Por Germán Ayala Osorio
Con un decreto ministerial, al
general Jesús Armando Arias Cabrales le acaban de retirar cinco de las más
altas condecoraciones que recibió durante su larga carrera militar, la misma
que el alto oficial manchó con sus actuaciones durante la retoma del Palacio de
Justicia en 1985.
Sin duda alguna, se trata de una
decisión con una enorme carga simbólica con la que se acaba de hundir en el
mayor descrédito y deshonra a la que se puede someter a un militar como Arias Cabrales
que, en algún momento de la historia del país, sectores de la opinión y del establecimiento
colombiano consideraron como un “héroe de la Patria”. Condenado a 35 años de prisión
y expulsado de la JEP por negarse a reconocer sus responsabilidades durante el
operativo con el que el Ejército retomó el control del Palacio de Justicia a
sangre y fuego, acción temeraria que terminó con la vida de magistrados. Entre
las víctimas del operativo militar se cuenta el magistrado Carlos Urán Rojas,
quien fue asesinado por tropas oficiales.
La decisión político-administrativa
con la que se despoja a Arias Cabrales de cinco condecoraciones constituye una
acción ética ejemplarizante justamente por su condición de general de la República. Por lo anterior, la decisión alcanza una especial notoriedad. Aunque se trata de un acto político, ya
otros oficiales de manera voluntaria habrían devuelto las condecoraciones que
en otros tiempos lucieron con orgullo.
Jesús Armando Arias Cabrales
morirá en la deshonra por haber creído, como otros altos oficiales que al recuperar
el edificio del Palacio de Justicia “estaba defendiendo la democracia”. El
coronel Plazas Vega, autor de la tristemente célebre frase, “aquí, defendiendo
la democracia, maestro”, debería de devolver sus condecoraciones y medallas por el
vergonzoso y ultrajante operativo de retoma del Palacio de Justicia del que
hizo parte, aunque la justicia señala las mayores responsabilidades en generales
troperos como Arias Cabrales.
Ojalá que en las escuelas de formación
de oficiales y suboficiales se estudie con rigor histórico, militar, humanístico
y ético-político lo ocurrido con la toma y retoma del Palacio de Justicia. Es
preciso también que el concepto de democracia no se vuelva a reducir a la
defensa de un edificio, tomado por un grupo armado ilegal. Primero está la vida
de los civiles, lo demás, es secundario. Tan secundario, como las medallas y condecoraciones que,
manchadas de sangre de inocentes, brillaron en los pechos de generales y
coroneles.
Imagen tomada de Semana.com
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