Por Germán Ayala
Osorio
El robusto, intimidante y espectacular
operativo con el que se recibió a Salvatore Mancuso Gómez, deportado de USA y la decisión de disponer
de 64 guardias entrenados por los Estados Unidos, y el diseño de 5 anillos de
seguridad en torno a la celda en la que quedó recluido el excomandante
paramilitar, tiene a más de uno indignado, en particular a quienes, a pesar de
las evidencias, siguen defendiendo a los políticos, empresarios y militares que
Mancuso vincula de tiempo atrás con sus actividades criminales.
Mientras se define su situación
jurídica y se confirma su rol como Gestor de Paz, Mancuso Gómez vivirá en una
celda de 12 metros cuadrados, aislado y sin contacto con otros delincuentes. Mucho
menos podrá recibir visitas de aquellos políticos, militares y empresarios con quienes
en el pasado compartió cocteles e informes de cómo avanzaba el proyecto
paramilitar, en sus perspectivas económica, social y política, que lideró el
hoy despreciado y abandonado comandante de las AUC.
Salvaguardar la vida de Mancuso constituye
una insoslayable responsabilidad estatal por dos razones fundamentales: 1. Como
agente bisagra, actuó como si fuera un General de la República, de facto, pero
al fin y al cabo General. Con mando de tropa, Mancuso ordenó operativos
militares (con tropas de las AUC) que terminaron en masacres de campesinos, en
desplazamientos forzados de cientos de comunidades y en la desaparición de un centenar
de hombres señalados de ser colaboradores de las guerrillas o líderes sociales
incómodos.
Mancuso es la memoria viva de la
degradación misional del Ejército y de la captura paramilitar de esta y de
otras tantas instituciones públicas, como el Congreso, el antiguo DAS, entre
otras tantas. La presencia de Salvatore Mancuso Gómez en la JEP no se da tanto
por su condición de paramilitar, pues para ello está el marco jurídico,
Justicia y Paz, sino por haber servido de bisagra entre militares y los
miembros de las AUC, en las tareas que empresarios y políticos les
encomendaron: amedrentar, desplazar, asesinar y desaparecer campesinos
incómodos para quitarles sus tierras; y las otras tareas que brotaron de los
incentivos monetarios, bacanales, vacaciones y ascensos, entre otros, propios
de la seguridad democrática, el decreto Boina y la Directriz 025 de 2009:
asesinar jóvenes inermes para ser pasados como guerrilleros muertos en combate.
2. Por ser testigo directo de
masacres declaradas como delitos de lesa humanidad, como las del Aro y La Granja,
entre otras, Salvatore Mancuso es una fuente creíble para la justicia
colombiana, en particular para los modelos de justicia transicional, Justicia y
Paz y la JEP, tribunal que aceptó a Mancuso en calidad de compareciente por ser
agente bisagra, tal y como lo declaró el alto tribunal de paz. El expresidente
y expresidiario, Álvaro Uribe Vélez es señalado por Mancuso y otros actores, incluidos
periodistas, de tener conocimiento de la comisión de esa masacre: “Todo el
tiempo Uribe- siendo gobernador de Antioquia- estuvo al tanto de la masacre del
Aro”, dijo a la JEP el excomandante paramilitar. Así entonces, la
declaratoria de las masacres del Aro y de La Granja como delitos de lesa
humanidad y la condena de la CIDH proferida contra el Estado, lo obligan no solo a pedir perdón, sino a hacer ingentes esfuerzos
para señalar responsabilidades políticas que escapan a los límites jurídicos de
la justicia internacional y nacional.
Las dos razones anteriores son
del fuero exclusivamente estatal, pero hay otras que rondan los intereses del
actual gobierno. He aquí tres razones ético-políticas que tendría el gobierno
de Gustavo Petro para garantizar la vida de Mancuso y contribuir a la
construcción de verdad, justicia, reparación y no repetición: 1. En su rol de
Senador, fue Petro quien investigó y fustigó a poderosos agentes políticos y económicos
por sus relaciones criminales con las AUC y en particular con los jefes Carlos
Castaño y Salvatore Mancuso. Por su condición de outsider, Petro siempre quiso
exponer y avergonzar a miembros de la clase política y económica que se aliaron
con los paramilitares para asesinar campesinos, violar mujeres y adolescentes y
desplazar a millones de compatriotas. Es posible que Petro, como presidente de
la República, en algo haya matizado ese genuino interés que guió su vida de congresista,
en la medida en que, para ganar en gobernanza y gobernabilidad le tocó abrir
espacios de diálogo con aquellos en los que en el pasado señaló de ser aliados
de los paras.
2. Al nombrar a Mancuso como
Gestor de Paz, el presidente Petro manda un mensaje de reconciliación a esos
sectores políticos y económicos que patrocinaron a los grupos paramilitares y
qué mejor que invitando a quien fungió como ese actor bisagra entre agentes de
la sociedad civil empeñados en “acabar” militarmente con la guerrilla y de militares
activos que aceptaron cumplirles los deseos a los reputados civiles, eso sí,
dejando la “tarea” sucia de asesinar civiles, a las estructuras paramilitares
que en varias ocasiones las hicieron pasar como tropas oficiales.
3. Gustavo Petro respeta profundamente
el trabajo que viene adelantando la JEP, como jurisdicción de paz, en la medida
en que ese alto tribunal viene coadyuvando a que los deseos ético-políticos del
presidente Petro se cumplan. La aceptación de Mancuso como agente bisagra constituye
un hecho jurídico, pero también político que termina conectándose con las
aspiraciones del jefe del Estado de consolidar la Paz Total no solo sobre la
desmovilización del ELN y de los otros grupos armados ilegales, sino sobre una
verdad histórica, social, política y jurídica que él cree que el país necesita
para pasar las ignominiosas páginas del degradado conflicto armado interno.
Quizás Petro tenga en mente que los
aportes de Mancuso a la verdad (histórica, social, económica y política) sirvan
para desenmascarar a específicos y poderosos actores políticos y empresariales con
los que hoy no tiene las mejores relaciones.
Imagen tomada de Caracol Radio.
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