Por Germán
Ayala Osorio
La incursión violenta del Esmad en las marchas a propósito
del Día de la Mujer volvió a poner de presente la valoración material vs el
valor de la vida de los seres humanos. Cada que un vándalo o vándala raya una
pared de un bien público o quiebra un vidrio de uno privado, vuelven los
defensores a ultranza del ornato y de la propiedad, a justificar la violencia
estatal, que puede terminar con la mutilación de los ojos o su desaparición.
Aunque en las marchas del 8M en Bogotá y otras ciudades no
hubo mujeres mutiladas o asesinadas, lo ocurrido en la oscura Plaza de Bolívar con
la violenta acción del grupo antidisturbios de la Policía no solo expuso el
viejo y perverso dilema, sino al discurso del alcalde, Carlos Fernando Galán, quien
en su posesión dijo que trabajaría para que las mujeres pudieran caminar
tranquilas, sin miedo a ser robadas, manoseadas, asesinadas o violadas. Pues bien, parece ser que en la administración
de Galán tampoco estarán seguras las mujeres que salen a protestar o, como ayer,
a conmemorar, pacíficamente, el Día Internacional de la Mujer.
Frente a las mujeres captadas vandalizando estaciones de
Transmilenio, vuelven las mismas dudas que aparecen en las marchas masculinas: ¿se
trataría acaso de infiltradas? Entonces, recordé que el 11 de abril de 2022
escribí una columna a la que titulé Vidrios violados, Mujeres rotas.
“La violación de Hilary Castro en una estación de Transmilenio
en Bogotá y las protestas de un grupo de mujeres por lo sucedido con esta menor
de edad, son el corolario de una sociedad machista en la que deambulan, al
acecho, machos y depredadores sexuales, protegidos por la cultura dominante y
la institucionalidad estatal.
Esos mismos machos, de la mano de una parte importante de la
sociedad, naturalizaron la idea de que el cuerpo femenino es un territorio de
conquista y de disputa, sometido a la lógica del «acceso libre» con la que
siguen operando los violadores y el propio sistema de justicia.
Todo juega en contra de las mujeres en Bogotá y en Colombia.
Los jueces las revictimizan al emitir juicios y recoger los hechos punibles.
Las URI, en vez de ser espacios para acoger a las víctimas, son lugares en donde
los funcionarios que, allí atienden, se convierten en los nuevos victimarios,
por su indolencia y falta de profesionalismo: «Aquí no se reciben esas
denuncias; usted es menor de edad y quien la violó es mayor de edad. Vuelva más
tarde, ya cerramos». Así, a Hilary le falló el Estado y le fallamos como
sociedad.
Las protestas de anoche derivaron en desmanes y afectaciones
a buses y vidrios de las estaciones de Transmilenio. Una infraestructura que
cuenta con seguros que cubren esos daños. Pero escandaliza más unos vidrios
rotos y buses rayados, que la violación misma de Hilary. Y aparecen en escena
periodistas, en particular hombres, a fustigar a las manifestantes por quebrar
unos vidrios. A los periodistas que defienden por encima de la vida, lo material,
solo les faltó titular: «Anoche en Bogotá, encapuchadas violan vidrios de
estaciones de Transmilenio». Quizás lo pensaron, porque para ellos y, otros
cientos de miles de ciudadanos, la violación de mujeres se les volvió paisaje,
es decir, es algo ya normalizado.
Al final de la jornada, se escucharon las disculpas de la
alcaldesa y el mea culpa de los funcionarios de las URI. Mientras sus vacíos e
insustanciales discursos circularon en los medios masivos, en un rincón de su
casa, Hilary Castro trata de superar la violación de la que fue víctima. Castro
deambula destrozada, rota y rasgada por cuenta de una sociedad y un Estado que
por décadas validaron la cultura patriarcal y su más infame expresión: la
violación de mujeres”.
Imagen tomada de EL ESPECTADOR.com
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