sábado, 9 de marzo de 2024

ESMAD, MUJERES, 8 DE MARZO Y VIDRIOS ROTOS

 

 

Por Germán Ayala Osorio

La incursión violenta del Esmad en las marchas a propósito del Día de la Mujer volvió a poner de presente la valoración material vs el valor de la vida de los seres humanos. Cada que un vándalo o vándala raya una pared de un bien público o quiebra un vidrio de uno privado, vuelven los defensores a ultranza del ornato y de la propiedad, a justificar la violencia estatal, que puede terminar con la mutilación de los ojos o su desaparición.

Aunque en las marchas del 8M en Bogotá y otras ciudades no hubo mujeres mutiladas o asesinadas, lo ocurrido en la oscura Plaza de Bolívar con la violenta acción del grupo antidisturbios de la Policía no solo expuso el viejo y perverso dilema, sino al discurso del alcalde, Carlos Fernando Galán, quien en su posesión dijo que trabajaría para que las mujeres pudieran caminar tranquilas, sin miedo a ser robadas, manoseadas, asesinadas o violadas.  Pues bien, parece ser que en la administración de Galán tampoco estarán seguras las mujeres que salen a protestar o, como ayer, a conmemorar, pacíficamente, el Día Internacional de la Mujer.

Frente a las mujeres captadas vandalizando estaciones de Transmilenio, vuelven las mismas dudas que aparecen en las marchas masculinas: ¿se trataría acaso de infiltradas? Entonces, recordé que el 11 de abril de 2022 escribí una columna a la que titulé Vidrios violados, Mujeres rotas.

“La violación de Hilary Castro en una estación de Transmilenio en Bogotá y las protestas de un grupo de mujeres por lo sucedido con esta menor de edad, son el corolario de una sociedad machista en la que deambulan, al acecho, machos y depredadores sexuales, protegidos por la cultura dominante y la institucionalidad estatal.

Esos mismos machos, de la mano de una parte importante de la sociedad, naturalizaron la idea de que el cuerpo femenino es un territorio de conquista y de disputa, sometido a la lógica del «acceso libre» con la que siguen operando los violadores y el propio sistema de justicia.

Todo juega en contra de las mujeres en Bogotá y en Colombia. Los jueces las revictimizan al emitir juicios y recoger los hechos punibles. Las URI, en vez de ser espacios para acoger a las víctimas, son lugares en donde los funcionarios que, allí atienden, se convierten en los nuevos victimarios, por su indolencia y falta de profesionalismo: «Aquí no se reciben esas denuncias; usted es menor de edad y quien la violó es mayor de edad. Vuelva más tarde, ya cerramos». Así, a Hilary le falló el Estado y le fallamos como sociedad.

Las protestas de anoche derivaron en desmanes y afectaciones a buses y vidrios de las estaciones de Transmilenio. Una infraestructura que cuenta con seguros que cubren esos daños. Pero escandaliza más unos vidrios rotos y buses rayados, que la violación misma de Hilary. Y aparecen en escena periodistas, en particular hombres, a fustigar a las manifestantes por quebrar unos vidrios. A los periodistas que defienden por encima de la vida, lo material, solo les faltó titular: «Anoche en Bogotá, encapuchadas violan vidrios de estaciones de Transmilenio». Quizás lo pensaron, porque para ellos y, otros cientos de miles de ciudadanos, la violación de mujeres se les volvió paisaje, es decir, es algo ya normalizado.

Al final de la jornada, se escucharon las disculpas de la alcaldesa y el mea culpa de los funcionarios de las URI. Mientras sus vacíos e insustanciales discursos circularon en los medios masivos, en un rincón de su casa, Hilary Castro trata de superar la violación de la que fue víctima. Castro deambula destrozada, rota y rasgada por cuenta de una sociedad y un Estado que por décadas validaron la cultura patriarcal y su más infame expresión: la violación de mujeres”.


Imagen tomada de EL ESPECTADOR.com


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