miércoles, 19 de febrero de 2025

URIBE QUIERE ACABAR CON LA JEP

 

Por Germán Ayala Osorio

 

El odio visceral que expresa el expresidente Álvaro Uribe Vélez hacia la JEP se explica en gran medida porque dicho tribunal de paz está acusando a generales y otros altos oficiales del Ejército que asumieron la política de seguridad democrática como la patente de corso para asesinar jóvenes pobres e indefensos dentro de la práctica sistemática de las ejecuciones extrajudiciales conocida como los “falsos positivos”.

El expresidiario y expresidente de la República reduce maliciosamente el trabajo de la JEP a que apenas imputó a 64 miembros de las antiguas Farc-EP, mientras que los imputados de las fuerzas militares ascienden ya a 147. No se trata de un asunto de números, el asunto de fondo es sacar  las “manzanas podridas” que llegaron a ese nivel de descomposición por la politización e ideologización que Uribe exacerbó hasta convertir al Ejército en su fuerza particular.

El ladino político antioqueño insiste en que la Justicia Especial para la Paz (JEP) está debilitando al Ejército, de la mano del gobierno Petro por las purgas que viene haciendo al interior de las filas. Por el contrario, lo que están haciendo la JEP y Petro es reconstruir moral y éticamente a una institución castrense que se lumpenizó de tal manera que la desviación misional, como práctica cotidiana, se volvió paisaje, de ahí el alto número de oficiales de alta graduación involucrados en crímenes atroces.  

La discusión conceptual de fondo debe darse alrededor de las maneras como se entiende y se aplica la doctrina de seguridad nacional fondeada aún en la existencia de un conflicto armado interno que Uribe redujo a una “amenaza terrorista” plegado a la cruzada antiterrorista planteada por Bush después de los atentados contra las Torres Gemelas en territorio americano. Al hacerlo de esa manera, Uribe desideologizó la lucha armada al tiempo que convertía a todo el que pensara distinto, simpatizara con las ideas de la izquierda, defendiera los derechos humanos y a la Naturaleza en un nuevo enemigo interno.

Al quitarle el ropaje político e ideológico de las sempiternas guerrillas les facilitó la tarea a los comerciantes de armas al interior del Ejército pues la entrega de material de guerra a simples bandidos les evitó a los militares entrar en el dilema moral de si estaban traicionando o no a la patria. Acabar política y militarmente a lafar no tendría que significar el fin de las múltiples formas de violencia asociadas a la operación de las Farc-Ep. Por el contrario, su eliminación abriría el camino para que los paramilitares fungieran como fuerzas patrióticas cuya función sería evitar la llegada del comunismo y consolidar procesos de disciplinamiento social en las zonas rurales dominadas por palmicultores, azucareros, ganadería extensiva de muy baja producción y minería. Por lo anterior, la política de seguridad democrática terminó casi que exclusivamente aplicada y de manera violenta contra civiles (estudiantes, sindicalistas, reclamantes de tierras, académicos, campesinos y periodistas).

Si en el 2026 Uribe logra poner en la Casa de Nari a otro de sus “títeres” o  de pronto a una "muñeca”, el primer acto de Gobierno, de la mano del Congreso, será apostarle al desmonte de la JEP, cuya existencia y operación está blindada por una política de paz de Estado. Para hacerlo, buscará el apoyo político de Trump. Ya veremos si la nueva plataforma moral y ética que entre la JEP y Petro están tratando de consolidar al interior del Ejército es capaz de soportar el regreso de la seguridad democrática y con ella la desviación misional de las FFAA que tantos réditos políticos le entregó a Uribe y a la derecha.





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