Por Germán Ayala Osorio
Se fue el Gran PEPE MUJICA. Sí, así, en mayúsculas. Esta columna la escribo con un
profundo pesar por la partida de un revolucionario,
de un político que supo honrar el ejercicio del poder. De un hombre que vivió casi
que, como un monje cartujo, “ligero de equipaje”, sin las ambiciones propias de
aquellos que asumieron la política y el poder como los caminos para acumular
riqueza en medio de sus inocultables precariedades éticas y morales. Aquellos que
buscan “hacer
dos Cámaras y dos Senados” para luego huir a gozar de la riqueza en una
playa paradisiaca. Contaba que se reía cuando le decían marxista. Y contestaba:
“No soy marxista, soy estoico, liviano de equipaje, nada en demasía”.
Por el cariño que profesó por
Colombia, resulta inevitable involucrar en este sentido homenaje y despedida al
Gran Pepe, a los políticos locales convertidos en las antípodas de la
vida que llevó el expresidente uruguayo.
Mujica
se vistió de guerrillero para levantarse en armas contra el Estado uruguayo y
terminó convertido en un referente ético para sus compatriotas y los pueblos de
la América Latina que hoy lloran su inevitable partida. Guiado por los Aymaras,
aceptó las reglas de la democracia y desde la Residencia de Suárez intentó profundizar
la democracia en su pequeña pero digna República.
En Colombia hay políticos
que alardean de llevar una vida ejemplar porque “jamás empuñaron armas
contra el Estado”. Son ya incontables las veces, en lo que va
corrido de este gobierno, que le hemos escuchado decir esa frase a aquellos que
desde el Ejecutivo y el Legislativo “le declararon la guerra” a los pobres, a
los vulnerables, a los pueblos afros, indígenas y campesinos y a la Naturaleza
con sus políticas atadas al neoliberalismo.
Esa frase da cuenta de un viaje
moral y clasista de quienes jamás entendieron qué es eso de construir y vivir
en una República. La avaricia los fue convirtiendo en victimarios y
sepultureros de los sempiternos deseos de millones de colombianos de construir
algún día una verdadera democracia en Colombia.
Aconsejó y criticó a Chávez y al
propio Lula Da Silva. En una memorable entrevista dijo: “Rescatar
40 millones de la pobreza como le pasó a Lula y no será tocar el cielo con las
manos, ni mucho menos construir el socialismo. Pero esos cuarenta que comen
todos los días, esos cuarenta millones, es una cosa muy de izquierda. ¿Por
qué? Porqué ser de izquierda es ser solidario…Después hay otra etapa. Yo
creo en el socialismo, pero no creo en el estatismo. Y creo que la construcción
del socialismo supone una sociedad mucho más culta, mucho más inteligente y
mucho más rica. Creo que países como Suecia se arrimaron mucho más a lo que
puede ser el socialismo, o Noruega, que los intentos fallidos que hemos tenido…Soy
enemigo de la burocracia…Desconfío cuando el Estado se hace demasiado grande,
pueda sustituir la iniciativa de la gente… Cuando pase Chávez, habrá un montón
de millones de venezolanos que vivían en la miseria que van a estar viviendo un
poco mejor, que van a tener una casa mejor y un servicio de salud, pero
no habrán construido ningún socialismo, pero la humanidad habrá mejorado”.
Sin apegos a las veleidades del
poder e incapaz de caer y ser protagonista de la “hoguera de las vanidades” de
las que hicieron parte un número importante de presidentes latinoamericanos,
Mujica es el espejo en el que jamás pudieron mirarse jefes de Estado colombianos
como Juan Manuel Santos, Iván Duque Márquez, César Gaviria, Julio César Turbay
Ayala y mucho menos el más pernicioso- casi maléfico- de todos los presidentes
colombianos: Álvaro Uribe Vélez. Y no es que sufran del síndrome Capgras. No. A
ellos les basta con reflejarse en las perfidias en las que incurrieron y en las
formas cínicas en las que ejercieron el poder, porque como lo dijo Mujica, el
poder te enciende todos los demonios.
Se fue el Gran Pepe, pero
quedaron en este hemisferio y en el resto del mundo los demonios del fascismo,
del genocidio, de la supremacía étnica como práctica sociocultural y política
en países racistas y clasistas como Colombia. Quizás si en Colombia tuviéramos por
lo menos 5 Pepes en la Corte Constitucional, en el Consejo de Estado, en
la Corte Suprema de Justicia; en el Congreso, en las rectorías de universidades
privadas y públicas, podríamos superar las taras civilizatorias de esa élite
que siempre mirará con desprecio a estoicos como Pepe
Mujica. Hasta siempre, Pepe.
Adenda 1: antes del deceso de Pepe Mujica el diario El Espectador publicó en la red X la entrada de una nota que dice lo siguiente: “El domingo, el presidente uruguayo Yamandú Orsi, delfín de Mujica, pidió que respetaran la intimidad del exguerrillero”. Aunque borraron el trino, el diario bogotano se instaló en ese viaje de superioridad moral que acompaña a quienes se jactan aún de “jamás haber empuñado las armas contra el Estado” y que son los responsables de generar pobreza, del asesinato de 6402 jóvenes (falsos positivos) y la consolidación de un Estado asesino.
Adenda 2: Se fue el Gran
Pepe y el violador de Claudia Morales sigue libre burlándose de la justicia.
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