Por Germán Ayala Osorio
Después del revuelo político que
causó el presidente Petro con el llamado al pueblo para que se pronuncie ante las
desconcertantes y poco democráticas decisiones adoptadas por los ocho miembros
de la Comisión Séptima que hundieron la reforma laboral, resulta interesante
preguntarse a ¿quién representa realmente el Congreso colombiano?
Desde la formalidad institucional
brota la narrativa que señala que, por ser los congresistas elegidos por el
voto popular, entonces el Legislativo, con sus dos cámaras, representa a los
intereses del pueblo colombiano. Vaya
falacia. Estamos ante una monumental mentira usada por el periodismo y la academia
para aplaudir y destacar que “somos la democracia más antigua de América
Latina” o que “hay división de poderes”, falaces ideas y realidades
que solo sirven para ocultar que la Política y los políticos en Colombia son
los instrumentos de una clase empresarial que capturó el Estado en su interés
de perpetuar un sistema económico semifeudal y precapitalista, justo a la
medida de la incapacidad de sus más destacados miembros para liderar la
construcción de una nación plural y poderosa.
Mientras las campañas al Senado y
a la Cámara de Representantes sigan siendo financiadas por empresarios, paramilitares,
hacendados y carteles de todo tipo y
viejos agentes del Establecimiento el Congreso de la República seguirá
careciendo de la legitimidad social suficiente para atribuirse esa condición popular
que indica que su conformación y operación está en función de lo que el constituyente
primario exige.
Nunca como hoy se develó la
naturaleza lobista y por lo tanto clasista y racista de los congresistas
que vienen legislando en contra de los intereses de los trabajadores, de los pacientes
y del personal médico, así como de los millones de colombianos que saben que
jamás se pensionarán. Petro los llamó “malditos”
por legislar contra el bienestar del pueblo. El calificativo se queda corto:
son verdaderas rémoras o células cancerígenas capaces de erosionar las
soberanías estatal y popular.
La conformación del Congreso bajo esa engañosa condición de lo popular ha hecho pensar a muchos colombianos que los congresistas se deben al país. No. Se deben, en primer lugar a los financiadores privados que les compran las curules para que defiendan sus intereses, siempre mezquinos, pues no guardan relación alguna con el grueso de las necesidades de un pueblo atormentado por la desigualdad, la pobreza, pero sobre todo, por la apacible ignorancia de quienes venden su voto por el sempiterno kit electoral o de otros tantos que son incapaces de discernir en torno a los problemas estructurales del sistema político y la debilidad del régimen democrático.
En segundo lugar, esos
congresistas o lobistas con fuero están en el Congreso para amasar la fortuna
necesaria que les permita asegurar su bienestar individual y familiar así como las mejores relaciones clientelares que permitan que otros miembros de
sus familias puedan acceder en el futuro a una curul para extender en el tiempo
las relaciones de dominación de lo privado, sobre lo público. Baste con recordar
lo dicho por la congresista Catherine Juvinao cuya máxima aspiración es hacer
dos cámaras y dos senados, es decir, estar 16 años en el Congreso, para luego irse
a vivir a una paradisíaca isla para ver desde allá cómo legisló en contra de
las grandes mayorías.
La operación de un Congreso bajo
esas condiciones constriñe la democracia y frena cualquier posibilidad de cambiar
un país que tiene todo para superar sus ya naturalizados problemas sociales. Por
esa vía, el Congreso colombiano es una corporación vergonzante pero fiel
exponente de lo que somos como sociedad.
petro y la consulta popular - Búsqueda Imágenes
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