Por Germán Ayala Osorio
Antes de que se acabe este 2023,
hay un balance por hacer en el país a propósito de estos casi dos años de
gobierno de Gustavo Petro Urrego. Y no se trata de un arqueo de lo que se ha
hecho mal o bien en materia de acciones gubernamentales. Más bien, se trata de un
triste factor étnico-cultural con el que se constata que una buena parte de la
sociedad colombiana es racista, machista, goda y proclive a promover la eliminación
de todo aquel que resulta disonante para aquellos grupos societales que
defienden a dentelladas la cultura hegemónica que deviene atada a eso de “ser
blanco”. Ser “blanco” en Colombia es sinónimo de prestigio, de acceso a
derechos; es una condición que asegura el respeto de las autoridades. Más
claro: nacer “blanco” en Colombia es una “bendición”.
Bastó con la llegada de una mujer
negra a la Vicepresidencia de la República para que el racismo estructural
brotara como lava incandescente, quemando cualquier posibilidad de aceptar que las
hijas e hijos de los pueblos afrodescendientes también tienen derecho a elegir y
ser elegidos.
Los ataques étnico-racistas y de
género que sufrió Francia Márquez Mina en estos casi dos años del primer gobierno
de izquierda en Colombia, dan cuenta efectivamente del racismo estructural del
que hablan los académicos. A los negros, una parte importante de la sociedad
colombiana los quiere bailando, jugando fútbol, en la indigencia, pidiendo en
los semáforos o simplemente ocupando los más bajos niveles de la
estratificación social y cultural. Verlos en el poder, a esos millones de
compatriotas, hijos de un odiado proceso de mestizaje, les genera urticaria ver
a Francia Márquez ocupar la Vicepresidencia de la República, lugar privilegiado
al que solo, según esa cofradía de racistas, deben acceder hombres o mujeres
blancos, estudiados y ricos.
Con la llegada de Márquez Mina, la
animadversión étnica afloró en las redes sociales y en las calles, con la
anuencia de los medios masivos y de un periodismo que siempre estará del lado
de la hegemonía política “blanca”. No podemos olvidar a la vociferante mestiza,
Esperanza Castro o Fabiola
Rubiano, condenada por racismo y hostigamiento por gritarle “simio” y otros
epítetos a la señora vicepresidenta. Rubiano es una hija insigne del racismo
estructural en esta Colombia mestiza que se niega a aceptar su propio proceso
de mestizaje.
Pasarán estas fiestas navideñas y
vendrán los deseos por un mejor 2024. Ojalá y así sea y que lleguen la paz, el bienestar
y el progreso generalizado de todos los colombianos y del país. Eso sí, los
racistas, machistas y los godos de pensamiento seguirán vigentes y presentes
hasta tanto no revisen de dónde vienen y, sobre todo, de responderse esta
pregunta: ¿Quién les enseñó a odiar a los negros, al diferente?
Imagen tomada de Colectiva Mujeres
Felices fiestas para todas y todos.
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