Por Germán Ayala Osorio
La captura de Iván Leonidas Name
Vásquez y Andrés Calle Aguas, expresidentes del Senado y la Cámara de Representantes
sirve para confirmar que la corrupción
en Colombia dejó de ser una práctica inmoral, para convertirse en una insuperable
tara civilizatoria (cultural).
Más allá de si la Corte Suprema
de Justicia (CSJ) emite fallos condenatorios contra estas dos figuras
políticas, lo cierto es que el escándalo mediático y político está servido. Eso
sí, será uno más en la larga historia de las algarabías provocadas por una clase
política sucia, inmoral y criminal. Baste con recordar el Proceso 8.000 y el
caso de Odebrecht
para comprender los titulares, los fallos, compulsas de copias, principios de
oportunidad y condenas irrisorias terminan animando el actual circo mediático.
Con la exposición pública de las
capturas de Name y Calle no se cuestiona el ethos mafioso que como sociedad
naturalizamos, porque sagazmente los medios de comunicación y específicos periodistas
vedettes las conectan con el crispado ambiente
político, evitando así darle el lugar cultural que tiene el origen de las
medidas de aseguramiento: la sempiterna corrupción público-privada.
Nótese que a los periodistas no
les preocupa la corrupción
como tara cultural o civilizatoria, sino las conexiones políticas e ideológicas
que les permitieron a Name y a Calle acceder a los recursos de la UNGRD
de la mano de Olmedo
López y otros agentes políticos.
El silencio
ensordecedor de la clase empresarial, de la Academia, de la iglesia católica
y de otras congregaciones da cuenta de que los actos de corrupción en los que
según la CSJ incurrieron Calle Aguas y Name Vásquez se asumen como parte del paisaje.
Nadie, desde esos sectores de poder societal se atreven a gritar: “¡paren
ya de robar?!” Quizás ese estridente mutismo se explica porque al interior
del empresariado, de las universidades y de las iglesias el ethos mafioso se
entronizó a más no poder.
La función educativa de las empresas mediáticas queda proscrita por el afán compartido de afectar la imagen del actual gobierno, responsable en parte de lo ocurrido al interior de la UNGRD. Al evitar exponer la corrupción como un grave problema cultural, los medios se vuelven cómplices de una problemática que ya alcanzó el carácter civilizatorio y que impide pensar que es posible proscribir el ethos mafioso sobre el que se sostiene la corrupción público-privada.
Ni siquiera se atreven a recoger la idea de “reducir la corrupción a sus justas proporciones” propuesta por el político-genio de Julio César Turbay Ayala, porque las empresas mediáticas terminan beneficiándose de los políticos corruptos con la entrega de pauta, la filtración de documentos y la disposición como fuentes para recrear verdades, sugerir o matizar crisis, desestabilizar gobiernos o, por el contrario, cerrar filas en torno a estos. Así las cosas, quienes insistan en decir que “van a acabar con la corrupción, salvar a Colombia, recuperar moralmente al país o ‘resetear’ la política”, mienten porque parten del mismo error de los medios: no reconocen que la corrupción en Colombia responde a una tara civilizatoria superable con una revolución cultural.
Imagen tomada de Así fue la captura de Iván Name y Andrés Calle por caso de la UNGRD | KienyKe
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