Por Germán Ayala Osorio
En una sociedad moderna y educada para defender lo público,
la discusión de asuntos de interés general debería de ser una práctica común,
cotidiana. Por supuesto que la colombiana no tiene ese talante, en virtud de
los altos niveles de ignorancia de su población, fruto de una baja lectura de
libros y una nula formación política, pero también como consecuencia del bajo
nivel de formación de los congresistas y en general de los políticos, en su
gran mayoría corruptos o cómplices de actividades ilegales.
A lo anterior se suma que el clasismo, el arribismo, más al
racismo, obstaculizan todo proceso de cambio y ajuste. De igual manera, el "individualismo posesivo" orientado exclusivamente a garantizar la propiedad privada,
asumida como derecho natural, facilita la naturalización del egoísmo y la pulsión por
acumular riqueza y poder y por tanto, la decisión de afectar las necesidades y deseos de los demás, de las grandes mayorías. Así entonces, la discusión de asuntos públicos se
reduce al encuentro de unos cuantos poderosos, que, anclados a su afán por enriquecerse
a merced de los demás, lo que asegura la privatización de lo público y el empobrecimiento
de la discusión de esos asuntos que deberían de ser comunes a todos.
Quizás el escenario que más da cuenta de la pobre discusión
pública de asuntos públicos es el Congreso de la República, convertido de
tiempo atrás en un nido clientelar al que llegan no a legislar para sacar
adelante el país, sino a favorecer los intereses de poderosos particulares
(conglomerados económicos, multinacionales y empresas grandes) que patrocinan
las campañas de los congresistas.
Aquellos colombianos y colombianas que llegan al Congreso,
patrocinados por empresarios no deberían de llamarse congresistas, sino
lobistas con fuero. Resulta vergonzoso ver y escuchar al Representante a la
Cámara por el Centro Democrático, Andrés Forero, en debate sobre la reforma a
la salud que cursa en el legislativo, reconocer que su labor es “sabotear la
discusión y que lo seguirá haciendo”. Forero no actúa como congresista, sino
como lobista de las EPS.
La pobreza discursiva y argumentativa de Forero es evidente,
lo que confirma que su presencia en el Congreso no está mediada por su interés
de servirle a los colombianos, sino de cumplir con las órdenes que muy
seguramente recibe de las empresas o sectores de poder que se oponen a que se
reforme el sistema de salud. El mismo que está plagado de malas prácticas y de
la perversa administración de los billonarios recursos que el Estado les
entrega a las EPS.
El listado de congresistas que han demostrado total
incapacidad discursiva es enorme, porque a esa corporación no llegan los
mejores hombres y mujeres, sino los que estén dispuestos a defender a
dentelladas los intereses corporativos de sus patrocinadores. Baste con nombrar
a Miguel Polo Polo, un advenedizo sujeto con graves problemas identitarios y
una evidente incapacidad propositiva y discursiva. Es básico, un homúnculo. El
listado es largo.
Así las cosas, las mismas empresas que “donan” millonarias
sumas de dinero a las campañas de congresistas le están restando legitimidad y
viabilidad a la democracia, en la medida en que ponen en el legislativo a sus
patrocinados, convertidos en vulgares lobistas y no en congresistas que
deberían trabajar en pro de un desarrollo económico sostenible desde una
perspectiva sistémica.
Aquellos legisladores que están hoy sentados en el Congreso
para impedir que se hagan las reformas que el país necesita, incumplen el
mandato constitucional que los acredita como congresistas, para convertirse en
empleados obsecuentes de sus patrocinadores; en títeres de intereses
sectoriales alejados de los de una sociedad con graves problemas de pobreza,
inequidad y desempleo estructural.
Sin duda alguna, hay una relación sinuosa entre las grandes
empresas y aquellos a los que les patrocinan sus campañas para llegar al
Congreso, en la medida en que, por defender los intereses sectoriales, se evita
legislar para favorecer a las grandes mayorías. Al final, desde el Congreso de
la República, con el patrocinio de empresarios que posan de "ser líderes y de
construir país", se generan las condiciones para que Colombia siga siendo lo que
es: un país rico, administrado por unos cuantos miserables que se auto asumen como los "elegidos", los "mejores", cuando realmente son despreciables seres humanos.
Imagen tomada de EL TIEMPO
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