Por Germán Ayala Osorio
El triunfo del No en el
plebiscito por la paz y la firma del Acuerdo de Paz entre el Estado y las entonces
Farc-Ep constituyen hechos políticos que, en perspectiva histórica, generaron
dos efectos diferenciados, que terminan confluyendo en un mismo punto: el
primero, la derrota del Sí ese 2 de octubre de 2016, deslegitimó toda búsqueda
por pacificar el país a través del diálogo, en particular en quienes están
matriculados en la derecha y creen a pie juntillas en la posibilidad de que el
Estado acabe militarmente con las guerrillas que aún operan en el país. La reciente
propuesta del ladino fiscal general de la nación, Francisco Barbosa, de
convocar a un plebiscito con la innoble intención de hacer implosionar la Paz Total
es una prueba fehaciente de los efectos psico-sociales que dejó el pírrico
triunfo del no.
Y el segundo, la firma de la paz con
las Farc-Ep volvió aún más anacrónica la lucha armada del ELN y en mayor medida
las de unas disidencias farianas que operan bajo el fantasma de la matriz
guerrillera a la que estuvieron atadas en el pasado.
Al conectarse estos dos hechos
políticos, de la opinión pública dominante brota el cansancio de una sociedad
que rechaza la continuidad de un conflicto armado interno que parece eterno y
sin solución a la vista. La sentencia es clara: el país no puede estar
conversando y dialogando eternamente de paz, como tampoco puede padecer eternamente
las consecuencias de un conflicto armado degradado.
Así las cosas, lo que está en
crisis en estos momentos no es la Paz Total como proyecto político de gobierno,
sino la Paz como bien y aspiración social, cultural, económica y política,
debido al agotamiento de una parte importante de la sociedad colombiana frente
a los actuales esfuerzos por pacificar el país por las buenas. Es posible
pensar que hay una creciente incredulidad en la llamada comunidad internacional
al ver que a pesar del apoyo de países garantes y de la misma ONU y la posible
firma de un nuevo armisticio, bien sea con el ELN, o con las disidencias de Iván
Mordisco y de Alfonso Cano, mañana aparecerán, como por arte de magia, nuevas
disidencias con las que otros gobiernos y los mismos actores internacionales deberán
lidiar, bien en el campo de batalla o en una mesa de diálogo.
El manejo lastimero que la prensa
hegemónica acaba de hacer del secuestro y liberación Luis Manuel Díaz va,
justamente, en la dirección de evidenciar el cansancio del país y de consolidar
la narrativa militarista que les sirve a los intereses de la derecha que insiste
en la salida armada, esto es, el escalamiento del conflicto armado, sin
importar que se pongan en riesgo la vida de los civiles y con un resultado por siempre
esperado: acabar militarmente a las guerrillas o mantener su existencia, para
explotarla electoralmente cada cuatro años.
Apelar a la responsabilidad histórica
de las dirigencias de las señaladas guerrillas es una quimera, un sueño o una
ingenuidad. La economía ilegal y su anacrónica lucha revolucionaria las convierte
en grupos armados ilegales con una nula lectura de la coyuntura por la que
atraviesa el país.
Vaya encrucijada en la que está
el gobierno de Gustavo Petro. Ya el propio presidente reconoció que fue prematuro
proponer un diálogo con las disidencias Iván Mordisco: “El Cañón del Micay
se volvió un fortín de la economía ilícita con un cuerpo armado defendiéndola.
Decidimos una operación contra esa fuerza, conquistamos las posiciones
dominantes, retiramos de esas posiciones estratégicas al EMC y vino una
negociación política, quizás prematura en mi opinión, porque se les
propuso en lugar de entrar al poblado disparando, que abandonaran y que
entráramos a transformar todo el Cañón del Micay en una economía lícita a
través de la acción del Estado Colombiano”.
A las actividades de recuperación
de los territorios históricamente en manos de disidencias farianas y del ELN,
hay que sumar otras encaminadas a afectar las logísticas que les permiten
adquirir armas y municiones y sacar provecho del negocio de la droga. No hay
que priorizar la guerra sin cuartel porque sabemos que es la población civil la
que sufre. Insisto en que no se está trabajando lo suficiente en inteligencia y
en el uso de tecnologías que permitan ahogarlos por la falta de suministros y golpearlos
certeramente, minimizando daños colaterales en las comunidades campesinas.
Imagen tomada de EL TIEMPO
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