Por Germán Ayala Osorio
En la historia reciente del país
se reconocen dos líderes carismáticos: Álvaro Uribe Vélez y Gustavo Petro Urrego.
El primero logró ese reconocimiento político y social porque le habló a la Colombia
creyente, camandulera, conservadora y violenta con su tonito de seminarista y el
discurso propio del culebrero antioqueño. Como hijo del Establecimiento, su liderazgo
carismático fue fruto del trabajo realizado por las empresas mediáticas que lo
convirtieron en un fenómeno político, a pesar de su enrarecido pasado, cuestionado
hoy en el juicio al que acude en calidad de acusado de delitos no políticos.
Entre tanto, Petro Urrego es un
líder carismático hecho a pulso, pero, sobre todo, por fuera del Establecimiento
contra el que se levantó en armas. De regreso a la sociedad, Petro supo jugar
con las reglas de la democracia y mantuvo su condición de outsider y su
espíritu contestario, lo que hizo que su carisma se acercara a condiciones magnéticas
propias de una sociedad que siempre esperó la llegada de un verdadero Mesías.
Las diferencias entre los
liderazgos carismáticos entre Uribe y Petro parten del engañoso carácter mesiánico
con el que la gran prensa vendió al político antioqueño. Después de su extendido
y aciago periodo presidencial, y ante la caída del teflón y de su imagen de político
probo, la irrupción y el posicionamiento de Petro como el nuevo Mesías se dio
relativamente fácil en la medida en que el actual jefe del Estado le habló a esa
Colombia que el neoliberalismo y la Seguridad Democrática maltrataron y victimizaron,
incluida por supuesto a la naturaleza, víctima de la ganadería extensiva de
baja producción, el volteo de tierras en las principales ciudades del país por
cuenta de urbanizadores; y el modelo de la gran plantación y los monocultivos
legales e ilegales, la gran minería. Podemos decir que Uribe fue un líder
carismático negativo, mientras que Petro lo es en modo positivo porque defiende
la vida.
Miremos si hoy el país cuenta con
otros líderes carismáticos de cara a la contienda electoral de 2026. El candidato
que más exhibe la deficiencia de esa cualidad es Germán Vargas Lleras, eterno candidato
presidencial de los sectores más retardatarios del país. El exvicepresidente de
Santos ofrece un liderazgo negativo fruto del clasismo, aporofobia y el racismo
que lo caracteriza y lo expone como un político sin gracia que solo puede establecer
con sus seguidores y en general con los colombianos relaciones de dominación y
sometimiento de acuerdo con su perfil violento, propio de dictadores o pequeños
emperadorcitos.
El nieto del expresidente Carlos
Lleras Restrepo no hace parte de aquellas “personas carismáticas capaces de
transformar, gobernar y ordenar el mundo en que viven. Personas que, a través
de su sabiduría, en las áreas de conocimiento, conectan con lo divino, con lo
central de la existencia humana”. Su afán por llegar a la Casa de Nariño
está fundado en la perversa tradición colombiana que por mandato natural los
hijos y nietos de expresidentes de la República deben convertirse en jefes del
Estado. Aunque aquello de ordenar el mundo o un país puede otorgarle algo de
carisma a quienes ofrecen, proponen e incluso amenazan con “poner a marchar al
país”, el clasismo, el racismo y la aporofobia se los termina anulando.
Otro de los candidatos o precandidato
presidencial cuya aspiración también está atada a esa aviesa tradición familiar
es Miguel Uribe Turbay, nieto de Julio César Turbay Ayala, presidente de la
República que la historia política lo reconoce como un violador de los derechos
humanos con su Estatuto de Seguridad. Uribe Turbay no es un líder carismático casi
por las mismas razones que le impiden a Vargas Lleras ser uno de esos líderes en
los que las grandes mayorías confían a pie juntillas. Eso sí, con un agravante:
es un joven obsecuente y admirador de Álvaro Uribe Vélez un líder carismático
creado mediáticamente y por las azarosas circunstancias contextuales de un país
tomado por las guerrillas al final de los años 90. En el ocaso del expresidente
antioqueño, el nieto de Turbay Ayala insiste en parecerse a quien hoy está
procesado penalmente por manipulación de testigos y fraude procesal.
María Fernanda Cabal es también
precandidata presidencial del uribismo, al igual que Miguel Uribe. Ambos
compiten por el guiño de su Patrón, Álvaro Uribe Vélez. La senadora Cabal
tampoco exhibe mayor carisma a pesar de ofrecer a las malas poner a marchar al
país como lo hizo el expresidente y expresidiario antioqueño entre el 2002 y el
2010. Lo cierto es que Vargas Lleras, Uribe Turbay y la propia Cabal dejaron en
el marketing político la generación del carisma que hoy nadie les reconoce. El
único factor que tienen para que en los laboratorios de la publicidad política
les construyan el carisma necesario para atraer seguidores es apelar a las
emociones del electorado alimentadas con una gran dosis de irracionalidad, generación
de miedo e incertidumbres a través de viejos fantasmas como el “comunismo y el
castrochavismo”. Apelan también a las mentiras con la ayuda de la prensa
hegemónica, de allí que propongan consignas como “vamos a recuperar al país o
vamos a reconstruir moralmente a Colombia”.
Claudia López Hernández es una candidata
presidencial cuyo carisma se fue diluyendo en gran parte por sus prácticas políticas
y discursivas acomodaticias que la llevaron a que el electorado consolidara de
ella una imagen negativa por su oportunismo político y lo sinuoso del proyecto de
país que dice tener.
En esa misma dirección está la candidata
de los clanes Gilinski y Gnecco, Vicky Dávila. En su caso ocurre un fenómeno
particular: se confunde liderazgo y carisma con reconocimiento público por su
labor como presentadora y periodista de varias empresas mediáticas. Tan
clasista, racista y aporofóbica como los anteriores, la pobreza discursiva de
Dávila de Gnecco le impide desarrollar el carisma del que aquí hablo. Algunos
medios intentaron lavarle la imagen de periodista del Establecimiento, calificándola
como la outsider de Colombia. Exhibe, además, una evidente confusión
conceptual en materia política al defender las ideas “libertarias” de Javier
Milei, presidente de la Argentina.
Se suman a este listado Sergio
Fajardo, quien se mueve entre la derecha neoliberal y un fantasioso Centro que
aparece cada cuatro años como alternativa política e ideológica. Fajardo repta
como Claudia López. Su imagen de profesor facilita la tarea a quienes creen que
pueden construirle el carisma suficiente para que el electorado considere
votarlo y elegirlo presidente de la República. Dicho lo anterior, la crisis de líderes
carismáticos en el país es real. ¿Terminarán los colombianos votando por el
menos malo?
Adenda: mientras que la derecha pone a rodar a varios de sus posibles candidatos, el progresismo todavía no acuerda quién llevará esa bandera.
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