Por Germán Ayala Osorio
Durante muchos años los medios
hegemónicos colombianos pudieron informar sin que ningún actor social pudiera
confrontar sus siempre interesadas versiones de los hechos noticiosos. Bajo esas
condiciones, “los ciudadanos son espectadores, con poca capacidad de
interacción y cambio de aquello que los medios de comunicación les ofrecen”
(Flavia Freidenberg).
Por fortuna para las audiencias y
el funcionamiento de las democracias esa situación cambió con la irrupción de
las redes sociales y la llegada de los “influencers, youtubers” y blogueros.
Los efectos de esa nueva situación comunicativa son evidentes: sus procesos de generación
de opinión pública vienen siendo cuestionados de tal manera que ya no son tan efectivos
y eficientes a la hora de manipular y convencer a las audiencias. Les queda, eso
sí, la facultad y la necesidad de ser efectistas al momento de dar exclusivas o
cubrir en vivo un evento relevante. No se puede negar que aún conservan el
poder de penetración, aunque la pérdida de legitimidad y credibilidad vaya en
aumento todos los días.
La decisión política de los
medios corporativos de hacerle oposición política al gobierno de Gustavo Petro confirma
que efectivamente dichas empresas mediáticas fungen como actores políticos tal
y como se había asegurado desde el campo académico de la comunicación de masas.
Solo el tiempo dirá si fue un error social y político haberse atrevido a dejarse
ver como actores políticos, con el agravante de hacerlo desde la animadversión
ideológica y el odio personal hacia el presidente de la República. Flavia
Freidenberg segura que son actores políticos “que expresan o articulan
intereses de diversos sectores económicos y sociales ligados a los mismos”.
Es en este punto en el que está
el problema sociocultural y político que vienen generando los medios
corporativos desde los tiempos del plebiscito por la paz de 2016: dividir la
sociedad colombiana entre “buenos” y “malos”, en donde los primeros son la “gente
de bien” (de derecha) y los segundos son “los otros”, “esos otros” que producen
vergüenza porque piensan distinto (son de izquierda). Asumir a la Otredad bajo
el principio aquel que dice “que quien no está conmigo, está contra mí”
llevó al país a vivir desde el 2016 en medio de una peligrosa polarización y
crispación ideológica en una sociedad que como la colombiana deviene, además de
intolerante y reticente a la autocrítica, clasista, racista, arribista, homofóbica,
misógina y miedosa al cambio.
En la red X todo el tiempo son confrontados los periodistas-estafetas de RCN, Caracol y Blu radio que ocultan información o que de manera flagrante mienten o tergiversan los hechos que convirtieron en noticia. Se entiende que siguen órdenes y directrices editoriales de los propietarios que previamente ya se asumieron como parte de los “buenos”, es decir, dentro del selecto grupo de la “gente de bien”.
Por cuenta de esta coyuntura
mediática y política se va naturalizando el odio entre “buenos” y “malos”, escenario
que impide cualquier posibilidad de diálogo entre diferentes y diversos en una
sociedad vista como intolerante y violenta que contradice el imaginario colectivo
aquel que nos muestra como un pueblo afable y alegre a pesar de las históricas vicisitudes
que le tocó y le toca enfrentar aún.
El asunto se torna más complejo y
difícil de abordar cuando no se observa que desde la sociedad civil emerja un
actor social que llame la atención a todos los agentes involucrados en este escenario
de confrontación ideológica. Tampoco aparece la academia como un actor que
entre a explicar el fenómeno y a proponer salidas o procesos de intervención. En
particular el papel de las facultades de comunicación social y periodismo es
nulo en la medida en que se abstienen de criticar a las empresas mediáticas por
aquello de ser fuentes de trabajo para sus egresados. Es curioso que los estudios
del lenguaje no hayan prendido las alarmas y llamado la atención de la academia
para asumir como objeto de investigación las confrontaciones entre medios corporativos
y los agentes sociales que los confrontan a diario. Incluso, ir más allá y
jugar un papel de mediación.
Las iglesias, entre tanto, también
le vienen dando la espalda al evidente problema social que rodea el ejercicio
de opinar bien en las redes sociales o en la calle, por cuenta de unas empresas
mediáticas dedicadas a expandir odio o a aprovecharse de viejas animadversiones
que emergieron cuando el país se vio abocado a decidir entre la paz o la continuidad
de la guerra, y asumir la posibilidad y necesidad de perdonar abandonando los
valores punitivos y vindicativos con los
que siempre se asumió la idea de justicia. No sé si sea tarde para intervenir
este escenario belicoso de las redes sociales en el que las empresas mediáticas
son actores responsables. Por ahora ese ambiente de crispación ideológica solo trascendió
a los eventos electorales.
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