Por Germán Ayala Osorio
Claudia López Hernández, ex alcaldesa
de Bogotá y el director del diario La República, Fernando Quijano Velasco elevaron
a Vicky Dávila a la condición de candidata presidencial para el 2026. No es un
chiste.
Mientras que López lo hizo en el
marco de un rifirrafe en la red X con la directora de Semana, Quijano se
aventuró a hacerlo junto a otras mujeres que el periodista económico juntó en
su exclusivo listado del que además de la señora Dávila, aparecen Francia Márquez
Mina, Paloma Valencia, María Fernanda Cabal y la misma exalcaldesa, López Hernández.
La posibilidad de que la
periodista Dávila sea candidata presidencial, con el apoyo económico y político
de los Gilinski y el Clan Gnecco y otros sectores de la ultraderecha,
confirmaría que a esos sectores de poder no les interesa llevar a la Casa de
Nariño a una mujer conocedora de la operación del Estado y con un proyecto
político soportado en el dominio de conceptos políticos y filosóficos asociados
a la idea de que algún día Colombia sea una verdadera República, sino a una simple mandadera que
se preste, como lo hizo Iván Duque Márquez, a hacerle los mandados a quienes
desde poderosas corporaciones privadas le indiquen qué de lo que deje Petro
funcionando, debe echarse para atrás. O simplemente, ejecutar un plan nacional
de desarrollo que beneficie a la sempiterna oligarquía “blanca” con obras de infraestructura
o contratos millonarios.
La verdad es que después de Duque
cualquiera puede ser presidente de Colombia. Y aunque a la derecha uribizada le
salió muy mal el experimento y la experiencia de haber puesto en el Solio de
Bolívar al sinuoso, fatuo, obsecuente e incompetente personaje, una posible
candidatura de Dávila terminaría por llevarlos a una nueva derrota, sin importar
la calidad y la preparación del candidato o candidata del progresismo que eventualmente
se enfrente a la directora de Semana.
Recordemos que la misma ultraderecha intentó en el 2022 llevar a la presidencia a Rodolfo Hernández, un ignorante al que solo le interesó en la vida conseguir plata. Con un capital cultural casi nulo y con señalamientos de corrupto por el caso de Vitalogic, hubiese sido un total desastre para el país porque no habría sido más que el otro muñeco del uribismo, es decir, un Duque 2.
No me imagino a la señora Dávila sosteniendo
una discusión conceptual en un debate entre candidatos a la presidencia. Creo
que Quijano y López exageraron en su lectura del futuro electoral. Lo mejor es
que Dávila siga siendo la vocera de los Gilinski y defendiendo a Uribe desde las
páginas de ese pasquín que llaman Semana.
El país podrá contar, eso sí, con
las precandidaturas de Paloma Valencia, congresista que propuso en el 2015 una
especie de apartheid en el Cauca, dividiendo el departamento entre indígenas y
mestizos. Valencia, al igual que Duque, es obsecuente con las directrices e
ideas de su patrón, el expresidente y expresidiario, Álvaro Uribe Vélez. A
pesar de su lealtad, Valencia sabe que el político antioqueño la prefiere como
agitadora, porque en el fondo no confía en ella. En general, Uribe Vélez
prefiere entenderse con hombres a los que pueda tratar a las patadas y a madrazos
como es su estilo. Recordarán los colombianos cuando dijo “donde lo vea le voy
a dar en la cara marica”.
De igual manera, el país verá a
María Fernanda Cabal, otra fiel defensora de Uribe Vélez. Más radical que Valencia,
la senadora Cabal exhibe un talante autoritario que la hace proclive a desconocer
conquistas laborales y en general, a limitar el cumplimiento de los derechos
consagrados en la Carta de 1991. En el 2021 desconoció derechos fundamentales. En
la Silla Vacía se lee lo siguiente: “Cuando hablo de derechos fundamentales
es a lo que todos, por encima de cualquier cosa, tenemos o debemos tener
acceso. Cuando yo hablo de derechos no fundamentales no es porque quiera
excluir a la educación o salud, es que, si fueran fundamentales, nadie los
pagaría. Mi derecho a la libertad y a la movilidad no lo estoy pagando.
La educación y la salud tienen el contenido de quienes pueden acceder y
pagar y quienes no lo tienen. No está establecido como derecho fundamental sino
como uno colectivo”.
Y finalmente está la posibilidad de
que Francia Márquez Mina se lance como candidata presidencial en el 2026, para
dar continuidad a los procesos que dejará andando el gobierno de Petro. Una
eventual candidatura de Márquez pondría, nuevamente de presente en el país, el racismo
estructural que sobrevive en Colombia. Como víctima de discursos racistas, como
el de Luz Fabiola Rubiano, quien fue condenada por hostigamiento y racismo por
llamar “simio” a la vicepresidenta, Márquez se expondría a que, electoral y
políticamente le cobren lo que viene haciendo bien, mal o regular desde su rol
como vicepresidenta y ministra de Equidad e Igualdad.
Ya veremos qué pasa en el 2026.
Lo que si se advierte desde ya es que será una campaña electoral mucho más
caliente y quizás violenta que la que vivimos en el 2022. Y será así porque la
derecha está desesperada por recuperar el control del Estado que Petro les arrebató.
Suma al desespero el hecho de que a dos años largos de las elecciones
presidenciales no tienen un candidato carismático y formado, capaz de enfrentar
a los que saldrán al ruedo a defender lo hecho por el actual gobierno. Aunque
Uribe dijo que para el 2026 tiene ya un “tigre” (¿será Francisco Barbosa?), por
ahora son otros los que deshojan las margaritas. Mientras llega el momento de exhibir
a su feroz mascota, “tigresas” como María Fernanda Cabal, Paloma Valencia, Claudia
López y Vicky Dávila no permiten que el vulgar y violento caballista y latifundista antioqueño duerma
plácidamente.
Imagen tomada de internet: https://www.google.com/search?sca_esv=23bfc37b28131238&rlz=1C1UUXU_esCO975CO975&sxsrf=ACQVn0-XQdJF3DxV9HTNXysDVBDrl5t2eA:1708831254771&q=vicky+davila+presidenta&tbm=isch&source=lnms&sa=X&ved=2ahUKEwjgvq-_xMWEAxXcSTABHQCTAOcQ0pQJegQIERAB&biw=1350&bih=631&dpr=1#imgrc=-KBqEBsPyTlBhM
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