Por Germán
Ayala Osorio
Las renuncias
de Antanas Mockus y Claudia López Hernández al partido Alianza Verde (AV) deben
leerse de manera separada, así la decisión tomada comparta el mismo origen: el escándalo
de corrupción que salpica a Iván Leonidas Name, presidente del Senado y Sandra
Ortiz, exconsejera presidencial para las regiones, ambos militantes de esa
colectividad.
La decisión
adoptada por el exalcalde de Bogotá constituye un golpe de dignidad y autoridad que Mockus
le da a sus copartidarios, con el que buscaría sacudir las bases de una
colectividad que perdió legitimidad por la acción misma de sus militantes y
voceros, que lo convirtieron en un partido preocupado más por las cuotas burocráticas, que por construir un mejor país a través de la discusión argumentada de las ideas y la presentación de propuestas legislativas conducentes a mejorar, desde el legislativo, las condiciones de vida de millones de colombianos atropellados y vulnerados tanto por el Congreso, como sucesivos gobiernos de derecha. Lo más probable es que la dimisión de Mockus de poco o de nada sirva para recomponer el camino de un partido maltrecho, pero funcional al
establecimiento colombiano.
La Alianza
Verde (AV) jamás maduró un discurso ambiental sólido, capaz de poner en la esfera
pública asuntos como la crisis climática y el modelo agro extractivo que tanto
daño le viene haciendo a Colombia. En eso falló Mockus, un líder político
sobredimensionado por los medios masivos y una parte de la opinión pública que ocultó su carácter autoritario cuando fungió como alcalde mayor de Bogotá.
Sus ejercicios simbólicos y sus "disquisiciones" filosóficas le sirvieron para
ocultar su intransigencia y terquedad.
Como partido,
la AV jugó con la imagen del color y el vocablo verde para ganarse un espacio
en la opinión pública cercana a causas medio ambientales. Al final, quedó
reducido a una “fábrica de avales”, dejando atrás la obligación ético-política
de consolidar un centro político capaz de enfrentar a quienes insisten en que el país debe seguir sometido a una economía de enclave y por esa vía, a un desarrollo insostenible desde una
perspectiva sistémica.
En lo que
corresponde a la renuncia de la exalcaldesa Claudia López, su decisión obedece
a un simple cálculo político y electoral, muy propio de su talante. López
Hernández sabe jugar con las coyunturas y dar fuertes golpes de opinión que
siempre le sirvieron para engañar a los electores que ven en ella una
alternativa de poder, alejada de las intrigas, la corrupción y del
establecimiento colombiano. Se vende como una mujer de Centro, seria, diligente y capaz, cuando realmente
sus actuaciones están más asociadas a la derecha tradicional que le apuesta de
tiempo atrás a la ganadería extensiva, al crecimiento urbanístico sin control
alguno, a la masificación de los buses articulados como lo hizo su amigo Enrique Peñalosa y negar o aplazar la
llegada del Metro como la mejor forma de transporte masivo; de igual manera, le interesa mantener el statu
quo y las correlaciones de fuerza de un régimen de poder que en el 2026
intentará llevarla a la Casa de Nariño. Ideológicamente, es una veleta que de acuerdo con la dirección de los vientos, ella se deja llevar.
Claudia López abandona el barco de la Alianza Verde no por el escándalo de corrupción en sí mismo. No. Su
retiro hay que leerlo en clave electoral pues claramente será candidata
presidencial para el 2026. Mockus le
abrió la puerta y ella aprovechó para abandonar el barco que ella misma ayudó a
que se perdiera en las aguas del clientelismo y la corrupción, por acción o por omisión. Lo más probable
es que termine fundando una micro empresa electoral de “Centro” para terminar
luego haciendo alianzas con el uribismo, en el afán compartido de ambos sectores de poder, de derrotar y
sepultar para siempre al naciente petrismo, al que López se acercó con el mismo
oportunismo que se le reconoce. Recordemos que fue Peñalosista y en los últimos
tiempos, mantiene una relación cercana con el uribismo, que se puede potenciar
si para el 2026 el expresidente y expresidiario, Álvaro Uribe Vélez evalúa que ninguna de sus tres
“tigresas”, María Fernanda Cabal, Paloma Valencia y Vicky Dávila, le pueden
asegurar volver a la Casa de Nariño en cuerpo ajeno.
Uribe Vélez
ve en López Hernández a una líder política que sabe enredar a la opinión
pública. Es efectista en lo que dice. Sus arengas y pronunciamientos, siempre
coyunturales, resultan mediáticamente efectivos y de fácil recordación. Y es claro que la exalcaldesa
no tiene la mala imagen que arrastran a sus tres “tigresas”.
Ya veremos a
la camaleónica de Claudia López despotricando de la izquierda, del progresismo
y de Petro. Lo hará para conseguir el apoyo del empresariado que jamás aceptó a Petro por su pasado exguerrillero.
Imagen tomada de EL PAÍS
No hay comentarios:
Publicar un comentario