden a intereses por el manejo discrecional de los millonarios recursos económicos destinados a combatir a los grupos al margen de la ley. Ese manejo facultativo del presupuesto, está destinado a mantener la guerra como un lucrativo negocio que debe extenderse en el tiempo, lo que supone una apuesta política para que el proceso de paz fracase, al tiempo que se espera que las disidencias farianas y el ELN crezcan en número de efectivos y se consoliden en los territorios en los que hoy operan, para insistir en la aplicación de la doctrina del enemigo interno y su extensión a todos aquellos que piensen diferente y critiquen al régimen político.

Al final, los militares que se hincaron ante Uribe, entendieron que, con tal de mostrar resultados operacionales, así fuera a través de macabras puestas en escenas como los Falsos Positivos, tendrían al entonces presidente y luego al senador y expresidente, como un aliado político interesado en tapar la corrosiva corrupción que por largos años se ha extendido al interior de las fuerzas militares, en particular, en lo que tiene que ver con la contratación para la compra de pertrechos, carros blindados, aviones y demás. Desde el primer momento en que Uribe se proclamó como el “primer soldado de Colombia”, la unidad de mando empezó a resquebrajarse, para dar vida a los dos bandos que hoy subsisten y medianamente conviven al interior del Ejército nacional.  

Las primeras grietas se abrieron por el acoso que Uribe lideró para que “se produjeran más y mejores resultados operacionales”. Es decir, bajas, a como diera lugar. Y en un segundo momento, cuando el propio Uribe, durante las negociaciones de paz en Cuba, cuestionó ferozmente lo acordado entre las partes y dio inicio a la campaña del NO al plebiscito y los consecuenciales ataques a la JEP. En su momento, señaló:Este proceso premia al terrorismo al negar cárcel a los máximos responsables de delitos atroces, en un país con más de 100 mil presos por delitos menores que los de FARC; premia al terrorismo con elegibilidad política que no tienen esos presos, ni los paramilitares, ni los políticos que han perdido la investidura; premia al terrorismo con la aceptación del lavado de dineros de narco tráfico, delito sin castigo en cabeza de FARC, el mayor cartel de cocaína del mundo”.

Así entonces, es evidente que al interior del Ejército subsisten dos sectores, dos bandos: los que están con Uribe, y la extensión en el tiempo de las circunstancias institucionales y contextuales que les conviene al mantener vigente la doctrina del enemigo interno, a pesar de que el conflicto armado como tal mutó y se transformó con la salida de las Farc-Ep de la confrontación armada. Y del otro lado, está aquella oficialidad que viene gozando de las condiciones de una relativa paz, lo que les permitió el disfrute de la vida al lado de sus familias, sin la zozobra que les producía operar en las condiciones difíciles y apremiantes generadas por las temerarias incursiones y sangrientos ataques de las antiguas Farc-EP.

El reciente retiro del coronel Rojas Guevara, quien adujo haber perdido la confianza en el alto mando, porque “hay una evidente división y crisis de liderazgo” es apenas la expresión de lo que está aconteciendo al interior del Ejército y en general, en las fuerzas armadas de Colombia. El hecho de que el general Zapateiro no esté comprometido con sacar adelante la transformación del Ejército, en el marco de la doctrina Damasco, constituye una muestra clara de que dentro de la fuerza hay líderes que no reconocen lo acordado en La Habana, y mucho menos están comprometidos con la transformación de sus manuales y prácticas, a todas luces ancladas a un conflicto armado interno que con la desmovilización de las Farc-EP, cambió el ajedrez político-militar. El mismo coronel Rojas, director del Centro de Doctrina del Ejército, explicó que “con la doctrina Damasco se comenzará a cerrar una brecha histórica que el Ejército Nacional de Colombia estaba en mora de consolidar, en el sentido de pensar en una doctrina enfocada a diseñar una verdadera capacidad de disuasión, frente a las potenciales amenazas internas y externas, antrópicas y no antrópicas. La doctrina como componente de capacidad, condiciona la organización, el material y el equipo, el personal, la infraestructura, el liderazgo, la educación y el mantenimiento, por ello la doctrina Damasco se constituye en el eje articulador del plan de transformación institucional”.

Sin duda, el general Zapateiro y la alta oficialidad que sigue atada ideológicamente a Uribe están asegurando un inconveniente y peligroso ambiente al interior de las filas, que bien puede terminar en deserciones y salidas intempestivas de más oficiales como Rojas Guevara. Y no se trata de suponer que el Ejército debe ser una estructura monolítica. Lo que está aquí en juego es la obediencia debida al poder civil y específicamente, el respeto al proceso de implementación del Acuerdo de Paz. Con el actual gobierno de Duque no existió, ni existirá inconveniente alguno en la línea de mando por cuanto la cúpula militar sabe y reconoce que el actual presidente no está comprometido con sacar adelante el proceso de implementación. El problema con el respeto al Ejecutivo aparecerá si el próximo presidente decide jugársela toda para asegurar la consolidación de una paz estable y duradera.

Por ello, si el próximo gobierno no sacude las toldas del Ejército y las de las otras fuerzas, y nombra una cúpula que se la juegue por la paz, la presencia del Ejército en departamentos convulsionados como el Cauca, continuará estando asociada al interés institucional de los sectores militares uribizados, de generar incertidumbre, miedo y terror en campesinos, indígenas y afros, al permitir la operación libre de narcos y paramilitares, responsables del sistemático asesinato de líderes sociales, campesinos reclamantes de tierra y amigos de la sustitución de cultivos de uso ilícito, así como  defensores del ambiente y por supuesto, los integrantes de los pueblos ancestrales.

Contra la construcción de una Paz estable y duradera se cierne un enemigo que anda de camuflado. Y no es la guerrilla del ELN o las disidencias de las Farc.



Imagen tomada de Kienke

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