Por Germán Ayala Osorio
En los audios que publica Semana de
Oscar Iván Zuluaga hay un elemento de índole religioso-moral que llama la
atención: el excandidato presidencial del uribismo buscó al sacerdote Arturo
Uría para confesarle que él sí sabía de la entrada de dineros de Odebrecht a la
campaña y del pago de coimas.
En su desespero por lo que se le
venía encima con la imputación de cargos por parte de la fiscalía general de la
Nación, Zuluaga busca apoyo espiritual en el cura, en un acto tardío de contrición
con el cual el excandidato presidencial del uribismo minimiza su
responsabilidad política con el país, las instituciones y con sus votantes. Al
encontrar refugio moral en el sacerdote Uría, Zuluaga se auto confirma como un
hombre religioso y profundamente creyente, al tiempo que parece dejar en su
Dios el castigo divino al que haya lugar por haber guardado silencio ante el
entramado de corrupción.
En los audios se le escucha decir
a Zuluaga, en conversación con el expresidente y expresidiario, Álvaro Uribe
Vélez “si tengo que aceptar y decir que hice cosas que no hice, lo voy
a hacer para salvar a mi hijo. Quiero que lo tenga muy claro. Para
mí no hay ninguna prioridad más grande que salvar a mi hijo y quiero que usted
lo tenga presente. Lo que tenga que hacer y lo que tenga que
decir. Esa es mi prioridad”.
Ese nivel de lealtad (¿o
complicidad?), abnegación, abyección y sumisión de Zuluaga tiene como único
objetivo evitar que el nombre de Uribe Vélez sea relacionado con el entramado
de corrupción de Odebrecht. Curiosamente, sobre los escabrosos hechos las
autoridades americanas han expresado mayor interés que el que deberían exponer
la Fiscalía y la Procuraduría General de la Nación. Al final, lo que cuenta
para Zuluaga es salvar a su hijo de toda responsabilidad penal y de contera,
contribuir a la narrativa moralizante que indica que, como en los casos de los
falsos positivos, Álvaro Uribe Vélez nuevamente fue engañado y asaltado en su
buena fe antioqueña. En las ejecuciones extrajudiciales, los soldados lo
engañaron y en el de Odebrecht, Zuluaga, Arizabaleta (quien entregó a Zuluaga a
la fiscalía) y Duque, entre otros, le ocultaron información sensible.
En Zuluaga confluyen esa moral
religiosa acomodaticia muy propia de la élite colombiana, en particular de sus
miembros más godos. Todo lo dejan en manos de los curas y de Dios. Y como saben
muy bien moverse en los límites y ventajas de lo que se conoce como la “economía
del crimen”, entonces todas las fechorías y crímenes cometidos, al pasarlos por
el cedazo moral de un cura, terminan reducidos a simples pecados. Con tres
penitencias y unos mil jesuses quedan nuevamente listos para continuar en el
ejercicio del poder. Para el caso de Zuluaga, él está dispuesto, como lo dejó en
evidencia, a aceptar el ostracismo político, con tal de salvar a su hijo.
En su diálogo con el sacerdote,
el ministro de Dios en la tierra le tira a Zuluaga el salvavidas moral que él
esperaba que el cura le lanzara. Esto se lee en el artículo: “uno
tiene que protegerse a sí mismo ante la maldad de los demás. A usted nada lo
obliga a no protegerse y proteger a su familia’. Incluso me lo dijo: ‘Eso está
en la fe, habla de la restricción mental, usted no tiene por qué inmolarse’”.
Al final, toda la responsabilidad
ética, moral y política que debería asumir el ex ministro de Hacienda se reduce
a un problema de maldad de los demás. Lo más probable es que Zuluaga acepte
toda la responsabilidad para salvar a quienes debe salvar, pero ante los ojos
de la sociedad colombiana sus graves faltas ya quedaron perdonadas.
Imagen tomada de Semana.com
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