martes, 27 de febrero de 2024

REGRESÓ MANCUSO Y LA VERDAD SEGUIRÁ EMBOLATADA

 

Por Germán Ayala Osorio

 

Con el regreso al país de Salvatore Mancuso Gómez, exlíder de las temidas AUC, vuelve a cobrar vigencia el asunto de la Verdad que viene de la mano de las versiones que el excomandante paramilitar entregó en el pasado a Justicia y Paz y las que viene entregando a la JEP, en calidad de agente bisagra.

Mancuso públicamente le ha contado al país de las relaciones criminales que sostuvo con miembros de la cúpula militar, policial y del antiguo DAS, y con grandes, medianos y pequeños empresarios, así como con ganaderos, latifundistas y políticos profesionales. Esas narrativas han sido contrastadas y aceptadas por la justicia restaurativa.  

La JEP viene señalando responsabilidades a militares, de todos los rangos, por los crímenes de lesa humanidad que perpetraron de la mano de paramilitares: los falsos positivos y varias masacres. Pero poco o nada las dos jurisdicciones de justicia transicional, Justicia y Paz y la JEP, se han atrevido a señalar con el dedo índice a renombrados empresarios, latifundistas y expresidentes con los que Mancuso asegura haber sostenido relaciones políticas y sociales para violar los derechos humanos.

Con todo lo dicho por  Salvatore Mancuso, va quedando claro que como sociedad no hemos sabido qué hacer con la Verdad y mucho menos para qué ha de servirnos cuando llegue el momento de reconciliarnos y perdonarnos. Y es así porque jamás como colectivo construimos un ethos en el que aquella tuviera un lugar relevante y dignificante, que nos sirviera para pasar las vergonzosas páginas que todos los actores armados y una sociedad inmóvil, construyeron en el marco de un degradado conflicto armado interno que por más de 50 años martirizó a millones de colombianos y colombianas.

De la misma manera como faltó pedagogía para la paz, en los tiempos del proceso de negociación en La Habana entre el Estado y las entonces Farc-Ep, ha faltado hacer esfuerzos pedagógicos para que la sociedad entienda que la Verdad de lo acontecido la necesitamos para reconocernos en ella. Unos lo harán como victimarios, otros tantos, que son millones, lo harán como actores pasivos a los que poco o nada les importó lo que hacían juntos paramilitares y militares, dizque para “acabar” con las guerrillas: asesinar civiles, violar mujeres y niñas, masacrar comunidades, desplazar y quitarles la tierra a cientos de miles de campesinos. Habrá quienes se reconozcan como víctimas, pero también habrá quienes deberán reconocerse como victimarios-víctimas, en razón a que aportaron millones de pesos a quienes, en su nombre, cobrarían venganza por las afrentas de las guerrillas.

Hoy por hoy, la Verdad sobre la que redundará Mancuso no tiene un lugar en la sociedad y mucho menos es valorada por quienes, desde los privilegios y el poder económico y político, aceitaron esa máquina de guerra sucia, obscena y excremental que echaron a andar militares y paramilitares desde los años 80, teniendo su pico más escabroso y ruin en los tiempos de la Seguridad Democrática (2002-2010) del inefable gobierno de Álvaro Uribe Vélez.

Aquellos miembros de la élite que apoyaron a las tropas de Mancuso y que sus nombres no han sido agregados a expedientes judiciales deberían de tener la gallardía, el honor, sentido de humanidad, la decencia, la altivez, la vergüenza y la dignidad para reconocer que apoyaron política, social y económicamente a los paramilitares. Esos tres elementos escasean en aquellos empresarios, políticos y expresidentes señalados por Mancuso de haber sido los mecenas de su guerra fratricida. Y es así, porque en virtud del pírrico triunfo del NO en el plebiscito por la Paz, Santos se vio obligado a hacerle ajustes al tratado de paz en un punto clave: la comparecencia de los terceros civiles que desde frías y perfumadas oficinas aportaron millones de pesos y logística para que los subalternos de Mancuso y de Carlos Castaño perpetraran masacres y sometieran a cientos de comunidades a incontrastables vejámenes.

La Verdad, para que tenga sentido en una sociedad fracturada y moralmente confundida como la colombiana, necesita de hombres y mujeres capaces de reconocer que su patrocinio a los paramilitares estuvo fundado no tanto en el odio y al miedo al comunismo, sino en razón a que sus actuaciones siempre estuvieron fundadas en un ethos mafioso que, fruto de la mezquindad, el clasismo y el racismo, guía sus sinuosas vidas.




Imagen tomada de Impacto News

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