sábado, 1 de julio de 2023

ÓSCAR IVÁN ZULUAGA, ODEBRECHT Y EL CURA SALVADOR

 

Por Germán Ayala Osorio

 

En los audios que publica Semana de Oscar Iván Zuluaga hay un elemento de índole religioso-moral que llama la atención: el excandidato presidencial del uribismo buscó al sacerdote Arturo Uría para confesarle que él sí sabía de la entrada de dineros de Odebrecht a la campaña y del pago de coimas.

En su desespero por lo que se le venía encima con la imputación de cargos por parte de la fiscalía general de la Nación, Zuluaga busca apoyo espiritual en el cura, en un acto tardío de contrición con el cual el excandidato presidencial del uribismo minimiza su responsabilidad política con el país, las instituciones y con sus votantes. Al encontrar refugio moral en el sacerdote Uría, Zuluaga se auto confirma como un hombre religioso y profundamente creyente, al tiempo que parece dejar en su Dios el castigo divino al que haya lugar por haber guardado silencio ante el entramado de corrupción.

En los audios se le escucha decir a Zuluaga, en conversación con el expresidente y expresidiario, Álvaro Uribe Vélez “si tengo que aceptar y decir que hice cosas que no hice, lo voy a hacer para salvar a mi hijo. Quiero que lo tenga muy claro. Para mí no hay ninguna prioridad más grande que salvar a mi hijo y quiero que usted lo tenga presente. Lo que tenga que hacer y lo que tenga que decir. Esa es mi prioridad”.

Ese nivel de lealtad (¿o complicidad?), abnegación, abyección y sumisión de Zuluaga tiene como único objetivo evitar que el nombre de Uribe Vélez sea relacionado con el entramado de corrupción de Odebrecht. Curiosamente, sobre los escabrosos hechos las autoridades americanas han expresado mayor interés que el que deberían exponer la Fiscalía y la Procuraduría General de la Nación. Al final, lo que cuenta para Zuluaga es salvar a su hijo de toda responsabilidad penal y de contera, contribuir a la narrativa moralizante que indica que, como en los casos de los falsos positivos, Álvaro Uribe Vélez nuevamente fue engañado y asaltado en su buena fe antioqueña. En las ejecuciones extrajudiciales, los soldados lo engañaron y en el de Odebrecht, Zuluaga, Arizabaleta (quien entregó a Zuluaga a la fiscalía) y Duque, entre otros, le ocultaron información sensible.

En Zuluaga confluyen esa moral religiosa acomodaticia muy propia de la élite colombiana, en particular de sus miembros más godos. Todo lo dejan en manos de los curas y de Dios. Y como saben muy bien moverse en los límites y ventajas de lo que se conoce como la “economía del crimen”, entonces todas las fechorías y crímenes cometidos, al pasarlos por el cedazo moral de un cura, terminan reducidos a simples pecados. Con tres penitencias y unos mil jesuses quedan nuevamente listos para continuar en el ejercicio del poder. Para el caso de Zuluaga, él está dispuesto, como lo dejó en evidencia, a aceptar el ostracismo político, con tal de salvar a su hijo.

En su diálogo con el sacerdote, el ministro de Dios en la tierra le tira a Zuluaga el salvavidas moral que él esperaba que el cura le lanzara. Esto se lee en el artículo: “uno tiene que protegerse a sí mismo ante la maldad de los demás. A usted nada lo obliga a no protegerse y proteger a su familia’. Incluso me lo dijo: ‘Eso está en la fe, habla de la restricción mental, usted no tiene por qué inmolarse’”.

Al final, toda la responsabilidad ética, moral y política que debería asumir el ex ministro de Hacienda se reduce a un problema de maldad de los demás. Lo más probable es que Zuluaga acepte toda la responsabilidad para salvar a quienes debe salvar, pero ante los ojos de la sociedad colombiana sus graves faltas ya quedaron perdonadas.



Imagen tomada de Semana.com


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