Por Germán Ayala Osorio
Con el regreso al país de
Salvatore Mancuso Gómez, exlíder de las temidas AUC, vuelve a cobrar vigencia el
asunto de la Verdad que viene de la mano de las versiones que el excomandante
paramilitar entregó en el pasado a Justicia y Paz y las que viene entregando a
la JEP, en calidad de agente bisagra.
Mancuso públicamente le ha contado
al país de las relaciones criminales que sostuvo con miembros de la cúpula
militar, policial y del antiguo DAS, y con grandes, medianos y pequeños
empresarios, así como con ganaderos, latifundistas y políticos profesionales. Esas
narrativas han sido contrastadas y aceptadas por la justicia restaurativa.
La JEP viene señalando
responsabilidades a militares, de todos los rangos, por los crímenes de lesa humanidad
que perpetraron de la mano de paramilitares: los falsos positivos y varias
masacres. Pero poco o nada las dos jurisdicciones de justicia transicional,
Justicia y Paz y la JEP, se han atrevido a señalar con el dedo índice a renombrados
empresarios, latifundistas y expresidentes con los que Mancuso asegura haber sostenido
relaciones políticas y sociales para violar los derechos humanos.
Con todo lo dicho por Salvatore Mancuso,
va quedando claro que como sociedad no hemos sabido qué hacer con la Verdad y
mucho menos para qué ha de servirnos cuando llegue el momento de reconciliarnos
y perdonarnos. Y es así porque jamás como colectivo construimos un ethos en el
que aquella tuviera un lugar relevante y dignificante, que nos sirviera para
pasar las vergonzosas páginas que todos los actores armados y una sociedad
inmóvil, construyeron en el marco de un degradado conflicto armado interno que
por más de 50 años martirizó a millones de colombianos y colombianas.
De la misma manera como faltó pedagogía
para la paz, en los tiempos del proceso de negociación en La Habana entre el Estado
y las entonces Farc-Ep, ha faltado hacer esfuerzos pedagógicos para que la
sociedad entienda que la Verdad de lo acontecido la necesitamos para reconocernos
en ella. Unos lo harán como victimarios, otros tantos, que son millones, lo
harán como actores pasivos a los que poco o nada les importó lo que hacían juntos
paramilitares y militares, dizque para “acabar” con las guerrillas: asesinar civiles,
violar mujeres y niñas, masacrar comunidades, desplazar y quitarles la tierra a
cientos de miles de campesinos. Habrá quienes se reconozcan como víctimas, pero
también habrá quienes deberán reconocerse como victimarios-víctimas, en razón a
que aportaron millones de pesos a quienes, en su nombre, cobrarían venganza por
las afrentas de las guerrillas.
Hoy por hoy, la Verdad sobre la
que redundará Mancuso no tiene un lugar en la sociedad y mucho menos es
valorada por quienes, desde los privilegios y el poder económico y político,
aceitaron esa máquina de guerra sucia, obscena y excremental que echaron a
andar militares y paramilitares desde los años 80, teniendo su pico más
escabroso y ruin en los tiempos de la Seguridad Democrática (2002-2010) del
inefable gobierno de Álvaro Uribe Vélez.
Aquellos miembros de la élite que
apoyaron a las tropas de Mancuso y que sus nombres no han sido agregados a
expedientes judiciales deberían de tener la gallardía, el honor, sentido de
humanidad, la decencia, la altivez, la vergüenza y la dignidad para reconocer que apoyaron política, social y económicamente
a los paramilitares. Esos tres elementos escasean en aquellos empresarios,
políticos y expresidentes señalados por Mancuso de haber sido los mecenas de su
guerra fratricida. Y es así, porque en virtud del pírrico triunfo del NO en el
plebiscito por la Paz, Santos se vio obligado a hacerle ajustes al tratado de
paz en un punto clave: la comparecencia de los terceros civiles que desde frías
y perfumadas oficinas aportaron millones de pesos y logística para que los subalternos
de Mancuso y de Carlos Castaño perpetraran masacres y sometieran a cientos de
comunidades a incontrastables vejámenes.
La Verdad, para que tenga sentido
en una sociedad fracturada y moralmente confundida como la colombiana, necesita
de hombres y mujeres capaces de reconocer que su patrocinio a los paramilitares
estuvo fundado no tanto en el odio y al miedo al comunismo, sino en razón a que
sus actuaciones siempre estuvieron fundadas en un ethos mafioso que, fruto de la
mezquindad, el clasismo y el racismo, guía sus sinuosas vidas.
Imagen tomada de Impacto News
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